Sorpresas en polvo

Tiene mucho que ver la normalidad con lo previsible, con lo esperado en el trajín de los asuntos cotidianos

La normalidad no es solo producto de la rutina, sino del ordinario estado de las cosas o de la consabida manera en que éstas se presentan. Tiene mucho que ver, además, la normalidad con lo previsible, con lo que se espera o es acostumbrado en el trajín de los asuntos cotidianos. Por eso ir al supermercado figura en el catálogo de los hábitos domésticos, a fin de hacerse con provisiones y productos que alimenten, en los diversos sentidos de esta acción, el común de los días. Así lo pensaría -o acaso no, porque ya se ha dicho que la normalidad es consabida- el cliente de un supermercado de Zaragoza que colocó en su carro de compra un bote de Nesquik para el desayuno, sin que advirtiera la manipulación del precinto. Fue después, casi seguro que dispuesto a mojar las galletas de la misma compra, cuando advirtió que entre el cacao en polvo se escondía una bolsa con polvo blanco, que resultó ser cocaína tras personarse -factura, recipiente y bolsa en mano- ante la comisaría más próxima. Por lo que dos circunstancias extraordinarias, imprevisibles, sorprendentes, alteran el pocas veces estimado valor de lo habitual. Una la de valérselas, el traficante de la cocaína, con el concurso de un poco sospechoso bote de Nesquik. Y otra que estuviera en la estantería de un supermercado a disposición de un cliente al que el azar -primo hermano del destino, hay quien piensa- le deparara la sorpresa de lo que difícilmente podría imaginarse. Añádase si el comportamiento de quien dio con un cuarto de kilo de cocaína, al denunciar tal circunstancia ante la policía, fue normal o extraordinario, y así quedará más completo este sucedido peculiar.

De coca a coca, en una playa de Denia apareció, abierta y arrastrada por el temporal, una mochila en la que se guardaba un saco de boxeo con 19 paquetes de cocaína ocultos en su interior, tras un aviso a la policía porque la mochila, de color rosa, llamaba la atención. Y si ambos relatos de la sorpresa son sugestivos por inesperados, más atrayente que el encuentro puede resultar el argumento de la pérdida para explicar cómo llegó a la estantería del supermercado el cuarto de coca, o a una playa descolocada por el temporal un saco de boxeo más pensado para dar el golpe del tráfico que recibir el de los guantes. Dos anécdotas, si se quiere, pero suficientes para advertir que la previsible y cotidiana disposición de las cosas esconde no pocas sorpresas… en polvo.

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