Granada

La nostalgia lo puede todo

  • Miles de curiosos se congregan cada domingo de en el rastro de antigüedades de Maracena

Apelar a la nostalgia es una de las técnicas de venta más efectivas que se conoce. Ahí está, por ejemplo, el renacer de las modas ochenteras cada cierto tiempo. Pero la de 'Naranjito' no es la única década que vuelve. Todo vale con tal de que sea añejo y despierte emociones de otra época. Una tendencia que se demuestra en el auge de mercadillos especializados en antigüedades y segunda mano. Sin embargo, actualmente la capital no cuenta con espacios permanentes para los amantes de los artículos vintage, por lo que el rastro de antigüedades de Maracena se ha convertido en el punto de referencia para los granadinos y turistas a los que les gusta pasar el domingo recordando olores de otras épocas y jugando al regateo de precios.

En el rastro de antigüedades de Maracena hay pocas normas y formalismo, aunque para poner un puesto hay que cumplir una premisa básica: no vale lo nuevo. El mercadillo cumple a rajatabla con su nombre y no combina los artículos de primera, segunda y enésima mano como sí hacen otros espacios. Tampoco se puede vender comida en el interior del recinto ferial. En el Parque 28 de Febrero se reúne todos los domingos una multitud heterogénea de personas, entre las que aparecen anticuarios y vendedores profesionales de la tierra y de varias nacionalidades que se ganan la vida de mercadillo en mercadillo, así como aficionados que se dividen en dos grupos: los que acuden para darle salida a objetos desgastados y liberar la casa de trastos, y los que se encuentran en paro y pueden aliviar levemente su situación económica vendiendo algunos de sus recuerdos.

Con cargas familiares y sin grandes recursos, es normal que algunos de los vendedores se muestren firmes en el regateo y no dejen paso. Es el caso de un vecino de Maracena que reconoce que a sus 60 años no va al rastro cada semana por devoción, sino porque tiene una cantidad de instrumentos revalorizados que pueden ser del interés del público especializado y le viene bien ganar un dinero extra con los rastros. En el lado opuesto se encuentran el club de los que disfrutan enormemente la conversación y el tira y afloja con los clientes hasta incluso desvalorizar sus artículos o regalarlos si están de buen humor. Desde especialistas en filatelia y coleccionistas de monedas hasta hippies procedentes de la Alpujarra que llevan años recorriendo mercadillos de artesanía en furgonetas. Incluso, existe la posibilidad de aprender idiomas con los numerosos puestos regentados por gente de Francia, Alemania o Estados Unidos, países más acostumbrados al arte de la segunda mano.

En el fondo el rastro es como un libro interactivo de historia, en el que se pueden recordar momentos cruciales del desaparecido siglo XX. El visitante que compre un periódico el domingo en el ferial maracenero puede sorprenderse con que la noticia de portada de Patria es el "Franco ha muerto". Si da unos pasos más tiene la posibilidad de comprar el cartel de la Avenida del General Mola o revivir Vueltas Ciclistas que se retransmitieron en blanco y negro.

En definitiva, el rastro de antigüedades de Maracena es un micromundo en el que se teclea con máquina de escribir, la música se escucha con tocadiscos, el cine se ve en VHS, las letras huelen a papel viejo en vez de a electrónica y lo normal es irse cargado de objetos que ya no sirven.

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