Adolfo Suárez

Lo que él habría hecho

  • Margallo y Mas recurren a la figura del ex presidente para justificar sus posiciones sobre el encaje catalán.

La clase política española impartió ayer otro clínic sobre cómo se hacen hoy las cosas y cómo no se hacían durante la Transición. El presidente de la Generalitat, Artur Mas, el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, y la portavoz de ERC, Anna Simó, utilizaron la figura de Adolfo Suárez para justificar sus respectivos planteamientos políticos. Sólo las palabras del ex president Jordi Pujol estuvieron a la altura de una época difícilmente emulable.

Mas estuvo en la capilla ardiente instalada en el Congreso apenas 15 minutos. Pujol permaneció junto a familiares y autoridades media hora. Esquerra no envió a nadie a los actos al considerarlos "una exaltación de españolismo". Y Margallo opinó desde un país tan remoto como Filipinas, donde esta semana inicia su gira asiática de captación de inversores.

Aun sin referencias a la consulta independentista prevista para noviembre, Mas recurrió a Suárez para alabar su audacia y clarividencia, "valores que hoy se echan a faltar". "La mayoría de los catalanes -prosiguió- sienten no sólo respeto sino también reconocimiento, consideración y admiración a la obra de gobierno y quehacer político de Suárez por lo que fue capaz de hacer". Se refería a la recuperación de la institución de la Generalitat, sometida a todo tipo de vaivenes en el siglo XX, y al aclamado regreso a Barcelona de Josep Tarradellas. Indirectamente, su mensaje contenía una queja al Ejecutivo de Mariano Rajoy, con el que no existen actualmente puentes de diálogo. El presidente siempre ha sido claro: es imposible negociar algo cuando la otra parte ya sabe lo que quiere y no está dispuesta a renunciar.

Margallo fue más explícito que su colega catalán: "Suárez abordaría la cuestión catalana de la misma forma que la está abordando Rajoy (...). El Gobierno debe atender el problema de Cataluña, como el de cualquier otra comunidad autónoma, a través del diálogo, y debe resolverlo toda la sociedad española en el marco de la Constitución. Ése era el espíritu de Suárez". Es decir, que Madrid está dispuesta a hablar de cualquier cosa con la Generalitat mientras quepa en la Carta Magna. O sea, de todo menos de secesión.

Pujol le echó más ganas. Conocía mejor al ex presidente y a su círculo de íntimos, igual que Miquel Roca, uno de los padres de la Constitución. Dijo el primero: "Este día es muy positivo. Pudiera incluso decirse que es un día que mucha gente podría vivir con una cierta alegría. Esto les puede sorprender, les parecerá un contrasentido, pero no lo es, porque es bueno para la sociedad, para el país y para su familia ver que una persona en el momento de morir suscita tanta adhesión sincera". Pujol en estado puro (el Pujol de los mejores tiempos). Roca, presente también en el Congreso, no se cortó a la hora de afear las palabras de Mas: "Éste es un mal momento para instrumentalizar la figura de Suárez, que vale por sí mismo, por su recuerdo, por su presencia y por todo lo que ha dejado" al país.

Esquerra interpretó la ceremonia de despedida como una oda al "inmovilismo", en palabras de Simó, quien no obstante mostró su "respeto por el cargo que ha representado" el ex presidente, aun dejando espacio a la crítica: "Suárez tuvo el valor de impulsar cambios importantes, pero no olvidemos que la Transición no fue modélica, significó el olvido y se dio por buena la impunidad".

Las frases de Mas y la voluntarista interpretación de Margallo pintan fielmente el fresco español actual: desde hace años, el consenso es inviable. Lo es entre los dos partidos hegemónicos y lo es cuando los nacionalismos presionan al Estado para lograr privilegios, diferenciaciones o, en este caso, una salida legal para aterrizar en la independencia sin salir de Europa.

Que Pujol y Roca mostrasen mayor sensatez que quienes gobiernan ahora es igualmente significativo porque contrapone dos estilos de hacer política, el que partía de la responsabilidad y la medición realista de fuerzas y el que se basa en el órdago y la demonización del oponente. Lo de ERC es incomprensible: Tarradellas era del partido y regresó del exilio gracias a Suárez. Ese vital gesto bien habría merecido la nimiedad de una despedida.

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