Izabella Godlewska · Arquitecta, pintora y escultora

"No puedo olvidar el daño que Rusia y Alemania hicieron a Polonia"

  • Una especie de mujer del Renacimiento con una vida de novela. Huyó de su casa en 1939 por la invasión rusa y alemana. En los años 50 se vino a España por amor al diplomático gaditano Eduardo Aranda Carranza.

–Mujer y arquitecta en los años 50. Debía ser una novedad, al menos en España.

–Cuando me licencié incluso en Inglaterra éramos muy pocas aún. En mi curso yo era la única. Además era muy joven, empecé la carrera con 17 años y terminé con 23. Con 24 años era arquitecta. Y me vine a España a trabajar.

–¿Cómo consigue trabajo una arquitecta en un mundo tan masculino?  

–El jefe de la Embajada de Polonia en España, el conde Potowski, era muy amigo de la familia. Cuando Eduardo y yo nos hicimos novios y tomamos ese paso, que yo viajara a España sin estar casada, era bastante atrevido para la época, en 1956. Pero mis padres respetaron mi decisión. Escribieron al conde y me buscaron a Mariano Garrigues. Allí estuve trabajando hasta que me casé en 1959. Después trabajé con el arquitecto Germán Álvarez de Sotomayor, hijo del pintor.

–¿Qué podía aportar una mujer o qué se le permitía hacer en aquella época?

–Yo era la segunda arquitecta y a Garrigues le gustaba porque podía aportar ideas distintas, por mi formación británica. Estaba en pleno proyecto de un edificio en Madrid, en la calle Fortuny, con múltiples propietarios, y era pesadísimo. Hicimos un proyecto de Escuela de Veterinaria muy bonito. No se llegó a realizar por problemas económicos. Hablaba con los profesores de Veterinaria en Madrid y les preguntaba lo que querían. Eso era algo inédito. 

–Se casó y tuvo que dejar la Arquitectura. Las convenciones pudieron.

–Dejé el estudio, pero no la arquitectura. Seguí a Eduardo en su carrera diplomática. Cuando volvimos de su primer destino, Haití, intenté convalidar el título de Oxford y nunca pude porque nos mandaron otra vez fuera, a Roma. Estar casada era lo importante, ser parte de la vida de Eduardo. La arquitectura era lo segundo. No iba a tirarla por la ventana, pero se fue diluyendo, y así llegué a la pintura y la escultura. Aun así en Roma pude proyectar el edificio del Paseo Marítimo de Cádiz, con José Luis Suárez.

–Con 83 años y toda una obra a sus espaldas, sigue pintando.

–A través de los paseos diarios que he hecho por el Retiro, donde estaba mi exposición, me han venido ideas de las sombras de los árboles sobre el suelo. Me fascina porque son formas naturales, proyecciones de sombras y luces.

–¿Veremos otra exposición?

–Si yo pensara en exposiciones, creo que no pintaría. Me encanta como experiencia, encontrarme con los visitantes. Como cuando alguien te quiere comprar una obra. Pero siempre me cuesta exponer. Y no me gusta que digan que soy una señora que pinta. Aquí está mi obra y lo que he logrado hacer a lo largo de mi vida. La escultura pone punto y final a mi creatividad, es donde se cuadra el círculo. 

–Dejó Polonia hace 75 años. Ha vuelto en varias ocasiones pero nunca regresó de verdad.    

–Polonia es el único país de la órbita soviética que no tiene una ley de compensación y no ha llegado a solucionar el problema de la devolución de lo confiscado por el comunismo. De todo lo que tenía mi familia, muchísimo, no me queda nada. Seguimos la batalla, pero me duele no poder recuperar al menos algo para dejar a mis tres hijos.    

–¿Se puede perdonar? Usted es creyente y no habla con rencor.  

–No puedo olvidar. Es mi deber, porque mi familia es parte de la historia de la nación. Cuando nos fuimos, en 1939, a nadie se le ocurrió que no íbamos a volver. En los años 40, ya en Inglaterra, sé que voy a vivir y trabajar allí, pero no tengo mi propio país. En casa nunca se hablaba con rencor, pero se ha cuidado la identidad.   

–Polonia se ha visto siempre atrapada entre rusos y alemanes, es un destino trágico.   

–Nos quitaron todo. No creo que jamás pudiera tener como amigo a un ruso o a un alemán. Tengo como una barrera de conciencia por cómo esas naciones se comportaron.  Los años 30 llevábamos dos décadas reconstruyendo Polonia tras la Primera Guerra Mundial. Y después de veinte años, vienen estos monstruos y otra vez nos quitan todo. No me puedo olvidar de eso. A Alemania, la perdedora, le fue mejor con el Plan Marshall que a nosotros, que ganamos. Pero no puedo olvidar el daño tan grande que hizo Alemania, como Rusia. Mataron a millones de polacos. No sólo a los judíos. Y de los rusos, de niña me daban miedo por lo bárbaros que eran. Para ellos no existe el sentido del bien y del mal. Me da mucha rabia ver lo que hace Putin. La jugarreta actual de Putin es puro bolchevismo. Lo que han hecho en Crimea forma parte de esta mentalidad: actuar, conseguir y luego ya se verá. 

–¿Para Polonia valió la pena tanta sangre derramada durante décadas?

–Yo tengo la sensación de que todos nosotros luchamos por la libertad de Polonia. Conviví con los pilotos polacos exiliados en Inglaterra que combatieron. Muchos no llegaban de sus misiones.  Se luchó por la libertad de Polonia, y Polonia hoy la tiene. Polonia no perdió su dignidad.

–Habla de política con mucha pasión.

–Como esposa de diplomático, la mujer se acostumbra a callar. Ahora estoy como más libre.  Llevo dos años en Madrid y veo que las nuevas generaciones no saben lo que ocurrió en el centro y Este de Europa. España, históricamente, como Inglaterra, no ha necesitado mirar para fuera, al ser un gran país. Por eso no saben casi nada de Polonia.

–¿Cómo recuerda la huida de su casa con sólo ocho años de edad?

–Los tanques rusos se estaban acercando, habían cruzado la frontera. Mi padre, que era senador, decidió que teníamos que escapar. Era el 15 o 16 de septiembre de 1939. Montamos una caravana de coches. Mi hermano Karol, de 17 años, conducía un camión cargado de barriles de alcohol (no había gasolina). Llegamos a la frontera con Lituania. Dejamos atrás toda nuestra vida y nuestra historia. Una finca de 400 hectáreas. Pensábamos que nos íbamos para tres semanas. Pero mi madre en el fondo sabía que iba para largo. La idea era ir al sur a Rumanía, porque se supone que su Gobierno apoyaba a Polonia. Pero tuvimos que cambiar de rumbo. Al final llegamos a Vilna. 

–Pero aquello no era más que empezar. Cruzaron media Europa huyendo de las sucesivas invasiones nazis. 

–Tras pasar las navidades en Lituania, emprendimos viaje a Francia porque habíamos conseguido un visado. Tuvimos que pasar por Letonia, Suecia, Dinamarca, Bélgica. En Vilna, ya tomado por los rusos, cogimos un Junker gracias a que mi padre se disfrazó de portamaletas en el aeropuerto. Por fin llegamos a Estocolmo. Éramos felices. Tomábamos leche. La libertad.

–En Francia tuvieron que huir del régimen de Vichy. Consiguieron alcanzar costas inglesas en un barco mercante de corcho que salió de Gibraltar. ¿Cómo vive una niña tantos meses de pesadilla? ¿Nunca pensó en escribir su odisea?

–Mis padres nunca hablaron delante de nosotros, los niños. Nunca se sabe si escribiré sobre ello. Toda mi obra es como si lo escribiera. Es una búsqueda de lo infinito. Murió Eduardo, ahora estoy sola. Es un camino de soledad. Pero siempre con una sonrisa. 

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