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Francisco Ayala: el periodista inmutable

  • 'De vuelta en casa" (colaboraciones en prensa 1976-2005)' recoge los artículos del escritor granadino, una crónica de su tiempo contrastada con su larga experiencia y su conocimiento científico de la sociedad

Si algo quedó claro en la presentación de la obra periodística de Francisco Ayala es que sería imposible verle como contertulio en esos programas donde se sienta cátedra de cualquier tema que salga a colación. El intelectual granadino, que elegía cuidadosamente los medios en los que publicaba y era muy consciente del público al que se dirigía, hacía una lenta digestión de los temas antes de dar su opinión, lo que consideraba como una de sus obligaciones con la sociedad. "Es un observador crítico, alguien que no renuncia nunca al ejercicio de la crítica en función de lo que ha vivido, pero como resultado del análisis de la realidad, de analizarlo todo y someterlo a la crítica", explicó ayer el historiador Santos Juliá en la presentación de De vuelta en casa (colaboraciones en prensa 1976-2005), sexto volumen de las Obras Completas de Francisco Ayala (Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores). "La obra de Francisco Ayala nunca será la obra de otro tiempo, siempre será la obra de este tiempo", sintetizó el Premio Nacional de Historia y prologuista del libro en el salón de actos del Colegio Máximo de Cartuja, ante una mayoría de estudiantes del grado de Comunicación Audiovisual de la UGR.

El acto contó con la presencia de Carolyn Richmond, viuda del autor y directora de la edición de las Obras Completas. Al principio de su intervención añadió otro cargo, el de representante de su marido "en el sentido humano e intelectual". Amable y sincera, reconoció que el tomo presentado ayer nació con la vocación de ser dos ejemplares que recogieran los escritos publicados antes y después de la Transición. Una vez convencida la editorial para que asumiese este incremento de gasto, Santos Juliá se puso en contacto con Richmond para explicarle que había muchas repeticiones y que, tal y como estaba concebido el proyecto, le era imposible escribir el prólogo. Con esta muestra de rigor y de amistad, la viuda de Francisco Ayala revisó los textos y sus objetivos iniciales: "Es verdad que repetía artículos que con distinto título aparecían en El País o en La nación de Buenos Aires", confesó.

Pero no se trataba de que Ayala fuera un escritor vago, sino que era un intelectual que maduraba hasta el extremo sus opiniones y, cuando escribía, cada punto y cada coma tenían su razón de ser. De hecho, Santos Juliá recordó que, en una ocasión, un lector le envió a Ayala la fotocopia de una entrevista realizada a finales de los años 20 en La Gaceta literaria en la que daba exactamente las mismas opiniones que ofrecía en un reportaje publicado en El País a mediados de los noventa. "Eran textos que seguían vigentes", señaló el investigador. "Para él -continuó- la política no debía contaminar su obra y sus creaciones literarias no debían difuminarse con la política", prosiguió Santos Juliá en un acto en el que también participaron Giulia Quaggio, investigadora de la Universidad de Florencia; y Domingo Sánchez Mesa, coordinador de los estudios en Comunicación Audiovisual de la Facultad de Comunicación y Documentación, que interpeló a los alumnos a través de una cita de Ayala: "La separación entre el intelectual y el técnico es inaceptable", dijo para mostrar el camino del rigor y del humanismo a los jóvenes.

Santos Juliá hizo retroceder a los asistentes hasta la crisis del sistema capitalista en 1929, cuando la mayoría de los escritores enterraron al sistema liberal democrática para embarcarse con entusiasmo en el Estado del Proletariado que representaba la URSS o en el Estado de la Nación que estaba naciendo en Alemania e Italia. Pero Francisco Ayala dice que no y se bifurca entre el escritor riguroso y autónomo y el ciudadano comprometido en defensa de la democracia. Así que se incorpora al partido de Manuel Azaña "como uno más en la defensa de la República, que representaba la única posibilidad de democracia en España". Y eso pese a que, en su posición, podría haber abandonado el país en primera clase para vivir sin agobios en el extranjero. "Pero regresó con el plus añadido de que al comienzo de la Guerra Civil habían fusilado a su padre y a su hermano, pese a lo cual no tomó distancia y se puso al servicio de la República".

Así fue como vivió el posterior exilio, de nuevo en la equidistancia, carteándose al mismo tiempo con Tierno Galván y con Laín Entralgo. Y fue regresando poco a poco hasta que se instaló en España a mediados de los setenta con suma cautela para que nadie hiciera una bandera de su retorno. "Quizás es que", como apuntó Santos Juliá, "siempre estuvo y siempre estará con nosotros, incluso desde el exilio estuvo presente en el debate español". "Sus artículos están llenos de memoria, pero es una memoria carente de nostalgia, no tiene la más mínima intención de recuperar el pasado porque sus ejercicios de memoria están abiertos al futuro".

Por eso fue de los pocos que se mostraron inflexibles en la denuncia del terrorismo de ETA, que en un primer momento se veía con cierta displicencia por parte de la izquierda, igual que se muestra rígido en su crítica de los nacionalismos porque entendía que España era parte de un mundo global. "Cuando regresó con más de setenta años parecía un joven en sus primeras batallas en el mundo intelectual", concluyó Santos Juliá sobre el autor de Muertes de perro, que murió con 103 años sin perder un ápice de compromiso.

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