La opinión invitada

Hacia un mayor consumo de vino y exportaciones de más valor

  • Una mirada al mercado del vino andaluz y español, y sus retos de futuro.

EN el arranque de una nueva campaña vitivinícola, con las vendimias casi terminándose en muchas zonas de Andalucía pero apenas empezadas en otras más al norte, el vino español sigue mostrando signos de muy buena salud. Pero no todos los vinos, ni todas las zonas productoras, ni todos los elaboradores avanzan en paralelo.

En líneas generales, el vino español está superando la crisis económica de los últimos años de forma notable. Y ello, a pesar de los problemas. A la bajada del consumo nacional, liderada por la caída en bares y restaurantes que era lo que mejor iba, se sumó un cambio normativo europeo que, desde 2009, cambió drásticamente las reglas, eliminando ayudas a la destilación y el almacenamiento de vinos, así como algunas normas proteccionistas, que obligaron a todos los productores a mirar más al mercado y hacer esfuerzos suplementarios para vender bien el vino. Pero todos estos impactos negativos se han superado con creces gracias a una pujante exportación.

Si España siempre exportó vino, desde los fenicios y las ventas a la capital del imperio romano, hasta la implantación más reciente de nuestras grandes marcas y regiones en todos los rincones del mundo, la gran transformación de los últimos 10 años ha sido la salida masiva del vino español a los mercados internacionales. Si hace apenas 10 años consumíamos en nuestro país la mayoría del vino que producíamos, en los últimos cuatro años estamos exportando ya más del doble de lo que consumimos dentro de nuestras fronteras. Y así seguirá siendo.

Pero esa profunda internacionalización, que nos ha permitido sortear la crisis razonablemente bien y augura un mejor futuro, no puede hacernos olvidar los dos grandes retos que el vino español tiene por delante: mejorar el consumo nacional y mejorar el valor medio y la imagen de los vinos españoles en el mundo.

Dentro de España, el objetivo es que el vino sea la bebida de moda, como ya ocurre en muchos otros países. Y parece que así está siendo. Nuevos vinos, algunos más ligeros, otros de gran presencia; unos blancos de calidad y muy agradables, otros rosados y tintos con cuerpo; sin olvidar los espumosos y nuestros vinos generosos y finos de toda la vida; por no hablar de los nuevos vinos de baja graduación o incluso los tintos de verano y otras bebidas con vino, están protagonizando una nueva moda, accesible a todos los públicos y particularmente atractiva entre jóvenes y mujeres que, como ocurre ya en países anglosajones, protagonizan la nueva moda del vino. Si a ello unimos la aparente mejora del consumo en bares y restaurantes de los últimos meses y el creciente fenómeno del enoturismo y la venta directa desde las propias bodegas, comprobamos que hay mimbres para propiciar una recuperación del consumo de vino en España y revertir la mala tendencia de los últimos años.

En los mercados de exportación, el reto de nuestros vinos es, no necesariamente vender más pero sí vender mejor. Ya nos hemos situado como los mayores exportadores mundiales de vino en litros, por delante de Italia y Francia, pero ahora queremos acercarnos a ellos en los precios medios y la imagen de nuestros vinos, para conseguir un sector cada vez más rentable y sostenible. Y a ello deben contribuir nuestras marcas y las denominaciones de origen, apostando cada vez más claramente por mejoras sustanciales en la capacidad de comercialización, como ya están haciendo las empresas. Se está invirtiendo mucho y bien en mejora de los departamentos comerciales, mejora de la red de distribución internacional, presencia e imagen de nuestras marcas y otros elementos esenciales del marketing, pero no son inversiones que den sus deseados frutos en pocos meses o incluso en pocos años.

Lo que también hemos comprobado en los últimos años es que, para mantener un buen valor de nuestros vinos asociado a una buena imagen, resulta esencial que exista un equilibrio entre lo que producimos y lo que podemos vender bien. Ni quedarnos cortos para que otros países nos hagan fuerte competencia, ni generar excedentes que obliguen a malvender los vinos a otros productores a muy bajos precios. El camino a seguir en este caso es buscar producciones equilibradas, premiando la calidad en función de las necesidades de los mercados.

Andalucía es precisamente la comunidad autónoma española -de entre las grandes productoras- que más está elevando el precio medio de sus exportaciones de vino. En el primer semestre, el aumento de los precios en un 4,7% sólo es superado por el de Asturias y Canarias, si bien eso ha propiciado que sea también Andalucía la comunidad que más ha disminuido sus ventas en el primer semestre del año, con pérdida de 1,8 millones de litros, sólo por encima de Murcia. Menos ventas, algo más caras, con superficies y producciones muy inferiores a las de hace unos años. Según datos del Ministerio de Agricultura, desde el año 1980 Andalucía perdió el 75% de su viñedo, desde las 102.560 hectáreas hasta las actuales 25.350, igual que ha pasado desde producciones superiores a los 300 millones de litros a las habituales en los últimos años en torno a los 110-140 millones. Con estos datos, y muchos otros, encima de la mesa parece buen momento para propiciar un análisis lleno de realismo sobre el futuro de los vinos de Andalucía, donde se escuchen las voces de las empresas y los productores y con ello diseñar un plan de futuro para el vino que afronte retos de comercialización y producción adecuados a la situación actual. Sorprende, en este sentido, que un verano tan cálido como el que hemos tenido este año todavía encuentre a Andalucía con uno de los porcentajes más bajos de España en cuanto a implantación del riego en la viña, siendo zona mucho menos húmeda que las comunidades de Madrid o Galicia, que son las únicas que tiene menor proporción de regadío. Uno de los puntos, quizás, que deban tratarse en el debate sobre el futuro del vino en Andalucía que debe ser tan prometedor como el del resto de España.

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