Granada

Un techo de la Alhambra en el exilio

  • El artesonado de la Torre de las Damas se reconstruyó en 1964 El original era propiedad de un alemán que se lo llevó a su país a finales del XIX El auténtico se expone en Berlín

EN 1964 se hizo y colocó un techo cupular de madera en la Torre de las Damas de la Alhambra. Este techo lo construyó, a partir de unos dibujos y calcos del siglo XIX, el maestro ebanista José Romera Baena, bajo la supervisión de Jesús Bermúdez Pareja y, desde esa fecha, es el techo que luce la sala del mirador del palacio de la Torre de las Damas, una estancia que, aunque habitualmente se encuentra cerrada, se resentía de la ausencia de un techo que formalmente es muy interesante.

Pero ¿qué pasó con el techo original? Esa es la cuestión que hoy nos ocupa y, para desvelarla, tenemos que volver nuestra mirada hasta finales del siglo XIX, en el que la Torre, pórtico y mirador de las Damas eran propiedad particular, al igual que ocurría con un gran número de construcciones y parcelas del solar de la Alhambra. Este proceso de privatización, que se inició tras la ocupación cristiana de la ciudad, fue adquiriendo una gran importancia a lo largo de los siglos XVIII y siguiente, llegando muy fragmentada la propiedad del territorio de la Alhambra a los años finales del XIX, siendo el propietario de este sector un súbdito alemán llamado Arthur Gwinner Dreiss.

Con la declaración de Monumento Nacional en 1870, y apoyándose en la Ley de Expropiaciones Forzosas de 1879, el Estado comienza a abrir expedientes de expropiación y a realizar negociaciones para restituir la integridad del solar bajo la unidad medieval perdida. Este es el caso de la Torre de las Damas, que es cedida por Gwinner en escritura pública otorgada en Madrid en 1891, reservándose una pequeña finca en el sector, que finalmente tuvo que vender, por el expediente de expropiación que se siguió. Al parecer, también se reservó el derecho, a modo de compensación, sobre el bien mueble que constituía el magnífico techo que nos ocupa y, tras desmontarlo, lo envió a su casa en Alemania, aunque previamente se sacaron planos y calcos que quedaron depositados en la Alhambra. Cuando Torres Balbás procedió a la restauración del palacio, colocó una placa que recordaba la cesión y que tenía el siguiente texto: "Esta torre, llamada de las Damas, y por otro nombre del Príncipe, fue cedida gratuitamente al Estado por su propietario her Arthur Gwinner Dreiss, de Frankfurt del Main, en 12 de marzo de 1891, para su restitución a los alcázares de la Alhambra, de los cuales formó parte hasta 1828".

La cuestión es que el techo estuvo viajando de una a otra parte de Alemania, hasta que el Estado de la extinta República Federal de Alemania la adquirió, en 1978, a los herederos de Gwinner, para engrosar las colecciones de arte árabe que se iban creando en los museos de Dahlem que se encontraban en la parte del Berlín Occidental, durante la Guerra Fría. Ya que, al haber quedado la Isla de los Museos en zona Oriental, había que duplicar las instituciones culturales que demostraran la bonanza de una forma de Estado con respecto a la otra. Por tanto, allí estuvo el techo de la Alhambra hasta comienzos del siglo XXI, en el que, al producirse la reunificación de Alemania tras la caída del Muro de Berlín, esa duplicidad no tenía sentido y se añadió a las colecciones del magnífico Museo de Pérgamo, donde se luce en la actualidad junto a las colosales murallas de Mshatta, los estucos de Samarra y otras piezas islámicas de primer nivel.

Así, volvemos a 1964 y a la restitución del techo por la Alhambra que, según Jesús Bermúdez, se hacía con la intención de que fuera provisional, pues cuando da noticia de ello, tiene la esperanza de que pueda ser devuelto por los herederos al Estado español y, de esa forma, se pueda volver a lucir en su sitio original, ofreciéndole la Alhambra, a cambio, el nuevo techo granadino. Algo que, como hemos visto, no se produjo.

El techo es una obra maestra de la carpintería hispano-musulmana que se puede datar a caballo de los siglos XIII y XIV y que tiene, como característica principal, el modo en que va adaptando, a base de pequeñas pechinas triangulares, el espacio cuadrado en el que se encuentra, a un polígono de ocho lados y, desde ahí, con similar solución, a los dieciséis lados definitivos. Una vez conseguida la forma final, un ancho friso de mocárabes sirve de apoyo a los dieciséis paños que se elevan para culminar en una tablazón plana, decorada con una estrella de otros tantos picos, formando la estructura cupular tan original. Un detalle muy interesante es ver cómo, en las primeras piezas triangulares que convierten el cuadrado en octógono, se sitúa un hueco de ocho lados en el que se inserta una pequeña cúpula de mocárabes. La importancia de esta techumbre hizo que se incluyera en el magnífico catálogo de la exposición Al-Andalus, las artes islámicas en España que se inauguró el 19 de marzo de 1992, dentro de la programación cultural de la Expo 92 y que, durante unos meses, vistió lujosamente los muros de la Alhambra. Nunca desde su ocupación original por la dinastía nazarí, estuvo la Alhambra tan bien decorada.

Hasta aquí la aventura de un techo medieval que desde sus maderas ataujeradas vivió la inquieta historia de España, sobrevivió a las dos guerras mundiales estando inmerso en ellas y formó parte de la última guerra mundial del siglo XX: la Guerra Fría, siendo hoy una de las piezas más preciadas de la reunificada Alemania que se erige en líder de Europa.

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