Granada

Reflexiones de un docente jubilado

  • El ex director del instituto Generalife, Manuel Vílchez, recuerda en un homenaje de la Junta a casi 400 jubilados los cambios que ha tenido Educación en 30 años

Sólo los que llevan más de 30 años en la profesión saben cómo ha evolucionado el sistema educativo, en qué condiciones se trabajaba en el aula antes de la llegada de la democracia, cómo afrontaba un docente lo que entonces se llamaba "enseñanza" o cuál era el perfil de los jóvenes que ahora tanto se echa de menos. Sólo los que ahora se jubilan son capaces de mirar atrás y callar a los que dicen que en el pasado se educaba mejor. Y ellos más que nadie saben cuáles son los pilares sobre los que debería asentarse una escuela pública de calidad.

Uno de estos sabios es Manuel Vílchez de Arribas, catedrático de Lengua Castellana y Literatura, que el lunes compartió con 390 compañeros sus Breves reflexiones de un jubilado en el homenaje que les ofreció la Junta de Andalucía por su dedicación y los servicios prestados.

Su paso por los institutos de Villacarrillo, Churriana, Almuñécar, Albayzín y Generalife le valió a este profesor para dar un toque de atención a todos.

Al profesorado, que antes tenía menos prisas. "Los claustros se eternizaban en inacabables discusiones que siempre continuaban en algún bar donde se limaban las asperezas; no nos costaba ningún trabajo dedicarle al instituto muchas más horas que las lectivas y así era posible que surgieran revistas, grupos de teatro, cine-fórum, tertulias sobre lecturas y temas de actualidad, e incluso excursiones casi siempre en días no lectivos...".

Vílchez recuerda que ya entonces los docentes mantenían diálogos apasionados sobre lo poco que estudiaban los alumnos, su nulo interés o el bajísimo nivel de la educación. Las cifras sobre fracaso escolar en los países de la OCDE son preocupantes, pero el ex director del instituto Generalife hizo memoria de datos reveladores sobre el índice de fracaso escolar en Bachillerato en la provincia de Granada del año 1983: en primer curso no conseguían aprobar las Matemáticas, ni en junio ni en septiembre, el 42% de los alumnos; la Lengua el 31%; las Ciencias Naturales el 30; y el inglés el 27. En segundo no aprobaban las Matemáticas el 39%; la Física el 32; el Inglés, el 30; y el Latín, el 26. Y en tercero el 33% en Matemáticas; el 30, en Física; y el 21 en Ciencias y en Latín.

La ratio era algo más elevada que la actual, según el profesor, que tuvo "hasta 56 alumnos en un segundo de bachillerato de la Ley Villar Palasí, siempre por encima de los cuarenta". Una ley que, por cierto, prohibía expresamente al profesorado realizar labores burocráticas.

A los progenitores. "Nosotros, como los médicos, tenemos que enfrentarnos a situaciones conflictivas, pero ese desaliento nunca me llevó a abdicar de nuestro apasionante trabajo: que el alumno pueda acceder al bienestar del que tal vez no gozaron sus padres, esos padres que en algunos casos no sólo no nos comprenden, sino que nos ven como enemigos". La mayoría del alumnado (y de sus padres) se acuerda de los docentes cuando ya no los tienen delante. "Tardamos en ser reconocidos, si es que lo somos alguna vez", dijo.

Y a las instituciones públicas, a las que pide "un profesorado comprometido, formado y capacitado para hacer frente a los retos educacionales de los nuevos tiempos"; una universidad que "no forme profesores para un alumnado que ya no existe"; un sistema que "consiga la concienciación de padres y madres para que comprendan que en la educación de sus hijos no pueden estar enfrentados"; un alumnado al que hay que preparar "sin falsos ni nocivos paternalismos, exigiéndoles los deberes y la responsabilidad que les correspondan"; y unas autoridades educativas que "cubran y controlen las necesidades del profesorado, que lo defiendan de las agresiones físicas o psíquicas de su profesión"; que "persigan el absentismo"; y que "se olviden de los votos en alguna ocasión para conseguir una sociedad más culta, justa y libre".

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