De libros

Primores de lo vulgar

  • La nueva novela de Yasmina Reza, 'Felices los felices' (Anagrama), toma su título de los versos de Borges y llegará a las librerías en septiembre.

'Felices los felices'. Yasmina Reza. Trad. Javier Albiñana. Anagrama. 192 páginas. 14,90 euros

Entrado ya septiembre, llegará a las librerías la última novela de Yasmina Reza, Felices los felices. Obra que toma su título de los versos de Borges ("Felices los amados y los amantes y los que pueden / prescindir del amor./ Felices los felices"), y que nosotros hemos querido relacionar, no con la irónica fatalidad del argentino, sino con el célebre ensayo que Ortega dedico a Azorín, Primores de lo vulgar, y donde el filósofo madrileño ofrecía un elogio de la probidad, de la inteligencia, de la exactitud, asociada a lo minúsculo y lo intrascendente. ¿Por qué? Porque si bien el tema que ocupa la novela de Reza es ése mismo que señalaba Borges, su modo de acercarse a la cuestión viene dictado ya por una fina capacidad de observación, por una insistencia en el detalle, por una novelística, en fin, basada en el indicio, que hace de Felices los felices una breve casuística de la infelicidad y sus formas.

En este sentido, nada más lejos de su escritura (una escritura ágil, dialogada, fragmentaria y leve), que la densidad y la corpulencia de autores como Thomas Bernhard, con quien se le ha querido encontrar una similitud o una vaga correspondencia. Dicha similitud, en cualquier caso, viene referida al ámbito de lo moral, al juicio adverso que la burguesía suscita en ambos autores. No obstante, lo que en Bernhard es una remoción de la totalidad, una ordenada y feroz misantropía, aplicada a la civilizadísima Austria y sus no menos cultivadas clases medias, en Yasmina Reza se trata de anotaciones sueltas, de apuntes del natural, donde el ser humano, si bien no aparece con su mejor perfil, a una luz favorable, tampoco figura desbastado a cuchillo, como un viejo ídolo sangriento, cual es el caso de Bernhard y su abismática requisitoria sobre la locura y el mal, sobre la iniquidad humana, cuyo linaje es fácil de datar en la literatura germana y ese pathos romántico que distinguía, ya en el XVIII, entre la kultur alemana, como una búsqueda autógena y desesperada, y la más práctica civilisation francesa. Sin duda, Yasmina Reza, a pesar de su mordacidad, o precisamente por ella, pertenece a esta última tradición, tan virulenta en las formas como permisiva y elástica en su fondo. Bastaría con acudir a Voltaire y a Rabelais para señalar esa bisagra donde lo humano se despliega entre la invectiva, el despropósito, la carcajada y una sorda aquiescencia.

Quiere decirse, pues, que en esta novela de Yasmina Reza hay seres infelices, pero no totalmente; quiere decirse que hay mujeres atormentadas, adolescentes en crisis, viudas amargas y hombres infieles, cuya infelicidad, cuyo tormento, cuya amargura, no es el único vector, la única magnitud sobre la que gravita o bascula su existencia. Si bien puede considerarse este Felices los felices como una sátira de la burguesía francesa (una burguesía, por otra parte, teñida de una suave tonalidad hebrea); si bien es lícito concluir que Reza no es una escritora acomodaticia, vulgar, ciega a la complejidad del mundo y de lo humano, también lo es que su mordiente no es, en ningún caso, destructivo. Hay un indisimulado amor al detalle, a las menudencias y trivialidades donde la vida adquiere consistencia, que nos permiten adivinar un melancólico optimismo, un optimismo sombrío, cuya nervadura descansa, no en una búsqueda de la felicidad ("Felices los amados y los amantes..."), sino en el acomodo a la infelicidad como una forma, tal vez la única, de habitar púdica y decorosamente el mundo.

En última instancia, los personajes de Yasmina Reza asumen, sin mayor estrépito, la parva inanidad de su existencia. Y es esta llamativa ausencia de solemnidad, junto el humor asociado a tales asuntos, lo que tal vez posibilite asimilar la felicidad a una mera ausencia de infortunios. Dicho lo cual, añadamos que hay en la literatura de Reza una intransitividad esencial que no resulta de sus habilidades literarias, sino de cierta concepción aciaga, compasiva, valetudinaria, del ser humano. Para Reza, el hombre vive, reside y se formula, no en lo que dice, no en sus logros, sino en todo lo que, obstinadamente, calla.

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