María Solar. Escritora

"Todas las familias tienen algún tabú, y afrontarlo es terapéutico"

  • La autora retrata el final de la década de los 70 en España en 'Las horas robadas', relato coral con una secreta historia de amor como trasfondo.

Anselmo, un anciano que ha regresado recientemente de una larga etapa como emigrante en Argentina, aparece muerto con una nota entre las manos, un papel que reza "Dime que me quieres". Ese suceso será el detonante para la transformación que experimentan dos familias muy distintas, la de Anselmo pero también la de Carmen, destinataria de un amor que se ha mantenido en secreto. María Solar (Santiago de Compostela, 1970) arranca en Las horas robadas (Grijalbo) con una muerte para dar el impulso que necesitaban un puñado de personajes en el tenso pero también esperanzado final de la década de los 70.

-La novela transcurre en un tiempo confuso en el que, como usted dice, "todo estaba mudando en pocos años".

-Es el año 1979, España aprendía a ser libre y democrática. Eran tiempos convulsos porque unos deseaban los cambios aperturistas mientras que otros querían permanecer con sus privilegios. Nada era fácil y había todavía un cierto miedo en el ambiente.

-Los dos matrimonios protagonistas son modelos muy diferentes de familia: una más rígida, marcada por el miedo; otra más libre y más moderna.

-Es fruto del tiempo, y de la educación. Una de las familias fue formada en ciertas libertades, los dos tienen profesiones liberales, viven bien y ven el futuro con optimismo. La otra sobrevive con un sueldo escaso que únicamente ingresa el cabeza de familia, que lo gobierna todo en casa a su antojo. Por la época las familias machistas y patriarcales eran habituales.

-A través de uno de los dos matrimonios, el libro habla de la vergüenza que suponía el divorcio (cuya ley aún se estaba tramitando) y la valentía que había que reunir para decidirse a la ruptura.

-Es que en este país hubo un tiempo en que en la calle había incluso manifestaciones contra la ley del divorcio, por absurdo que parezca. Si una pareja se separaba no era bien visto y lo primero que se pensaba era que había terceras personas. Eso hoy aún sucede. Explicar que alguien se separa porque ha dejado de amar no siempre se entiende. Y la valentía era necesaria por entonces igual que hoy en día, porque nadie nos puede asegurar el buen resultado de un cambio tan duro, pero a veces es necesario.

-El libro se pregunta sobre qué hacer con los secretos del pasado, cómo gestionar la memoria de los que ya no están.

-Es uno de su temas, la intimidad de la memoria. Todas las familias tienen algún secreto, algún tema tabú. Desvelarlo puede entrar en la intimidad de quien ya no está, pero a veces puede ser una terapia necesaria.

-Rosa, la mujer sometida, es consciente de que no la respetan y ha perdido las ganas de luchar, pero se atisba cierta esperanza hacia su futuro cuando se interesa por una oferta de trabajo.

-Rosa ha ido confundiendo los celos y el control de su pareja con el amor, y ha ido entrando en una espiral de dependencia cada vez mayor hasta que, cuando tiene hijos y deja su trabajo para cuidarlos, ya es incluso dependencia económica. A ella nadie la respeta en casa, ya ni recuerda quien era, pero algunos acontecimientos externos la hacen despertar, y la gota que colma el vaso llega cuando de un maltrato psicológico se pasa a otro tipo de situación. Todas las personas tenemos mecanismos para reaccionar, Rosa también, y siempre es mejor hacerlo aunque sea tarde.

-El libro está dedicado a todas las mujeres que rompieron sus ataduras. No obstante, todavía hay retos que superar para que haya una igualdad real, ¿no?

-Y tantos. Queda mucho por andar, pero soy optimista. El futuro siempre comienza dando un paso y queriendo cambiar las cosas. No concibo que la mujer y el hombre no sean iguales a todos los niveles, es una cuestión educativa, y caminamos aunque no todo lo rápido que deberíamos.

-En la novela muestra cómo el párroco anima a la mujer maltratada a que siga con su marido. ¿La Iglesia, en su defensa de los valores tradicionales, se colocó a menudo en el bando equivocado?

-La Iglesia y la sociedad han sido muy duros con la mujer. La concepción de entrega absoluta, abnegada y sumisa al matrimonio, a la pareja, a los hijos se ha confundido en demasiadas ocasiones con el abuso sobre estas mujeres que eran auténticas esclavas domésticas. En esta novela ambientada en los 70, nadie le decía a esta mujer: "Sal de ahí, ¿ya no recuerdas quien eres? Se puede vivir de otra manera". Muy al contrario, el mensaje era que ese es su papel, el de estar para todos sin tener nada a cambio. Y el amor no es eso.

-Anselmo y Carmen representan a tantos gallegos que se fueron a América a probar suerte.

-Gallegos y no gallegos, de antes y de ahora. La emigración fue y es una realidad, aunque hoy tiene distintas características. Aquellas personas que se fueron, y volvieron con suerte desigual, fueron valientes como para irse muy lejos sin saber qué les esperaba, dejar todo lo conocido aquí, y no saber, siquiera, si volverían.

-Muchos lectores que vivieron el final de los 70 se sentirán reconocidos en muchos detalles: la emoción de hacerse con una televisión en color, por ejemplo. ¿Ha tirado de recuerdos personales? ¿Ha disfrutado de la recreación nostálgica de aquella etapa?

-He disfrutado muchísimo y es algo de lo que los lectores me dicen que también disfrutan. Desde los sofás de escay en los que se te pegaban las piernas con el calor y dolía despegarse, hasta la pelea doméstica por tener una tele en color. En mi casa tardó mucho en llegar por que mi padre decía que la anterior "no estaba rota y se veía bien". La compra masiva de la tele nueva para ver en colores fue en 1982 durante el Mundial de fútbol, y sobre todo a plazos. Yo era muy pequeña, pero me ha sorprendido la manera en la que puedes tirar de un hilo y traer al presente esos pequeños recuerdos de cuando eres niña.

-Supongo que el salto a la literatura "para adultos" habrá sido un paso natural, que no se habrá sentido insegura en su nuevo desafío: al fin y al cabo se trata, en ambos casos, de contar una historia. ¿Ha sido así?

-En realidad no lo he vivido como un salto porque no era una meta. Si hubiese permanecido escribiendo toda mi vida literatura infantil y juvenil, no me hubiera sentido menos realizada. Esta vez, simplemente, la historia requería una experiencia vital para ser entendida. Fue lo que quería contar, lo que me pidió un destinatario adulto. Y la verdad es que me he sentido muy bien. Creo que seguiré escribiendo ambas cosas en el futuro.

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