Cultura

Guerra contra el cliché

  • La nueva recopilación de artículos de Juan Bonilla muestra la habitual mezcla de erudición, frescura y voluntad de rehuir lo consabido.

BIBLIOTECA EN LLAMAS. Juan Bonilla. Renacimiento. Sevilla, 2016. 284 páginas. 18 euros.

A Juan Bonilla se le ha reprochado el ingenio -o, como él mismo dice, la tendencia a 'perder el alma' por un juego de palabras- desde que se dio a conocer como el brillante escritor que siempre ha sido, una extraña o paradójica recriminación que no descalifica su estilo irónico, irreverente y felizmente incompatible con cualquiera de las tediosas formas que adopta la solemnidad, sino más bien el gusto o el criterio de quienes desconfían de la agudeza. Tanto los poemas del jerezano como sus relatos o sus novelas abundan en hallazgos verbales que no contradicen el evidente talento narrativo y de alguna manera relacionan su escritura, aunque no de un modo directo, con la de los vanguardistas a los que ha frecuentado y cuyos itinerarios conoce como muy pocos entre nosotros. Alejado, sin embargo, de los devaneos experimentales, Bonilla apuesta por la claridad y nunca pierde de vista lo que la realidad -o mejor dicho la vida, con sus dones y sus miserias- tiene de fascinante. Es lo que busca en sus libros de creación y lo que encuentra, como lector agradecido, en los libros que le interesan.

En calidad de periodista, de crítico o simplemente de escritor en periódicos, el autor de Biblioteca en llamas, declarado admirador de Nabokov, gasta opiniones contundentes que tienen la rara virtud de no ser previsibles. Miliciano en la guerra contra el cliché, como la definiera Martin Amis, Bonilla combina la erudición y una frescura infrecuente, no desdeña las evocaciones personales -la publicación de su primer libro de relatos, el orden o desorden de sus estanterías, los escarceos de bibliófilo empedernido, el importante premio concedido a su última novela- y maneja un sentido de la actualidad que le permite ignorar la novedad o encontrarla en caminos ya antiguos o poco transitados, aunque tampoco eluda entrar al trapo en las polémicas del día. Como los de otras entregas anteriores del mismo género, los textos reunidos en esta Biblioteca conforman una miscelánea que su autor ha dividido en reseñas, obituarios y artículos de opinión, pero más que la clasificación importa el tono y el hecho de que todos ellos contienen ideas y se leen con placer, dando la razón al articulista cuando hablando de la crítica diferencia los "textos yedra" -es decir ancilares, necesitados de otros en los que apoyarse- de los que tienen valor por sí mismos.

Del mismo modo que aboga por la poesía que se encuentra "en todas partes", no sólo en los asuntos prestigiados que llamamos 'poéticos', Bonilla reivindica, a propósito de la Historia mínima de Mainer, la "literatura que no pasa por literatura", esto es, la que seduce más allá de las lindes o las preceptivas. El Zarathustra de Nietzsche, la lucidez visionaria de Orwell o el genio apropiacionista de Unamuno, reinventor del Quijote, han sido muchas veces glosados, pero las observaciones del crítico aportan matices y por otro lado se extienden a autores ignorados por el canon como el 'fracasado' Cansinos, el ramonista López Rubio, el doliente Julio Mariscal o la conocida y desconocida Gloria Fuertes. Cuatro canallas en distintos grados -Ruano, Sachs, Ibáñez Langlois y el no tan fiero Bukowski- son juzgados con cierta simpatía, no extensible a otros dos de indudables cualidades a los que no se condena desde un moralismo de vía estrecha: el repulsivo Céline, odioso por su pegajosa impugnación de la vida, y el Houellebecq último de la inverosímil Sumisión, "con su aspecto de travesti avejentado". Entre las piezas dedicadas a la "gente que ya no está", sobresalen las que recuerdan a dos editores excepcionales, la para siempre joven Ana Santos Payán, que lo fue de El Gaviero, y el maestro Jaume Vallcorba, uno de los grandes de las últimas décadas. Al bloque de los artículos 'de opinión', todos de tema literario, pertenecen algunos de los más ligeros o mordaces y también los más divertidos, que por ejemplo denuncian "la voz hueca y grave" (que significa, según precisa, tumba en inglés) de buena parte de la poesía actual más reconocida, caracterizan a renombrados autores de la Edad de Plata -en una imagen menos chocante de lo que parece a primera vista- como imposibles pero potenciales "blogueros de antaño" o dan cuenta de una regocijante historia, relacionada con la protagonista de unos famosos versos de Borges, cuya peripecia muestra las delgadas fronteras que separan la realidad de la ficción y a la vez ilustra, con castigo ejemplar, el entrañable tópico del alguacil alguacilado.

Mención aparte merece el epílogo, titulado La velocidad correcta, un relato abiertamente autobiográfico -dirección ya apuntada en varios de los cuentos de Una manada de ñus (2013) o de los Poemas pequeñoburgueses (2016)- donde un escritor a punto de cumplir el medio siglo encuentra después de muchos vagabundeos y momentos de penosa insolvencia la casa donde piensa pasar junto a su mujer el resto de sus días. El relato, excelente, uno de los mejores de un autor que los ha escrito muy buenos, tiene algo no sólo conmovedor, sino extrañamente terapéutico. No trata de nada extraordinario y lo hace con el humor, aquí cercano a la autoparodia, que asociamos a su manera. Hay una mudanza, un gato, un naranjo y una higuera. Entran ganas de bien vivir -muy "poquito a poco"- cuando acabas de leerlo.

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