Granada

Cuando las fiestas del Corpus hicieron de la noche un hermoso día

  • La fiesta grande de Granada transformaba la fisonomía de Bib-Rambla, Plaza Nueva o el Pilar del Toro

SOLO la guerra devastadora que hemos sufrido, pudo suspender por seis años los luxosos y extraordinarios cultos, con que Granada celebraba la fiesta del Santísimo Sacramento, en el día memorable del Corpus. En este pues de 1815, en que la España goza ya de los opimos frutos de sus victorias en medio de la más dulce paz, la muy noble y leal ciudad de Granada decretó se renovase todo el brillante y lucido aparato, que desde el tiempo de su conquista preparaba anualmente para tan célebre solemnidad".

Así comenzaba el folleto que explicaba las decoraciones de la plaza Bib-Rambla y las ideas que en ellas se encerraban para la primera celebración del Corpus desde la ocupación francesa de Granada. Como se desprende de este texto, la celebración del Corpus no era una festividad más en la ciudad, sino que era la más importante, con diferencia, y en la que la ciudad se volcaba con un entusiasmo especial. De hecho, la fisonomía de Bib-Rambla cambiaba radicalmente y otros espacios como Plaza Nueva, el pilar del Toro o la Pescadería también se transformaban.

Sobre las decoraciones para las fiestas se ha escrito mucho y se han conservado un buen número de impresos con las descripciones de las mismas, pues no solamente se trataba de ornamentar los espacios públicos para el paso de la custodia, sino que además se argumentaban serios pensamientos teológicos a través de una rica iconografía que salía a la calle y cuya comprensión era difícil para los no iniciados. De hecho, a esas imágenes con textos en verso que explicaban esos misterios, se las denominaban jeroglíficos. En el amplio discurrir de las festividades, también hubo años en que las decoraciones estuvieron dedicadas a algún hecho político o militar importante, tal y como ocurrió durante el Corpus de 1782, fecha en la que España obtuvo una gran victoria con la recuperación de Menorca, que se encontraba en manos inglesas de forma intermitente desde la Guerra de Sucesión española y, de forma definitiva, desde el Tratado de París de 1763.

Habían transcurrido 74 años de la pérdida territorial y, cuando España se alió con Francia frente a Inglaterra en la Guerra de Independencia americana, la alianza franco-española inició el asalto a Mahón en agosto de 1781 que culminó con la toma en febrero de 1782. Poco después se volvería a perder la estratégica isla, pero eso ya es otra historia. A nosotros nos interesa el Corpus de 1782 y las decoraciones alusivas a la conquista de Mahón por las tropas españolas, que quedaron registradas en una amplia publicación de 44 páginas, en la que se describen las transformaciones urbanas producidas para conmemorar la festividad sagrada y la militar.

Para empezar, se construyeron 60 arcos de 5 metros de ancho por 10 de alto, con sus respectivas columnas, creando una especie de calle entre las fachadas de la plaza Bib-Rambla y ellos. Dicha calle se entoldó en blanco y azul, colgándose arañas de cristal de ocho luces. Por dentro, se decoró con pinturas que representaban arboledas, florones, coloridos pájaros, jardines, cenadores y fuentes; todo ello iluminado por doscientas antorchas. Sobre ellos, dieciséis grandes lienzos que se alternaban con espejos y cornucopias de marcos dorados y tallados. Al medio de cada una de las calles, una hornacina con cuatro esculturas que representaban las cuatro partes del mundo y, junto a ellas, otros tantos balcones pintados de verde, en los que había cuatro coros que cantaban al paso de la custodia.

Por la parte de fuera, cada arco estaba iluminado con faroles y las columnas con antorchas y, sobre los arcos, lienzos con escenas de batallas por tierra y por mar, representándose en uno de los principales la Toma de Mahón. Por el recorrido se repartían estatuas de Palas, Semíramis, Cenobia, Marte, Aquiles, Héctor, Escipión y otros héroes y guerreros que escoltaban los escudos reales y las armas de la ciudad.

En el centro de la plaza se levantaba el gran altar que tenía forma de tabernáculo de 37 metros de altura con cuatro arcos de orden dórico, uno en cada costado, cuyas pilastras y cornisas estaban cuajadas de trofeos y coronas de laurel, mientras que de las claves pendían sendas arañas de cristal. Sobre los arcos, un cuerpo de luces en forma de cúpula con linterna que se coronaba con una granada gigante entreabierta, que soportaba una escultura de la Fama, alada y tocando el clarín, proclamando la victoria. Escoltando la cúpula, y en cada uno de los ángulos del templete, había cuatro pabellones con arañas y fuentes y, ante cada uno de ellos, un oficial inglés sentado como prisionero de honor.

En el interior del tabernáculo, ocho lienzos con las conquistas franco-españolas hechas a los ingleses en América, acompañadas de espejos y florones de plata. En el centro, una gran columna de doce metros de altura con una imagen de la Fe y, en las gradas que la sostenían, soldados y marineros ingleses apresados, rindiendo tributo a la Fe católica.

Todo el conjunto se encontraba rodeado de un fingido jardín con arcos de mirto y más de cuarenta surtidores. También se engalanó la fuente del Leoncillo que estaba en el costado norte de la plaza. De forma similar se engalanaron Plaza Nueva y el pilar del Toro, destacando también el altar de la Pescadería en su confluencia con Bib-Rambla, pues allí comenzaban los jeroglíficos, con su clave interpretativa, que permitía leer el resto y que discurrían por las calles entoldadas hasta el Zacatín.

Los jeroglíficos se componían de unas imágenes pintadas con poemas bajo ellas, en diferentes métricas: décimas, octavas, sextinas, etc. Por ejemplo, el número 88 del Corpus de 1736 tenía como pintura "una mano, que salia de una nube, con una cornucopia, que derramaba coronas de flores", mientras la letra decía: La mucha copia envilece / tanta corona olorosa / Pero no así la que hermosa / el Sacramento te ofrece / en la carne más sabrosa. Es tentador ver cómo estos emblemas son los que con el paso del tiempo y la llegada de gobiernos liberales fueron perdiendo su afinidad religiosa o laudatoria de la monarquía, transformándose poco a poco en nuestras actuales carocas. De hecho, en el periódico monárquico La Fe de Madrid, apareció el 26 de junio de 1886 un amplio artículo quejándose de lo impropias que eran las carocas y como se habían dado sus orígenes religiosos.

Como vemos, las fiestas del Corpus no solamente tenían un componente religioso, sino que en algunas ocasiones era propagandístico. Así pasó en 1782, y volvería a pasar en 1892, con motivo del IV centenario de la toma de Granada y el descubrimiento de América. La decoración, en aquella ocasión más modesta, se resolvió con una gran bola del mundo encaramada a un castillete, sobre la que se alzaba la Fe, mientras la falsa arquería de la plaza se conservaba, aunque con mucha más sencillez que en el pasado. Lo que si se mantendría es la procesión por el efímero claustro de Bib-Rambla, con esa comitiva de vencidos que es la Tarasca y cuanto antecede, finalizando el cortejo con la Custodia, dando el brillo y esplendor deseado por los granadinos. Brillo que, según nos cuenta el impreso de 1782: "…bien dicen, que hicieron de la noche un hermoso día en una y otra Plaza, pues pasaron de dos mil las luces, cuyos brillos, especialmente en el Altar de en medio de la Plaza Mayor, reflexando en los espejos, en el dorado y plateado, y en lo verde y cristal del jardín y de las fuentes, recuerdan al que esto escribe lo que se dixo en el poema Gozo y Corona de Granada, en la proclamación del Rey nuestro Señor Don Carlos Tercero…" Y es que otra de las grandes festividades eran las proclamaciones de nuevos monarcas e incluso sus honras fúnebres. Todas estas alteraciones políticas se trasladaban al pueblo mediante la fiesta barroca, apabullándolo a través de los sentidos. Para quien quiera profundizar más en este tema, nada mejor que echar un vistazo al libro Fiesta y arquitectura efímera en la Granada del siglo XVIII de la profesora María José Cuesta García de Leonardo y se dará cuenta de la cantidad y calidad de los actos festivos del Antiguo Régimen.

¡A divertirse como locos! Que dicen que dijeron los Reyes Católicos al instituir el Corpus como fiesta grande de Granada.

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