Diario de un psicólogo

Fanatismo, made in Europe

  • El sustrato de estos comportamientos lo aporta una falta de identificación social que hace que las posturas se radicalicen al decidir identificarnos con un colectivo Así se decantan las diferencias

HACE unos días le propuse a la redacción escribir un artículo sobre el comportamiento fanático, las causas que radicalizan el pensamiento o las razones que impulsan a un ciudadano europeo a tomar las armas y cometer una atrocidad como la ocurrida en París. Siempre he tenido una extraña sensación de que me faltan muchos fotogramas de la película que vemos, así que me dediqué unos días a navegar por la web para conocer las causas, buscar argumentos y encontrar piezas del puzzle.

La primera cuestión que despierta mi sentido crítico tras marearme durante horas con información y opiniones de todo tipo, es la sensación de que estamos tendenciosamente influenciados por una única interpretación de la situación: la occidental. Quizás esto hace que no veamos que hay muchas más víctimas y que probablemente ninguna entienda de bandos.

La segunda cuestión que me detuve a pensar está relacionada con algo que conozco un poco mejor: la influencia social y los fenómenos que existen para promover la voluntad de la gente en un sentido o en otro hasta el punto de ser capaces de construir un fanático a medida, programado para atentar contra cualquier objetivo.

Después de consultar no pocos estudios relacionados, empecé a sentirme algo más cómodo elaborando una conclusión que mantiene los parámetros de la lógica y no abandona el sentido común por la necesidad de alimentar el odio y la sed de una justicia contundente e inmediata. Cuando se da un proceso de influencia por el cual una persona es capaz de matar a otros o fomentar la violencia como medio de instigación se aúnan varios factores que a mi juicio aportan las condiciones necesarias para que crezca sobre el terreno un fenómeno psicológico tan identificable como el fanatismo.

El sustrato lo aporta una falta de identificación social que hace que las posturas se radicalicen en términos absolutos al decidir identificarnos con un colectivo. Cuando esto ocurre se destacan más las diferencias que nos separan que las similitudes que nos unen, hasta que no queda lugar para la integración o la tolerancia, espiralizando el proceso a posturas cada vez mas radicales y que comparten todos lo miembros del grupo. En este punto se polarizan las posturas y nace la contraposición de conceptos como el "nosotros" frente al "ellos" o lo "nuestro" frente a lo "demás", dicotomizándose también las respuestas en términos absolutos como lo "malo" frente a lo "bueno" o lo "justo" frente a lo "injusto".

Otro de los aspectos que caracteriza la predisposición de una persona al fanatismo y constituye una simiente incomparable es la frustración de no encontrar un motivo razonable que construya la identidad personal, puesto que "soy lo que hago", y eso permite que se abra un hueco para aquellas causas que por lo extremo y radical de sus propósitos resultan especialmente atractivas para algunas personas que no encuentran o no buscan el encanto de lo cotidiano, sintiéndose especiales y genuinos solamente por el hecho de pertenecer a un grupo que los acoge y reivindica la necesidad de una unión incondicional, haciéndolos sentirse imprescindibles y dándole un sentido prácticamente mágico a su existencia.

Por último, y con riego constante, surge el miedo como una herramienta casi universal para redimir la voluntad y dirigir la conducta, que en el caso del islamismo radical puede estar motivado por la pérdida de la identidad adquirida, ser repudiado y señalado por los demás, sufrir un castigo divino o incluso estar alimentado por el terror a las represalias del resto de los miembros de la comunidad.

Como reflexión, y saltándome todos los protocolos de cualquier investigación, tomo como muestra de la sociedad la referencia casi insignificante de un solo sujeto, yo, y haciendo un ejercicio de introspección deduzco que lo que me une ideológicamente a un sirio musulmán no es mucho más de lo que me une a un nepalí budista, a un japonés sincrenista o a un estadounidense protestante, por lo que es normal que me sienta más identificado con mi vecino del primero que con cualquiera de ellos.

Por otro lado, tengo una constante necesidad de sentirme integrado y aceptado en la sociedad en la que vivo y comparto en mayor o menor medida el dolor y la opinión colectiva de mi comunidad, sintiendo como propias las víctimas del atentado de París o Mali.

Por último, confieso que el miedo estos días ha acaparado un protagonismo importante en mi vida, un miedo que ha estado a punto de hacerme ver como justificada cualquier medida que se tome para evitarlo, hasta la de un conflicto armado internacional en terreno sirio, donde probablemente muera más gente inocente que terroristas del estado islámico. Es en este momento cuando las diferencias toman gran relevancia y entonces pregunto, ¿que me distingue ahora de un fanático?.

Quiero pensar que si el conflicto yihadista fuese un problema fácil de resolver se hubiese conseguido ya, pero las dudas atenúan mi convicción cuando veo la poca claridad que envuelve todo lo que acontece a Siria y la falta de voluntad internacional en encontrar una solución pacífica y efectiva. Todo ello hace que empiece a considerar esta cuestión más como un ejercicio de 'fe' en la voluntad de creer que los gobiernos están haciendo todo lo posible. Si pretendemos acabar con los factores de riesgo hay que actuar sobre el terreno, pero considerando que una solución eficiente, sólida y estable queda lejos de un conflicto armado internacional. Al contrario, debe enfocarse a través de un proceso que refuerce todos aquellos factores necesarios para que comience a darse un cambio sociológico en la comunidad islámica, basado en los principios democráticos y contando en todo el proceso con el colectivo musulmán que sea quien desde dentro fomente y haga crecer este cambio.

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