la primavera árabe · Ennhada garantiza democracia para la construcción tunecina

Ganó el pragmatismo islamista

  • El triunfo del islamismo moderado en Túnez está más vinculado con el reconocimiento popular a un proyecto bien trabajado que con el deseo de un Estado islámico

No pocos analistas en Occidente, o sea, tan sólo unas millas al norte de las costas de la antigua Cartago, han mostrado su perplejidad y preocupación por la arrolladora victoria del partido islamista Ennhada (Renacimiento) en las primeras elecciones democráticas de Túnez. No han faltado las voces que daban por liquidado el espíritu laico y liberal de la revolución de los jazmines, que logró derrocar la dictadura de Zine el Abidine Ben Ali, en pie desde 1987. También entre gran parte de la juventud laica y reformista tunecina -y árabe- se respira una sensación de decepción. ¿Por qué han votado así los tunecinos? Su líder, Rachid Ghanuchi, un histórico opositor a Ben Ali, entretanto, repite permanentemente su compromiso con la democracia y el pluralismo, con el liberalismo económico y los derechos humanos y de las mujeres de forma particular. Sabe que el nivel de exigencia interno y externo será muy elevado.

En esta hora clave para el mundo árabe se imponen los análisis mesurados. Desde comienzos de año, la llamada Primavera irrumpió con impulso juvenil mostrando al mundo una sociedad unida por su hartazgo ante la injusticia, la corrupción, la falta de libertades y de control ciudadano sobre los asuntos públicos. No ha sido una revolución impregnada de fines y doctrina religiosa. Sin embargo, durante meses alimentó la ilusión romántica de una imparable avalancha democrática. Tres dictadores amigos de Occidente -Mubarak, Gadafi y, antes, el propio Ben Ali- cayeron. Parecía sencillo. En pleno otoño, los sirios y los yemeníes se siguen batiendo, con la inoperancia de la comunidad internacional, contra sus gobernantes. La fuerza de los petrodólares parece haber contenido el descontento en las monarquías del Golfo y en Argelia.

Uno de los blancos preferidos de los autócratas fueron siempre los islamistas, que han protagonizado una resistencia admirable. A menudo, como en Egipto, los Hermanos Musulmanes, tradicionalmente defensores de la sharia y del Estado islámico, han sido los más sólidamente organizados. A pesar de las persecuciones siguieron estando muy presentes a través de un movimiento social de asistencia a los más necesitados de la sociedad.

Es el caso de Ennhada, nacido en 1981: el movimiento soportó estoicamente decenas de miles de detenciones durante las tres décadas de régimen policial. Pero sobrevivió a nuestros días. Cuando Ben Ali huye en enero y el país empieza a disfrutar de la libertad política surge una variopinta sopa de letras política. Pero Ennhada está ahí, con un crédito y un favor social notables. La dictadura se ha mostrado, involuntariamente, como la mejor aliada del islamismo político. La gente ha premiado su trayectoria, intenciones y liderazgo que, además, eran los más nítidos, pero no una forma de gobernar.

¿Cómo gobernará Ennhada? Su veterano líder, Rachid Ghanuchi -que no será candidato a dirigir el Ejecutivo-, se deshace en elogios hacia el Partido Justicia y Desarrollo de Recep Tayyip Erdogan, el primer ministro turco, que ha convertido a su país en una potencia regional sin abandonar su identidad musulmana. "Quiero una democracia que aúne Islam y modernidad", ha repetido Ghanuchi. Sería, de alguna manera, el equivalente doméstico a partidos conservadores y democristianos europeos. Es cierto que este teólogo no siempre se expresó con la moderación de hoy. "Es un movimiento comparable a la derecha popular: ultraconservadurismo en las costumbres, liberalismo y reconocimiento del pluralismo que esperan teñir de referencias islámicas", asegura el politólogo francés Vincent Geisser. Sin embargo, no oculta Ganuchi que la sharia constituye la inspiración permanente del país.

Pero hay razones para pensar que el islamismo ha tomado nota de que la sociedad está cambiando y que debe adaptarse a los nuevos tiempos. Por lo pronto tendrá el enorme reto de recuperar la economía, dependiente en gran medida del turismo. Para ello habrá de ganarse la confianza de visitantes e inversores foráneos. La gran causa de la revolución no fue otra que el paro y las malas condiciones de vida.

Tras Ennhada, dos formaciones de corte laico y de izquierdas resultaron las más votadas -en torno al 10% de las papeletas cada una-, el Congreso para la República del activista de los derechos humanos Moncef Marzuki, y Ettkatol, que dirige el doctor Ben Jafar. También dieron las urnas la sorpresa del resultado de la llamada Petición Popular para la Justicia y el Desarrollo -cuarta-, que lidera Mohamed Al Hamdi, un multimillonario afincado en Londres, que arrasó con un mensaje simplista y populista en Sidi Bouzid, lugar donde se inmoló el joven vendedor ambulante que prendió la mecha de la revolución.

La victoria de Ennhada se ha traducido en un 41% de los votos y 90 representantes en la asamblea constituyente -42 de ellos mujeres- sobre un total de 217 escaños. Formará gobierno, pero las matemáticas les obligan a pactar. De hecho, ya ha iniciado contactos con el Congreso por la República y Ettkatol, partidos laicos.

El nuevo Ejecutivo se encargará de conducir al país a la elaboración de una nueva Carta Magna.

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