XXII congreso internacional de bioquímica

Sin jóvenes, se acabó la ciencia

  • Cinco premios Nobel coinciden en que los recortes en investigación en España y otros países, así como la obsesión por su efecto práctico, lastrarán el desarrollo occidental.

A la edad de 26 años, Albert Einstein escribió en sólo 12 meses tres artículos que transformarían de modo radical nuestra visión del universo, y servirían para el desarrollo tecnológico posterior de materias que él nunca había buscado, tales como la energía fotovoltaica o la nuclear. Cualquiera de esos tres escritos, de una simplicidad hasta elegante, le hubiesen bastado para el Nobel; fue su annus mirabillis, y a sus neuronas, sin embargo, sólo les excitó ese motor humano llamado curiosidad mientras se aburría en la oficina de patentes de Berna. Pocos años después, y a la edad de 28 años, el danés Niels Bohr llegó a la conclusión de que la única vía de resolver el modelo incongruente del átomo que le habían dejado otros científicos -entre ellos, Rutherford, descubridor del núcleo, duro y positivo- pasaba por un cambio radical: hacerse nuevas y atrevidas preguntas. Los físicos saben, quizás por ejemplos como éstos, que los grandes descubrimientos siempre llegan antes de los 35 años; después, alcanzarán la sabiduría, pero la brillantez del ingenio es temprana y perenne.

Cinco premios Nobel, y no de Física, sino de Medicina y Química, coincidieron en Sevilla el miércoles por la noche en esto mismo, en subrayar el papel imprescindible del joven científico que, sin caer en el término peyorativo, se materializa en la figura del becario. Y los cinco coincidieron en que las becas, en España, pero también en otros países de Europa e incluso en Estados Unidos, son una especie en peligro de extinción a causa de la crisis y que ello abocará a un parón tecnológico y, por tanto, a otro económico.

Robert Huber, Nobel de Química en 2009, lo explicó del siguiente modo: "Necesitamos ojos jóvenes, cerebros frescos e ideas nuevas; hay que gastar dinero con sensatez, pero gastar en los estudiantes". Y Ferid Murad, Nobel de Medicina en 1998 por sus estudios sobre los efectos del óxido nítrico sobre la tensión arterial, que llevaría, entre otras utilidades, a la síntesis de la Viagra, apuntó: "Sin becas de investigación, los científicos españoles, y también los de otros países de Europa, se irán y, cuando quieran, ya no podrán volver a casa". "Los jóvenes -aseguró- se sienten dolidos; en Estados Unidos un joven científico lo conseguía ser a los 30 ó 35 años, ahora es a los 40, estamos perdiendo una década".

Venki Ramakrishnan, premio de Medicina en 2009 por sus trabajos sobre la estructura del ribosoma, el traductor celular del ADN, se excusó porque, en su opinión, a los científicos que ganan el Nobel se les pide que pontifiquen sobre grandes asuntos, cuando ellos obtienen el galardón por temas muy específicos. Modestia gratuita, porque la aseveración que dejó en Sevilla daría para bastantes reflexiones. Un científico -explicó este bioquímico nacido en la India y criado en Estados Unidos- tarda de 10 a 15 años en formarse, pero la crisis, como los ciclos políticos, duran cinco años: basta una legislatura de sequía inversora para acabar con una generación de investigadores.

Los cinco Nobel coincidieron en lo básico: los recortes en ciencia, traducidos en la anulación o disminución de las becas de investigación, llevarán a una regresión. Murad, el más atrevido de ellos, propuso, sin tapujos, que los estados recortarán a la mitad sus gastos militares, y alertó de la pérdida de liderazgo científico de los países occidentales: "Yo no quiero tomar un medicamento fabricado en China". "Esto es más importante que construir bombas y tanques", aseveró.

Pero los recortes, tal como explicaron estos científicos que participan en el XII Congreso Internacional de Bioquímica y Biología Molecular, no sólo atañen a España. El caso de fuga de cerebros en Rusia -donde la URSS compitió durante décadas con EEUU en esta materia- es espectacular, y Hamilton Smith, que trabaja en Celera Genomic, la empresa que Creig Venter fundó para decodificar el genoma humano, aseguró que ahora, en sus propios laboratorios, no cuentan con dinero suficiente para realizar las investigaciones que él querría.

Por tanto, la sombra que se cierne sobre la ciencia no es, exclusivamente, española, aunque los cinco subrayaron el mal momento del país y la repercusión que los ajustes están teniendo en una disciplina que comenzaba a florecer en un país donde sólo dos hombres han logrado el alto galardón de Suecia. Por ello, Ada Yonath, también Nobel de Química en 2009 por el ribosoma, aseguró que "España ha hecho su mejor ciencia en los últimos 20 años", la protagonizada por científicos a los que definió como los del "más y mejor", y que ella conoció como becarios o visitantes en centros del instituto Max Planck, uno de los más prestigiosos del mundo y cuyo nombre recuerda al físico que abrió el camino de los Einstein, Bohr, Born, Heisemberg y tantos otros físicos europeos que protagonizaron antes de la Segunda Guerra mundial una de las explosiones de conocimiento más grande que haya conocido la humanidad.

En una crisis cuya ortodoxa receta pasa por una reducción drásticas del gasto público, es cierto que todos los sectores se quejan -los constructores, los artistas y hasta los flamencos-, pero la tesis de los Nobel es que el parón científico lleva al atraso tecnológico y, por tanto, al económico. "¿A cuántos de ustedes les gustaría haber vivido hace 100 años cuando la esperanza de vida era de 50?", preguntó Hamilton. "Todo -siguió- se ha conseguido única y exclusivamente por la ciencia. Ni políticos ni músicos ni escritores; no es que ningunee la cultura, pero lo que impulsa es la ciencia".

Pero aclarada esta primera inquietud, la del recorte, llegó una segunda, y no menos importante y en la que también coincidieron los cinco: es una "locura", definió Ramakrishnan, destinar todos los fondos a la ciencia que busca el logro tecnológico. Fue un canto, casi unánime, por la llamada ciencia básica: los pilares del conocimiento construidos exclusivamente por el interés intelectual; no el económico. Y es que, en su opinión, uno es imprescindible para llegar a otro.

Es cierto: cuando Einstein describe el efecto fotoeléctrico -uno de sus tres artículos de su gran año- no pensaba que una placa de silicio a la que le da el sol podría producir energía para cargar automóviles sin combustibles fósiles y cuando a Michael Faraday se le ocurrió que un imán dando vueltas sobre sí mismo generaba un campo de otro tipo, no cabría imaginarse el desarrollo de la electricidad. "¿Y esto para qué sirve?", le preguntó el príncipe Alberto, marido de la muy británica reina Victoria, en una de sus famosas exposiciones. Fleming estudiaba levaduras, y salvó a la humanidad, y Watson nunca podrían pensar que eso tan raro llamado ADN sirviera, como hoy sirve, para averiguar el rastro de un asesino.

Ésos son los dos miedos de este quinteto mágico de científicos: los ajustes en las becas y el olvido de la ciencia básica. Pero como la singularidad de todos ellos pasa por poner en duda las doctrinas nada sagradas de la ciencia, el catedrático de Genética de Sevilla  Enrique Cerdá preguntó desde el público: "¿Y tiene sentido que alguien priorice una investigación para estudiar por qué hay insectos que tienen un sexto pelo en las patas?" Ada Yonath le contestó: la creatividad no es la libertad absoluta, sino la que parte de asientos científicos anteriores. La pura dialéctica de la historia de la ciencia. Sin Rutherford, Bohr no hubiera llegado a comprender el átomo, aunque su modelo no se sostuviese.

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