Granada

Un viaje en patera hasta el pupitre

  • Desorientados, perdidos pero con un claro proyecto de futuro en mente; así llegan a la costa cada año decenas de niños marroquíes que ven en Motril una puerta de entrada hacia Occidente y hacia la vida.

En el centro de menores Ángel Ganivet hay luces que no se apagan hasta bien entrada la noche. En su habitación un niño lee hasta tarde el diccionario español-árabe. Tiene que aprender el idioma lo antes posible para poder terminar los estudios y ponerse a trabajar cuanto antes. La oscuridad, el frío, el olor del mar y el mareante vaivén de la embarcación neumática ya no son más que una estampa del pasado. Ahora, con los pies en España, es el momento de cumplir el sueño con el que salió de su pueblo marroquí: conseguir formación y un trabajo.

Como él, cada año se juegan la vida en el mar decenas de niños inmigrantes en un viaje premeditado con los padres. Las alarmas saltaron en Granada el pasado 2 de marzo, cuando los servicios sociales atendieron estupefactos a una patera en la que viajaban cerca de 40 menores no acompañados. El fenómeno migratorio volvió a dar un giro inesperado después de unos años (2006 y 2007) en los que prácticamente había desaparecido la llegada de niños.

"En un momento determinado los niños dejan de venir y en 2011 otra vez empiezan a llegar. No sabemos qué pasa, pero está claro que tiene más que ver con lo que pasa en el país de origen, en Marruecos, que con Granada", explica la delegada de Igualdad y Bienestar Social, Magdalena Sánchez.

Y cuando los centros estaban más vacíos que nunca, vuelve a cobrar fuerza el fenómeno. Actualmente hay 166 menores extranjeros en los centros de la provincia, de los que 120 son de Marruecos. Isabel Extremera es la directora del centro de acogida inmediata Ángel Ganivet, donde los menores pasan los tres primeros meses de su estancia. Luego, pasarán a una de las 360 plazas residenciales que hay en la ciudad. Esta será su casa hasta que cumplan los 18 años.

"Cuando llegan echan de menos a su familia, pero casi ninguno se plantea volver; a los tres meses, ninguno volvería", explica la directora del centro Ángel Ganivet.

Tampoco las familias se preocupan en exceso. "Ellos lo viven como los padres españoles que tienen a su hijo estudiando en Santander", asegura Extremera. Por eso, los niños viven como un fracaso tener que volver a su país sin haber conseguido un título y un trabajo que les permita mandar dinero a sus familias.

"El objetivo más ansiado para los niños es llegar a ser camareros. También les gusta todo lo relacionado con la mecánica y el corte y confección; sin embargo no les gusta nada la tarea de limpiador", explica Isabel Extremera.

Nada más llegar a los centros de atención inmediata, los niños son atendidos por un mediador intercultural. Se dan una ducha, comen algo y se les explica dónde están. Luego se les adjudica una plaza en un centro que será su casa hasta que cumplan la mayoría de edad.

Una de las primeras tareas que acometen los trabajadores de los servicios sociales es localizar a las familias de los pequeños, aunque prácticamente ninguno va de vuelta a su país de origen, bien porque no se localiza a su familia o bien porque la familia no es capaz de garantizar las condiciones de vida adecuadas al menor. Y es que, una vez que el niño está en España, y siempre que no venga acompañado por algún familiar, es la Junta la que tiene su tutela y, por tanto, tendrá que garantizarles que sus condiciones de vida son las adecuadas.

Después de someterse a un exhaustivo examen médico, los niños son escolarizados en institutos de la ciudad. El trabajo no es fácil, suelen llegar en plena adolescencia, apenas han estado escolarizados y no saben español. Aún así hay un grupo de unos 20-25 que consiguen sacarse el título de la ESO.

La mañana empieza con la ducha, el desayuno y las clases en el instituto. Al mediodía comen en el centro y ya por la tarde acuden a clases de español, informática o habilidades sociales, según el día.

Como en todos los grupos hay algunos que no quieren estudiar, así que a los 16 años se les busca formación en talleres y a los 18 se les inserta en un grupo de emancipación. Si han sabido aprovechar el tiempo, a estas alturas tendrán formación, un trabajo y un permiso de residencia. Todo lo que han recibido hace que les mereciera la pena jugarse la vida un día en el mar. Mientras, Marruecos sigue volviendo la cara al problema, y la Junta sigue invirtiendo miles de euros en sus menores. 

Un grito de ayuda por toda España

"Marruecos no termina de asumir lo que pasa en su país ni hace nada por evitarlo". Con esta amarga declaración, la delegada de Bienestar Social volvió a recordar que es indispensable llegar a acuerdos internacionales para tomar medidas en los países de origen de los menores y actuar en la raíz del problema. Mientras tanto, hizo un llamamiento al resto de comunidades autónomas para que "sean corresponsables y para que el coste que tiene mantener a estos niños sea repartido". La delegada de Bienestar Social insistió en la necesidad de hacer un llamamiento para que "al menos sean corresponsables otras comunidades autónomas. Cada vez llegan niños más pequeños que se juegan la vida en el mar", explicó. Y añadió que hasta finales de año el perfil dominante en los centros de acogida eran grupos de hermanos nacionales.

Recursos repartidos por Andalucía

Una vez que la patera llega a territorio español la Administración tiene la obligación de darle respuesta a los menores, donde sea. De ahí que no siempre los niños que llegan a la Costa de Granada se queden en la provincia. Y a la inversa, muchos de los niños que llegan, por ejemplo, a Cádiz vienen a Granada. Los dos centros de acogida inmediata de la capital intentan tener siempre plazas libres por si, inesperadamente, llega un patera. "En Nochebuena nos llamaron para articular recursos de emergencia y así evitar que los niños de una patera recién llegada pasaran la noche en comisaría", explica la delegada de Bienestar Social. Para cubrir toda esta demanda, además de los centros de acogida inmediata la Delegación cuenta con el apoyo de 16 centros colaboradores que también ponen al servicio de los menores sus plazas.

Unos vínculos afectivos con los tutores de por vida

El trabajo de los profesionales de los centros de acogida con los niños es tan intenso que, muchos de los menores traban fuertes vínculos afectivos con ellos y, cumplida la mayoría de edad siguen en contacto. Isabel Extremera recuerda varios casos de menores que despuntaron entre sus compañeros por presentar un comportamiento absolutamente ejemplar. Alumnos con un alto grado de implicación, muy disciplinados y responsables. "La mentalidad en sus países es muy distinta a la nuestra. Allí, un chico de 13 años ya está pensando en salir de su casa y empezar a trabajar para ganar dinero", explica José Antonio Puerta, jefe del Servicio de Menores en la Delegación provincial. Obviamente el trabajo con los niños no es fácil. Como en todo grupo humano hay otros menores con problemas de conducta que no muestran ningún tipo de interés y a los que hay que ofrecer más recursos y apoyo. "En general los niños cuando terminan el periodo formativo valoran mucho lo que has hecho por ellos y lo que han conseguido", explica la directora del centro Ángel Ganivet.

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