Miguel Lorente. Profesor de Medicina Legal de la UGR y Director de la Unidad de Igualdad

"Si ser feminazi es defender la igualdad, me siento orgulloso de ser un feminazi"

  • Cree que el Estado se está posicionando de una manera "pasiva" ante la violencia de género y aboga por dar "alternativas" a las mujeres para salir de ella sin necesidad de denunciar.

En España cada año hay más de 700.000 mujeres que sufren violencia de género y más de 900.000 niños y niñas que viven en esos hogares donde la atmósfera es irrespirable. El pasado 7 de noviembre, la multitudinaria marcha estatal de Madrid recordó a las víctimas que no están solas. Este tipo de manifestaciones son, para Miguel Lorente (1962, Serón, Almería), una muestra clara de que la violencia de género debe de convertirse en cuestión de Estado a fin de poner en marcha todos los instrumentos para erradicar un lacra social que se cobra la vida de 70 mujeres al año. Durante la legislatura de Zapatero, fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

-¿Cómo vivió el 7-N?

-Lo viví con una ligera distancia, porque estaba aterrizando de Argentina. Llegué cuando ya terminaba la manifestación. Venía de un curso de la Fiscalía que se celebraba en Bariloche. Mi conferencia era el viernes y no hubo manera de llegar antes. Me hubiera apetecido caminar en compañía de toda esa gente, pero lo viví con muchísima ilusión, esperanza y confianza, porque creo que ese tipo de respuestas simbólicas, ese posicionamiento social unánime contra las violencias y contra los machistas es muy necesario cuando la violencia de género, la desigualdad y el machismo utiliza mucho los símbolos (la figura del padre, del orden, el papel de la mujer...). Ellos se refuerzan sobre cuestiones simbólicas para reivindicarse en sus conductas y actitudes, y creo que la mejor forma de combatir un símbolo es con otro símbolo. Yo insisto mucho en que la violencia machista es obra de 600.000, pero el machismo es obra de la mayoría de la sociedad, y si queremos acabar con la violencia hay que acabar con el machismo. No podemos pensar que la violencia va acabar porque logremos combatir a 600.000 maltratadores al año, sino que hay que ir un más allá, a esa referencia social y cultural que es la base ideológica argumental identitaria para ejercer la violencia. Entonces, esa manifestación y ese reconocimiento al feminismo y a las organizaciones de mujeres me pareció fundamental.

-¿Y qué nos encontramos el día después?

-Una cosa es lo que nos encontramos y otra es lo que deberíamos de encontrarnos. Lo que nos encontramos fue un claro posicionamiento institucional contra la violencia, declaraciones que deben de tener un margen de credibilidad pero que como cualquier hoja caduca en un árbol terminan por caer si eso no se plasma en acciones, y ahora es un buen momento, puesto que estamos en la precampaña electoral. Cada uno de los representantes políticos deberían de haber firmado, más allá del apoyo y del recuerdo, un compromiso escrito, formal, para hacer algo cuando acaben las elecciones. Igual que cuando se aprobó la Ley Integral surgió precisamente de cuatro homicidios en un solo día que se produjeron en febrero de 2004. En un mitin dijo José Luis Rodríguez Zapatero que era la primera ley que iba a hacer y se hizo.

-Esta semana ha habido una escalada de crímenes machistas. ¿Cree que existe un efecto llamada?

-Lo primero que tenemos que tener en cuenta es que los machistas no miran la realidad como si estuvieran viendo un paisaje. El machismo se va posicionando ante los cambios de la realidad y cuando esos cambios son cambios que los cuestionan a ellos y sus posiciones, sus ideas y su orden dado, ellos lo viven como una agresión y responden con su lenguaje habitual: la violencia. El machismo no es indemne a todo este tipo de cuestiones, sino que las vive como ataques y responde con violencia. Una de las cosas que me llaman la atención es que estamos asistiendo a formas diferentes de llevar a cabo la violencia homicida. Antes no había simulaciones de accidentes y ahora estamos obervando elementos que indican que los machistas violentos reaccionan ante el cambio social: intentan hacer pasar desapercibidos sus crímenes, incluyen a los menores como víctimas directas de la violencia de género sin matar a la madre para producirle más dolor, o que llevan a cabo homicidios de personas cercanas a las mujeres. Además ha aumentado el suicidio de los homicidas, que antes era de un 16% y ahora está en torno al 30%. El machista no mata porque vea una noticia ni porque vea una manifestación, pero es un factor más que él utiliza para reivindicarse y para reforzarse en su idea. El crimen machista es progresivo, se va planificando en el tiempo.

-La política del Gobierno de Rajoy en la prevención y lucha de esta lacra social es...

-Deficitaria, insuficiente y además confusa. Por ejemplo, una de sus grandes medidas y logros ha sido incluir a los hijos e hijas como víctimas directas de la violencia de género. El interés que tienen determinados estamentos de la sociedad y en la política algunos partidos de relacionar la violencia contra la mujer con una violencia del ámbito doméstico o familiar, equiparándola a otra violencia, es un error. Intentar buscar soluciones comunes a violencias diferentes al final algo ayudan pero no resuelven ninguna. El juego perverso que hay alrededor de este tipo de argumentación (que todas las violencias son importantes, que las mujeres también maltratan, que los niños también son maltratados) surge precisamente para no hablar de violencia de género.

-¿Está siendo suficiente la Ley Integral?

-La ley ha sido el instrumento que, de alguna manera, ha cambiado y revolucionado todo lo que había. Cuando hablamos de la Ley Integral como realidad después de diez años no nos acordamos de lo había antes, es decir, de lo que no había. Puede haber la sensación de que lo que tenemos no es suficiente, pero no se ve todo lo que se ha conseguido. Los homicidios en términos absolutos han bajado este año alrededor de un 15% respecto a la fecha anterior a la Ley Integral. Y cuando lo comparamos por tasas (número de homicidios por denuncias), los homicidios han bajado aproximadamente un 35-36% respecto al periodo anterior al de la ley. El argumento más fácil para cuestionar la ley es que las siguen matando, y es verdad que las siguen matando, porque no es cuestión de circunstancias sino de una identidad, una ideología, unos valores que están muy interiorizados. Estamos hablando de siglos de desigualdad frente a una década de Ley Integral y en una década no se cambian las mentalidades de siglos, pero aún así los homicidios han disminuido, los recursos son más, la especialización existe... ¿Qué ha pasado? Pues que no se ha ido desarrollando a una manera proporcional a todos los cambios sociales y al incremento de casos que se ha producido, no ha habido una especialización homogénea y no ha habido recursos para abordar la violencia en las fases más precoces. Esos recursos de carácter social no se han desarrollado, los recortes incluso los han disminuido y, por lo tanto, salir de esa prisión que establece la violencia es mucho más complicado.

-¿Cambiaría algo de la ley?

-Más que cambiar debe crecer. Creo que ya que hemos aprendido que la violencia de género está construida social y culturalmente, que una de sus expresiones más claras y directas es la propia relación de pareja y que tiene otras manifestaciones. Pues hay que incluir esas manifestaciones, y me refiero fundamentalmente a la violencia sexual, a todos los tipos de acoso también de carácter sexual y laboral que se producen, a los matrimonios forzosos, a la mutilación genital femenina. Todos esos casos deben de estar dentro de una ley contra la violencia de género porque son violencia de género.

-¿Si volviera a ocupar un puesto de responsabilidad en el Gobierno qué es lo primero que haría?

-Trabajar mucho en algo que veo como un gran déficit y fallo (déficit porque falta y fallo porque lo planteamos con una concepción errónea) y es dar alternativas a las mujeres para salir de la violencia sin necesidad de denunciar. Es decir, no plantear como única salida la denuncia como forma de acceder a todos los recursos que permitan liberar a las mujeres de la violencia, porque ahora mismo el acceso a los recursos está muy condicionado por la denuncia. Hay algunas comunidades que lo han cambiado, pero no está muy claro de acuerdo a las leyes procesales. Si tenemos una cultura y una sociedad que lleva a las mujeres a pensar que el nivel de violencia puede ser normal (el 44% de las mujeres que no denuncia no lo hace porque piensa que la violencia que sufre no es lo suficientemente grave como para ser denunciada), es muy difícil que cuando la mujer se ha deteriorado psicológicamente y ha sido aislada de sus redes de apoyo social su primera opción sea voy a denunciar.

-¿Cuáles son las alternativas a la denuncia?

-Crear servicios donde las mujeres puedan ser atendidas, recuperadas en el plano emocional y psicológico, donde los niños y las niñas también sean recuperados... lo mismo que hay ahora pero sin necesidad de poner la denuncia.

-¿Qué diría a quienes llaman a los defensores de la Ley Integral feminazis?

-Sí, bueno, nos lo llaman a diario. Yo soy feminazi y otra palabra que han inventado que es mangina, que es la unión de man (hombre) con vagina, que viene a ser los calzonazos, hombres sin criterio que nos plegamos a los deseos de las mujeres para satisfacerlas. Yo creo que en estos casos ese tipo de adjetivos epítetos son un reconocimiento. Si a mí me llaman feminazi por trabajar a favor de la igualdad y luchar contra la violencia estoy orgulloso de ser un feminazi.

-¿Cómo se camina hacia la igualdad?

-Con decisión. El problema de la igualdad no es que quede lejos, es que no se quiere ir. Y no se quiere ir porque se piensa que donde uno está bien. Vivimos en una aparente neutralidad que no es tal, porque cuando hay violencia y hay desigualdad tenemos que hacer algo para acabar con ello. Es un error pensar que el tiempo va a ser la solución cuando el tiempo es la causa y el problema que ha permitido que se consolide a lo largo de los siglos. Esa neutralidad aparente, ese dejar que sucedan cosas sin yo hacer nada, al final se traduce en que todo sigue igual. Hay cambios adaptativos, pero para adaptar la realidad que teníamos a una nueva realidad, pero no para cambiarla. Yo creo que el camino para la igualdad hay que hacerlo con decisión, con la voluntad de alcanzarlo

-¿Qué papel juegan las campañas?

-Tienen un impacto limitado pero necesario. Principalmente, el problema que hay en estas cuestiones es la falta de conciencia, de conocimiento de la realidad. Una campaña te ayuda a traer el problema hasta tu casa, hasta tus ojos, y a partir de ahí eres tú el que tiene que tomar una decisión. De hecho, cuando se han hecho estudios en la Unión Europea, en el Eurobarómetro, en España el 95% de la población dice conocer la violencia de género a través de los medios de comunicación. Las campañas sirven para mostrar esa realidad y para lanzar un mensaje para que esa situación cambie. Ahora bien, las campañas que se hacen en violencia de género son insuficientes. Tendríamos tener una campaña parecida a la que hace Tráfico: continuada y que además presente la realidad desde diferentes perspectivas, para que al final vayamos recomponiendo un puzzle y llamando a la implicación de la gente.

-¿Qué mensaje lanzaría a la sociedad de cara al 25-N?

-Que la violencia de género es evitable; no tiene por qué formar parte de la realidad y si forma parte de ella es porque dejamos que los que la usan la lleven a cabo. No es una responsabilidad exclusiva de la ley ni del Gobierno ni de las instituciones, es una responsabilidad de la sociedad. Si la violencia de género existe es porque estamos dejando que exista. Si señaláramos a los maltratadores, a los machistas, a los que hacen bromas, a los que presumen del control de la mujer, etc, pues no tendrían espacio para ejercer la violencia.

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