La eterna ruta de la seda

La India, un lugar donde todo lo que se mueve y lo que no se mueve es sagrado

No es la primera, ni será la última vez, que me vuelvo a despertar en La India. Lugar de milenaria cultura y de espiritualidad aún más lejana y antigua. Lugar de grandes santos, gurús e iluminados, de arte, creencias y rituales.

Lugar donde todo lo que se mueve y lo que no se mueve es sagrado, donde incluso la albahaca se venera como deidad de la conciencia pura, la creación y el universo.

Lugar que te sorprende con algo inusual cada vez que regresas por mucho que creas que ya lo tienes todo visto. Esas vivencias que cada vez que vienes te vuelven a centrar y a recolocar en tu sitio de inmediato, que te enseñan que el que más tiene no es el más feliz y que el más feliz es el que vive de la manera más sencilla.

Lugar en el que nadie te niega una sonrisa, aunque el remitente vague descalzo y en harapos, donde las vaquitas pasean lentas y a su antojo por las céntricas, estrechas, colapsadas, ruidosas y poco limpias calles de Nueva Delhi.

Donde nuestro peluquero de confianza nos dice que aun teniendo una perfecta morada prefiere dormir a la intemperie, en un carro de madera frente a la puerta de su negocio mirando un cielo donde no se pueden ver apenas las estrellas.

Y es que este lugar de tan enormes contrastes donde se dan la mano las últimas tecnologías más vanguardistas y los modos sociales y económicos anclados con firmeza aún en el medioevo, no te da alternativa, no hay término medio ni medias tintas, o se le ama con locura o se le odia pero, sobre todo, no te deja indiferente ya que ese efecto de atracción y de fascinación se remonta tan atrás en los tiempos que uno no puede más que evocar y sentirse un nuevo Marco Polo en esta eterna Ruta de la Seda que nos hace a los que somos viajeros, acercarnos al exotismo de esta maravillosa cultura y no menos peculiar sociedad.

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