Granada

La hija de Encarnación Rubio hereda las deudas del asesino de su madre

  • Sonia Jiménez tuvo que pagar el coche con el que su padre atropelló hasta la muerte a su progenitora para evitar un embargo · Trabaja como barrendera en Cúllar Vega, el mismo oficio que tenía su madre

Cuando Sonia Jiménez Rubio se enteró de que tenía que abonar las letras que debía su padre del coche con el que arrolló una y otra vez sin piedad a su madre hasta matarla, no pudo dejar de llorar durante varios días. Y no por la cantidad que se adeudaba, cercana a los 11.000 euros, sino porque se trataba del 'arma' que arrebató la vida a su madre, Encarnación Rubio Molinero. "Me quedé completamente hundida por la impotencia que sentí", asegura.

La del coche, un Opel Corsa adaptado especialmente para su padre, que padecía una esclerosis múltiple, fue no obstante sólo una de las deudas que heredó Sonia de su progenitor, Francisco Jiménez Uceda, después de que éste falleciera el verano de 2006. "Mi padre dejó de pagar la hipoteca y el coche cuando entró en prisión preventiva y, como él y mi madre no estaban separados, estaban en trámites cuando ocurrió todo, me tuve que hacer cargo yo", indica Sonia, que ni siquiera se ha interesado por el destino que ha tenido el vehículo.

Francisco murió de una infección en el centro penitenciario de Albolote mientras cumplía condena por el asesinato de su mujer, ocurrido el 31 de marzo de 2004. La Audiencia de Granada le condenó tanto por maltratar y matar a la que había sido su esposa como por el intento de homicidio de un señor mayor que resultó herido cuando trató de ayudarla en el atropello. Francisco tenía que indemnizar a este hombre con 12.000 euros, cantidad cuyo pago finalmente también ha tenido que afrontar Sonia, que la abonó el 3 de mayo del año pasado. "Tenía claro que mi padre vivo era un peligro, pero he comprobado que muerto lo es más", dice con frialdad y rencor la joven, que ya no quiere ni abrir el buzón y se sobresalta cuando su abogada la llama por teléfono.

La vida de Sonia no ha sido nada fácil. Ha estado marcada por la tragedia desde que su hermano Francisco Javier y la novia de éste, Yolanda, se mataron con el coche a finales de 2003. Tenían sólo 22 y 19 años, respectivamente. "Fue como si el muro que nos separaba del peligro se desplomara de repente", explica. Y es que apenas tres meses después del accidente de su hermano fue cuando perdió a su madre, y al año siguiente a su abuela, que fue apuñalada por un vecino. "Ocurrió el 4 de agosto de 2005", precisa la joven, que recuerda muy bien la fecha del crimen de su abuela porque coincidió con el día de su cumpleaños.

Entre el dinero que se vio obligada a pedir entonces para pagar las deudas de su hermano y de su madre, y el que ha necesitado para afrontar las de su padre, ha tenido que solicitar préstamos por valor de casi 100.000 euros para evitar que le embargasen su vivienda. "Los hijos no tienen la culpa de lo que hacen sus padres; a mí me han condenado en vida prácticamente", se lamenta Sonia, para quien "la Ley debería de tener previstas estas situaciones" y así evitar tantos descalabros a los herederos de las víctimas.

La hija mayor de Encarnación Rubio reside actualmente en la casa de su madre, que está en la urbanización El Ventorrillo, en Cúllar Vega, cerca de donde ocurrió el asesinato de su progenitora. Allí se ha mudado con su familia tras dejarle a su hermana menor, Sandra, la casa que ella había comprado en el mismo municipio.

Sonia, de 29 años, vive rodeada de recuerdos y retratos de su madre, junto a su marido y sus preciosos hijos Ariadna y Omar, de 3 y 2 años. "Si no fuera por ellos, por mis dos estrellillas que me iluminan cada día, no me daría nada por no estar en este mundo. Tengo media vida enterrada", señala con la voz entrecortada.

Ahora está trabajando como barrendera en el pueblo, el mismo oficio que desempeñaba su madre cuando fue asesinada y un empleo que ha tardado en aceptar por todo lo que para ella implica. Barre en la misma zona donde falleció su "mamá" -así la sigue llamando con cariño- y, cuando llega a ese lugar, en la calle Clavel, intenta "no pensar en nada", mirar para otro lado.

"Mi madre siempre va a estar en mi corazón", comenta llorosa Sonia, que "nunca" perdonará a su padre, una persona "fría, nada cariñosa, a la que le estorbábamos y a la que le quedaba grande el papel de padre". Ella no fue a su entierro porque no le dejaron. Quería ir, pero no para despedir a su padre, sino para asistir a lo que para ella significaba el final de una dolorosa etapa. Sonia esconde ahora su tristeza tras una amable sonrisa. Reconoce que su vida no ha sido un camino de rosas, pero como ella dice: "ha sido el destino y ya está... Espero que otra vida que vivamos sea diferente".

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