Olga Rodríguez. Periodista

"El petróleo pesa más que los seres humanos para las grandes potencias"

  • La periodista y escritora, que presentó ayer en la Fundación Euroárabe 'Yo muero hoy', relata en su libro las protestas en el mundo árabe a través de los ojos de algunos de sus protagonistas.

La periodista y escritora Olga Rodríguez presentó ayer en Granada su libro sobre la primavera árabe, Yo muero hoy. "Éste es sin duda un libro sobre la vida y no sobre la muerte", dice. Como explica su autora, es un libro optimista porque habla de "la lucha de millones de personas que desean libertad y justicia social y que, en vez de resignarse y dejarse llevar por el derrotismo, están movilizándose y logrando algunos objetivos". Para conseguirlo, sin embargo, la ciudadanía árabe está pagando un precio muy alto. "Nadie dijo que fuera fácil. La libertad no cae del cielo, se conquista, y no en 18 días ni en 18 meses, menos aún cuando hay tantos actores regionales e internacionales interesados en secuestrar las revueltas para mantener a salvo sus intereses en la región, aunque sea a costa de pisotear las demandas legítimas de las revueltas ciudadanas". Ayer estuvo acompañada en la presentación de su libro por el actor Juan Diego Botto y el profesor Juan Montabes.

-Nos llegan constantemente noticias de bombardeos y atentados masivos -como el del viernes en Al Haula- pero detrás de todos ellos hay historias personales. Muy llamativa fue, por ejemplo, la del tunecino Mohamed Bouazizi, que se inmoló tras incautarle la policía el carrito de verduras con el que se ganaba la vida. ¿Cómo se acerca a estas historias en su libro?

-Este libro se acerca a las protestas en el mundo árabe a través de los ojos de algunas personas que han participado en ellas. Son manifestantes, activistas, abogados defensores de los derechos humanos o blogueros con los que he compartido conversaciones y vivencias. A algunos los conozco desde hace años: las revueltas árabes no han surgido por generación espontánea, sino que detrás de ellas hay una larga lucha de activismo clandestino en defensa de los derechos humanos, de los movimientos obreros. La constancia de esas personas sentó las bases y creó los cauces para canalizar el hartazgo de la mayoría. Podríamos decir que Yo muero hoy es en realidad un manual de activismo y de optimismo, el que transmiten estas personas que luchan por un cambio real.

-¿Cuándo pisó por primera vez un país en conflicto? Es experta en Oriente Medio pero ¿se puede ser experto en la historia convulsa, en la barbarie, en el durísimo día a día que sufre esta región de la tierra?

-A finales de la década de los noventa comencé a viajar a los Territorios Palestinos Ocupados. Oriente Medio no es barbarie, sino más bien víctima de la barbarie que genera la injerencia extranjera, el neocolonialismo, las dictaduras, la explotación, las intervenciones armadas foráneas, el expolio de materias primas por parte de grandes potencias, la mayoría occidentales... La vida en algunos países de Oriente Medio es dura, pero no para todo el mundo: al igual que en Europa hay una élite, la que acumula la riqueza, que vive muy bien, mientras las desigualdades económicas y sociales aumentan y crece la brecha entre ricos y pobres, a causa, entre otras razones, de las políticas impuestas por organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial, empeñados en fomentar la inversión extranjera, reducir el déficit, privatizar empresas, lo que ha conllevado la reducción de los servicios públicos, la educación y la sanidad, algo que ha dañado incluso a la clase media, cada vez más empobrecida y humillada.

-Hace poco Jesús Núñez, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Ayuda Humanitaria, decía que el concepto de primavera árabe es atractivo pero irreal. Sus palabras eran: "hay 22 países árabes y sólo han caído cuatro dictadores, los otros 18 se mantienen". ¿Hay esperanza para el mundo árabe o cree que es sólo algo pasajero?

-Dependerá en parte de si Occidente deja de apoyar o incluso financiar a algunas de esas dictaduras, como pueden ser las de los países del Golfo. De momento, el petróleo pesa más que los seres humanos en la lista de prioridades de las grandes potencias. Es terrible. Por lo demás, no es verdad que en los otros 18 haya dictaduras. Líbano no es una dictadura, por ejemplo. También creo que es importante que se deje de airear el fantasma del islamismo para justificar el mantenimiento de esas dictaduras, como hacen algunos gobiernos occidentales o think-tanks, para seguir apoyando así a sus terribles aliados en la región. Pero la sublevación de los ciudadanos árabes es de por sí una gran esperanza que no debemos analizar desde el escepticismo.

-Las manifestaciones en España han tenido su ejemplo en esas protestas.

-Hay que tenerlas en cuenta para analizar los movimientos sociales de aquí, que, por otro lado, han estado en parte inspiradas por las revueltas árabes. Recuerdo que el 15 de mayo de 2011 una de las primeras 40 personas que acamparon en la Puerta del Sol de Madrid me telefoneó para preguntarme cómo se habían organizado en la acampada de Tahrir de El Cairo. Era inevitable tener presente los logros conquistados por tunecinos y egipcios, que rescataron y exportaron un modelo de protesta: la acampada. El movimiento occuppy de EEUU dice de sí mismo en su página web que está inspirado en "las tácticas revolucionarias de la primavera árabe".

-El pueblo pide pan, libertad y justicia social... Lo contaba hace poco en la radio, por ese orden.

-Pan, libertad y justicia social es un eslogan, uno de los más coreados en las plazas de los escenarios de las revueltas árabes. En Túnez y Egipto las revueltas han tenido unas demandas económicas, políticas y sociales muy claras y progresistas y han estado absolutamente desvinculadas de reivindicaciones relacionadas con la religión. De hecho, los Hermanos musulmanes no han participado en ellas, y han llamado en numerosas ocasiones al fin de las manifestaciones. Lamentablemente en las elecciones los grupos políticos que podrían representar el espíritu de las revueltas apenas han tenido presencia.

-Aquí recortan la educación y la sanidad y nos movilizamos por ello. ¿Por qué clase de educación y sanidad se movilizan ellos?

-Por la misma. Los árabes no son extraterrestres, o bárbaros a los que haya que enseñar el camino desde Occidente, y menos aún en un momento en el que algunos gobiernos occidentales parecen actuar como meros consejos de administración de los poderes financieros. Las revueltas han logrado romper prejuicios y estereotipos fabricados por think-tanks y gobiernos occidentales: han dejado claro que no todos los árabes son fundamentalistas barbudos y mujeres sumisas, sino que buena parte de ellos son gente normal que pide un empleo, una vivienda y una vida dignas, como nosotros; nos han recordado que no todos los árabes son musulmanes, que hay árabes cristianos, ateos, feministas, izquierdistas, liberales, que hay musulmanes que quieren un Estado laico, y que exigen una educación y sanidad públicas dignas.

-¿Hacia dónde han llevado al pueblo las dictaduras de personajes como Mubarak?

-Mubarak fue siempre uno de los grandes aliados de Estados Unidos en Oriente Medio, junto con Israel y la monarquía absolutista de Arabia Saudí, un país donde se amparan las interpretaciones más medievales del Islam. Las grandes potencias mundiales no han dudado nunca en pisotear los intereses de las poblaciones árabes para defender así sus intereses económicos y geoestratégicos. La dictadura de Mubarak ha dejado un Egipto corrupto, donde ahora, como dicen los activistas, hace falta acabar también con la multitud de "mini Mubaraks" que presiden instituciones, empresas, universidades. Con Mubarak la represión, la falta de libertad y la tortura fueron la tónica habitual. Y además fue siempre cómplice de las políticas de Israel, presionado por Estados Unidos. Por eso siempre digo que un Egipto realmente democrático y libre de injerencias externas modificaría sus políticas hacia el vecino Israel y podría ejercer como elemento de presión contra la ocupación ilegal y la discriminación que Israel practica contra los territorios palestinos.

-¿Qué sacrificios tendrá que hacer el pueblo para alcanzar por fin la democracia?

-Lamentablemente la ciudadanía árabe está pagando un alto precio por la democracia y la libertad. Por eso el libro se titula Yo muero hoy: es uno de los eslóganes que la gente ha coreado cuando las fuerzas de seguridad han entrado en las plazas desalojando y disparando munición real. En tan solo los 18 días de la acampada en Tahrir, hasta que Mubarak cayó, murieron más de 800 personas a causa de la represión. Aquí se nos vendió una imagen agradable de las revueltas, pero éstas están siendo crudas. Evidentemente todo tiene un precio, y a veces, lamentablemente, ese precio es la propia vida. La gente ha gritado "Yo muero hoy" no desde la voluntad de morir, pero sí desde la voluntad de no querer rendirse. "Llevábamos décadas dormidos y rendidos, ¿qué gano ahora yéndome a casa? Yo me quedo, aunque me maten", recuerdo que me dijo un hombre una noche en Tahrir cuando los militares cargaban. Lo más llamativo es que ese hombre era de una familia acomodada. En primera línea de las manifestaciones han estado los más humildes, los que luchaban por el pan, los que apenas nada tenían que perder. Pero en la "retaguardia" ha estado la clase media. Sin unos ni otros la revolución no habría tenido lugar.

-¿Y en esta segunda fase de las revueltas?

-Son muchos los que siguen exponiéndose día a día a la cárcel, a la represión, pero continúan luchando y trabajando por una alternativa política y económica real. Es toda una lección vital. Como dicen ellos mismos, han pasado del derrotismo a la queja pasiva, después a la indignación, y por último a la acción y la rebelión. Deberíamos tomar nota y abandonar ese escepticismo que tan presente está en Europa. Yo misma he aprendido a valorar esa actitud, esa voluntad de creer que el cambio real es posible a pesar de los obstáculos. Por eso elegí para el inicio del libro esa frase de Galeano, que a su vez la toma de un proverbio africano: "mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo pequeñas cosas, puede cambiar el mundo". Eso es lo que ha pasado y está pasando en el mundo árabe. No es baladí.

-¿Terminará la primavera árabe otoñando por falta de apoyo internacional?

-No sólo eso. En muchos casos el apoyo internacional o lo peor del establishment de esos países se ha convertido en uno de los peores enemigos de las revueltas árabes.

-En otras ocasiones ha habido revoluciones pero a través de golpes militares con o sin apoyo popular. Ahora es el pueblo el que decide. ¿Qué mecha ha encendido estas revoluciones?

-Han activado la lucha popular por el cambio real, por la libertad, por la justicia social. Las redes de activismo que se han creado permanecen sólidas y servirán para retos futuros. Los ciudadanos, en muchos casos, han dejado de ser súbditos, se están rebelando. Como decía Martin Luther King, la rebelión es el lenguaje de los ignorados. Los ciudadanos de estos países se han hartado de ser ignorados, de no tener voz, de no tener derechos, de sufrir las consecuencias de la corrupción y de los abusos que ejercen los poderes económicos, de las políticas económicas que han favorecido a una elite y han empobrecido a la mayoría. Por cierto, esos ignorados a los que se refería Luther King no están solo en el mundo árabe. En el siglo XXI hay problemas globales que requieren respuestas globales. La lucha de las poblaciones árabes es la de todos aquellos que buscan libertad real y justicia social en el mundo.

-Pero no todas las poblaciones son iguales...

-Los obstáculos son numerosos, pero han conquistado derechos. En Túnez ahora hay libertad de expresión, en Egipto se han tejido redes sociales muy importantes con capacidad de movilización y de presión, que siguen saliendo a la calle, tomando plazas y protagonizando huelgas. Sin ellas la impunidad y la represión habría sido sin duda mucho mayor. En Egipto se han creado 130 sindicatos independientes solo en un año, han surgido iniciativas culturales y periodísticas de gran importancia vinculadas a las reivindicaciones de las revueltas, hay campañas contra el pago de la deuda contraída durante el régimen, y sobre todo, la actitud y mentalidad de un sector muy importante de la población ha cambiado, se ha perdido el miedo, y se está apostando por la lucha por los derechos humanos y la justicia social. Hay que tener en cuenta hasta qué punto la injerencia extranjera está presente en el día a día. Por ejemplo, el Ejército egipcio, que tras la caída de Mubarak ha reprimido manifestaciones, protagonizando ataques en los que ha muerto más de un centenar de personas y miles han resultado heridas, que ha abusado sexualmente de mujeres manifestantes, que ha llevado a tribunales militares a más de 12.000 civiles en solo en un año, recibe de Estados Unidos una ayuda anual directa de 1.300 millones de dólares: es la segunda mayor ayuda que Washington aporta a unas Fuerzas Armadas. Por eso nosotros, como occidentales, si queremos contribuir a la libertad del mundo árabe, debemos presionar a nuestros gobiernos para que dejen de apoyar a dictadores como Mubarak, que fue uno de los grandes aliados de Occidente en la región, a instituciones como el Ejército egipcio o a monarquías absolutistas como la de Arabia Saudí, otro de los grandes aliados de Occidente en la región.

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