Benedetti declamó un día: "¿Qué pasaría si un día despertamos dándonos cuenta de que somos mayoría? ¿Qué pasaría si de pronto una injusticia, solo una, es repudiada por todos, todos que somos todos, no unos, no algunos, sino todos?...". Y eso es para mí la esperanza, construir una realidad donde la justicia sea posible, con la certeza de que está por llegar, con el combustible de la participación y la satisfacción de encontrarse en el camino con otros que buscan lo mismo. Y eso es para mí América Latina, apellidada hace mucho tiempo como el Continente de la esperanza.

Ese lugar del universo infectado por el virus del colonialismo hace más de 500 años pero que a pesar de ello nunca ha dejado de "soñarse a sí mismo". El mundo puede aprender mucho de los hermanos del otro lado del Atlántico, donde a pesar de las injerencias extranjeras se han ensayado sin desfallecer nuevos modelos de sociedad. Sólo en los últimos 20 años han vuelto a enseñarnos cómo se puede ir en contra de la globalización neoliberal y del pensamiento único, demostrando que no son una vía sin retorno; países como Brasil, Argentina, Uruguay, Bolivia o Ecuador así lo han hecho. Más reafirmados y solidarios que nunca, han priorizado procesos de integración regional y han buscado modelos sociales de distribución de la riqueza.

Desde el norte se tiene la tentación de hablar de Latinoamérica como lo que queda al sur de Estados Unidos. Una inmensa granja que surte el estilo de vida occidental, sin matices ni derechos, de la que intentan huir sus habitantes para abrazar el sueño yanqui. Sin embargo no hay nada más alejado de la realidad. Al sur del muro de Trump queda el continente de la diversidad, el de las culturas ancestrales entremezcladas con las foráneas y reinventadas, el de la alegría y la ecodiversidad sin parangón, y en el que cientos de millones de personas viven la certeza de que su historia les pertenece, y no de los que vienen a robarla. Un pueblo que ha concretado una respuesta a la soledad de la Úrsula de Gabo, la que decía que la historia es una "maldición circular y recurrente, terriblemente obstinada", generando el espacio de convivencia de menor pobreza en el territorio desde la llegada de Cristóbal Colón.

Calle 13 cantaba "Soy América Latina, un pueblo sin piernas pero que camina", y así recojo yo cómo se concreta la esperanza latinoamericana, cómo podemos reflejarnos en su historia para recobrar lo que igual estamos perdiendo en la vieja Europa.

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