Granada

Gran Capitán, hombre de letras sin estudios

  • Quinientos años de su muerte. Pero la losa sepulcral que guarda su memoria en la Iglesia de San Jerónimo dice que "su gloria no ha sido enterrada con él". Hombre de armas y de letras

HOY recordamos su memoria. Pero tal vez sea el humanista italiano Pedro Mártir de Anglería el que nos deje el testimonio más antiguo de la gloria de don Gonzalo cuando el 5 de diciembre de 1515, hace 500 años, escribió esta carta al Marqués de Mondéjar: "¡Ay de ti, España! Ha muerto aquel Gonzalo Fernández de Aguilar…. Bajo la égida de este capitán alcanzaste ¡oh España! una fama eterna… Desde la faz de la tierra ha sido llamado a los cielos…"

Para su enterramiento en Granada su esposa mandó decorar la Iglesia de San Jerónimo con representaciones de ilustres personajes históricos, mitológicos y bíblicos. Y son numerosas las obras de arte, esculturas, pinturas, monedas, escudos, medallas, retratos, etcétera, que guardan la memoria de este ilustre militar andaluz. Son cientos los libros y artículos a él dedicados. Calles, plazas y avenidas llevan su nombre. Desde las crónicas, casi coetáneas a él dedicadas, escritas en el siglo XVI hasta las más actuales referencias bibliográficas. El nombre asociado al Gran Capitán y a sus hazañas igual lo encontramos en la denominación de un Tercio legionario que en el frontispicio de un Instituto de Enseñanza Secundaria.

La vida de Gonzalo Fernández de Córdoba está minuciosamente recogida desde su nacimiento en Montilla en 1453 hasta su muerte para ser enterrado en Granada, según él mismo dejó dicho en su testamento escrito el 1 de diciembre de 1515. Aunque allí sería llevado en 1527 cuando su segunda esposa María Manrique, la duquesa, consiguió ver acabada la capilla de San jerónimo. Hoy una losa de mármol recuerda que por allí están sus huesos (si es que hay algunos, porque lo que hicieran los franceses con la tumba en el siglo XIX es fácil imaginar, sabiendo que el Gran Capitán había sido "gallorum terror").

Venía su familia de Galicia y fue una de las muchas que se enriquecieron en Andalucía con los favores pagados en la llamada reconquista cristiana de Al-Ándalus. La repoblación de las tierras reconquistadas creó en Andalucía una nueva nobleza rica en tierras y privilegios. Dos de estas familias fueron precisamente los Fernández de Córdoba y los Manrique de Lara.

Don Gonzalo se casó dos veces; primero con su prima Isabel de Sotomayor, que murió de parto con la hija habida. Luego, a los 36 años volvió a casarse en Palma del Río con una dama de confianza de la reina Isabel, María Manrique de Lara, la Duquesa de Sessa, que daría nombre a la popular calle granadina que une hoy la Plaza de la Trinidad con la calle Gran Capitán. Fue esta mujer extraordinaria la que mandó decorar las bóvedas de la Iglesia de San Jerónimo con esos espectaculares casetones policromados cuajados de símbolos clásicos, con alusiones virtuosas masculinas y femeninas: allí están Homero, Cicerón, Aníbal, Escipión el Africano; Judit, Esther, Penélope, Artemisa; todo un lenguaje humanista a base de bustos de ilustres personajes históricos, mitológicos y bíblicos que conforman uno de los programas iconográficos más elocuentes de todo el Renacimiento. Detrás del hombre de armas había una mujer culta.

En algo debió influir en don Gonzalo la especial sensibilidad que para la cultura tenía la duquesa. Sabido es que fue célebre hombre de armas, virrey de Nápoles, "terror de los franceses y los turcos" por sus nuevos usos empleados en las artes de la milicia, el apogeo de la infantería ligera y la artillería que aprovecha nuevas armas de fuego como los arcabuces; empleando además cuerpos de piqueros (picas), lanceros, ballesteros y rodeleros (rodela, escudo circular). Moderniza la caballería y agiliza la infantería. Moderniza en definitiva la guerra para beneficio de una Castilla imperialista. Y muy torpe tampoco parecía que fuera para la economía, aunque haya mucho de anécdota sobre el tópico de las famosas "cuentas"; sabemos que en el Archivo General de Simancas se conservan folios cosidos que recogen muy a las claras las cuentas del Gran Capitán, con todos los justificantes de gastos e ingresos; todo perfectamente controlado por el tesorero Luis Pezón. Aunque hay quien los pone en duda y siga rodando el tópico que recuerda las "cuentas" que quiso rendir al desconfiado rey Fernando, envidioso de la fama de Gonzalo; de ahí lo de "por palas picos y azadones, cien millones... y por guantes perfumados para que los soldados no oliesen el hedor de la batalla, doscientos millones". Remito al lector a mi artículo publicado en estas mismas páginas hace 4 años (El Gran Capitán de la cabeza hueca. Granada Hoy, 10 de enero de 2011, página 19).

Hombre de armas, sí. Pero también hombre de letras sensibilizado a raíz de su estancia en Italia, donde supo rodearse de historiadores y poetas de los ambientes humanísticos napolitanos; hombre de letras, aunque de muy torpe caligrafía a juzgar por las cartas manuscritas que conocemos utilizando pluma de ave; tenía una letra fatal, difícil de leer; "letra de médico", dicen los estudiosos; aunque el cronista Fernández de Oviedo llegó a decir que: "su letra en sí no era buena ni legible, pero sí dulcísimas y elegantes las cosas que decía…".

No venía de una España atrasada; coetáneos suyos eran Juan del Encina y Antonio de Nebrija, por ejemplo. Pero Italia era la cuna del Renacimiento; de allí llegaron los maestros de nuestros nobles: Pedro Mártir de Anglería, Lucio Marineo Sículo, Andrea Navaggiero, Baltasar de Castiglione, etcétera; amén de numerosos arquitectos, pintores y escultores, al calor de un Reino de Granada recién conquistado. Pero de toda Italia sería precisamente Nápoles el foco cultural más activo. Y fue allí de donde don Gonzalo fue virrey y donde demostró su sensibilidad caballeresca sabiendo conjugar el estilo miliciano con el comportamiento cortesano; llegó a ser nombrado duque de Sessa y Gran Condestable del reino de Nápoles y tuvo como secretario nada menos que al escritor y cronista Gonzalo Fernández de Oviedo, y como médico personal a otra eminencia, el judío León Hebreo.

Es un militar que sabe comportarse como caballero; Italia le depuró el "pelo de la dehesa"; cambió sus formas de vestir, su vajilla, sus cubiertos para los banquetes y fiestas oficiales; aprendió a comportarse como un caballero refinado fuera de los campos de batalla. Pero todo sin haber estudiado ni haber tenido formación humanística alguna; en la se dice anónima Crónica manuscrita del Gran Capitán se lee: "sin estudiar sabía todas aquellas cosas que en los hombres muy leídos resplandecían… nunca estudió letras latinas…"

Apagados los tumultuosos acontecimientos bélicos, el Gran Capitán empieza a preocuparse por organizar la vida cultural de su virreinato que giraba en torno a la universidad y a la Academia Pontiana. Reabrió después de las guerras el Estudio de Nápoles y lo acercó a los círculos universitarios que trató de dinamizar aumentando el número de profesores. No olvidando que había sido Isabel la Católica su mejor amiga en Castilla, fomentó las actividades eclesiásticas nombrando un nuevo Capellán Mayor, el obispo de Nazaret Giovanni María Poderico. E impulsó la publicación de obras literarias como la más conocida novela pastoril del poeta napolitano Giacomo Sannazaro titulada Arcadia que tanta influencia tendría en la obra de Garcilaso de la Vega.

Murió hace quinientos años, pasa a la Historia como hombre de armas, pero también lo fue de letras. Una escultura de la cabeza hueca del Gran Capitán, obra del Miguel Moreno, abre el bulevar de personajes ilustres de la Avenida de la Constitución en Granada. Y en el último renglón de la losa fría de la Iglesia de San Jerónimo que recuerda su memoria se dice "gloria minime consepulta", su gloria no ha sido enterrada con él.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios