Granada

Comidas y cenas navideñas: cómo acertar con el vino

  • Recomendaciones. No es tan complicado como parece: basta seguir unas sencillas y lógicas reglas. Y si aún así no se atreve, hágase asesorar en su tienda de vinos.

VAMOS a recibir a amigos o familia en casa o somos nosotros los invitados. En el primer caso nosotros hemos creado el menú y sabemos más o menos a qué atenernos a la hora de elegir uno o varios vinos. En el segundo, lo tenemos más difícil a no ser que, naturalmente, preguntemos a nuestros anfitriones qué vamos a comer. Pero tampoco es imposible acertar. Voy a darles unos pequeños consejos prácticos para elegir el vino adecuado. Recordemos que el vino debe realzar el plato al que acompaña y viceversa. Al igual que en los matrimonios, hay parejas bien y mal avenidas. No depende tanto de si los cónyuges son buenas personas y desean lo mejor el uno para el otro como de si hay "química" entre ellos. Pues bien, esa es la "química" que vamos a buscar a la hora de elegir el vino perfecto para un plato, de forma que ese "matrimonio" se convierta en una experiencia gastronómica inolvidable.

Pongámonos en el caso de que somos los anfitriones y hemos elaborado un menú siguiendo unas reglas tácitas que todos aplicamos aún sin reflexionar acerca de por qué lo hacemos así: comenzamos siempre por las viandas más delicadas, como marisco o un consomé, para continuar con un pescado y luego con una carne; o pasamos a un solo plato principal (de pescado o carne); luego vienen los postres… Y la sobremesa. Si se fijan, los platos van in crescendo en sabor y potencia: lógico, ya que si fuera al contrario, los manjares más delicados nos resultarían bastante insípidos tras sabores contundentes y potentes. Dicho esto, tenemos dos opciones: buscar un único vino que combine con todo o maridar cada plato con un vino diferente (no sufran, el vino que sobre lo meten en el frigorífico tapando la botella con el corcho y aguanta una semana tranquilamente).

La primera resulta muy difícil sobre todo si van a tomar marisco y carne: el marisco, delicado, necesita de un blanco fresco, floral, incluso mineral; y la carne, si es blanca, necesita un tinto con media crianza y si es roja, un tinto con entidad y cuerpo. En este caso, les recomiendo cambiar de vino entre un plato y otro. Pero si se trata de un menú compuesto por un pescado azul seguido de una carne, pueden optar por tomar un único vino tinto, más bien joven, con poca o ninguna crianza en barrica.

Para menús largos, de varios platos, hemos de procurar que los vinos, al igual que las viandas, compongan una serie que vaya de menor a mayor potencia. Empezaremos con un blanco joven o incluso una manzanilla de Sanlúcar para acompañar mariscos y moluscos: ambos realzarán su sabor y, en el caso de la manzanilla, sus tonos yodados y salinos. Si después tenemos un pescado graso, podemos optar por un vino blanco fermentado en barrica o por un tinto joven o de media crianza. Para la carne, si es blanca (ave, cerdo o ternera blanca) podemos continuar con el tinto anterior; y si es carne roja, iremos a Reservas y Grandes Reservas. Para los postres, no duden en servir un Pedro Ximénez de Jerez o Montilla-Moriles, un tinto dulce natural, por ejemplo del Levante español, o un vino de naranja del Condado de Huelva. Incluso un buen Oporto, si es posible Vintage. Todos van bien con los postres a base de chocolate, de frutos secos o de naranja y con los dulces navideños. Y recuerden: cada vez que cambien de vino, cambien de copa.

También tienen la opción de hacer toda la comida con un vino espumoso, un cava o un champagne. Y, francamente, es la mejor elección si somos nosotros los invitados, evitándonos preguntar acerca del menú. Eso sí, buscaremos un vino Brut o Brut Nature, que son los más secos y de preferencia con larga crianza (en la etiqueta se indica con las menciones Reserva y Gran Reserva) que aguante cualquier plato. Si lo elegimos con menos estructura nos parecerá beber durante la comida agua con gas: el plato habrá ganado la riña conyugal. Sin embargo, los vinos espumosos no deben ser servidos al final de una comida como es -mala- costumbre en nuestro país, ya que al llegar a los postres solemos estar ahítos y una bebida con anhídrido carbónico no ayudará a nuestra digestión. Por contra, son perfectos como aperitivo.

Los vinos dulces pueden acompañar la sobremesa sin necesidad de recurrir a los espirituosos, para aquellos que prefieren bebidas con menos contenido alcohólico.

Ya ven, no es tan complicado: si siguen su instinto, éste les guiará y verán que ustedes solos ordenan los vinos de una forma determinada que, sin embargo, sigue el patrón que acabo de darles: la lógica. Pero si aún así todo esto les sobrepasa y quieren estar seguros de acertar, pidan consejo en su vinoteca: sabrán recomendarle lo más adecuado. También en grandes superficies como Hipercor, El Corte Inglés o Carrefour disponen de personal especialmente formado para aconsejar a los compradores. Pregunte, que el que más pregunta es el que más termina sabiendo.

Y por último recordarles: si elegimos los mejores langostinos, el besugo más fresco, el cordero más tierno, sin que el precio sea el factor determinante, sino la calidad… ¡No escatimen luego en el vino! Forma parte del escenario gastronómico que van a disfrutar, con tanta entidad y fuerza como la comida. Hasta para cocinar, use buen vino. Cuánto más para beber… O para regalar: porque regalar vino es regalar felicidad.

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