Granada

La 'Puertarrás' de los granaínos

  • Ni hay puerta, ni ya es real; ahora es dominio de la LAC. La librería Costales es hoy un banco y el Suizo, un Burger King. Pero queda un río secreto en sus entrañas y un granado medio asfixiado

FUE ayer la Puerta Real de España que se levantó para que por ella entrara Felipe IV en 1624, ese rey heredero del Imperio de los Austrias que por poco nos busca la ruina con tanta guerra y tanto derroche cortesano. Pero sigue siendo la 'Puertarrás' de los granaínos, corazón de la ciudad, punto de encuentro, altavoz de justas reivindicaciones y concentración de jubilados. Un insólito granado con sus ramas espantadas espera de Correos carta de naturaleza.

Rastreo en mi memoria escenas en blanco y negro y me encuentro con aquel reventón violento del Darro en el año 1951, harto ya de ir bajo tierra. Fue un vómito de protesta por su injusta prisión; se armó de ramas, palos y agua y, gritando por las alcantarillas desde Plaza Nueva, se manifestó donde mejor se hacía oír, para que se enteraran todos. Quería lucir sus aguas pero la ciudad no lo permitió; por eso, como al niño no deseado, ni lo lavó, ni se atrevió a enseñarlo, ocultándolo como cruelmente se hacía con los deformes. No conozco ciudad alguna que se avergüence de sus ríos; y aún ahora, hay noches que lo sueño bajando para encontrarse con su hermano Genil, limpias sus aguas y aseado el cauce, en perfecto estado de revista, incoloro, inodoro, pero con sabor. Un sueño, claro.

Puerta Real de las cinco esquinas, periscopio abierto a los cinco vientos como la palma de la mano y sus cinco dedos: Reyes Católicos, cordón umbilical que la une a la ciudad vieja por la que fue Ribera de los Curtidores, cuando el río bajaba descubierto jugueteando entre puentes de nombres tan añejos: el de los Leñadores, el de la Gallinería, el del Carbón y el de los Curtidores; ya ni las gallinas ponen aquellos huevos, ni el carbón calienta, ni conozco a ningún leñador y apenas sé lo que es un curtidor. Calle con sabor de soportales y recuerdos literarios, empezaba en Correos con el letrero de Ganivet y terminaba con el inolvidable teatro Cervantes. Otra esquina se abría en el Hotel Victoria junto al Brieva de los comestibles y a los billares Granada enfrente, y se metía hacia la vega, saludando a las monjas de San Antón, quedándose en el cine Aliatar, o se "arrecogía" perdiéndose por las huertas de la Redonda, pero eso era ya el fin del mundo.

La librería Costales es hoy un banco y el Suizo un Burger King. Muy cerca estuvo un día el Corral de Comedias; por Mesones se iba a la Trinidad, haciendo estación de penitencia en la desaparecida iglesia de la Magdalena. El quinto dedo de la mano era la Acera del Casino, abierta a la Fuente de las Batallas y al Embovedado desde 1866, con las torres de las Angustias recortadas en la nieve del Veleta; a la izquierda, en el Teatro Isabel la Católica, estaba el casino. Al lado, en el Centro Artístico, quiero recordar un hermoso escaparate a modo de gran pecera donde se exhibían enormes sillones casposos con señorones a juego, apoltronados allí tanto para mirar como para ser mirados. Puerta Real y Acera del Casino, escenario de operaciones de aquellos fotógrafos callejeros que inmortalizaron a media Granada con sus especiales cámaras "digitales"; al menos yo los veía disparar accionando sus Kodaks o sus Verlisas con los dedos. Milagro sea que no haya en todas las casas una vieja foto junto a la Fuente de las Batallas y con el Aeroclub de fondo. Pero si no la encuentras en el cajón de tu vieja cómoda, pídelas a Torres Molina que nos tiene a todos. Hoy ya no hay puerta, ni es real; apenas suena el Darro y es más familiar el LAC.

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