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Historias de amor y canibalismo

  • Ignacio Ferrando publica una estupenda novela, 'La oscuridad' (Menoscuarto), en la que hace un agresivo y agudo retrato de las relaciones de pareja que se desarrolla en la noche ártica

Hace un par de años, Ignacio Ferrando publicó un libro de relatos muy recomendable, La piel de los extraños (Menoscuarto), bendecido con el Premio Setenil al mejor volumen en su modalidad. Varias de las once historias allí reunidas tenían como denominador común las difíciles relaciones entre hombres y mujeres, dos extremos que, contrariando las leyes de la física, se atraen o repelen con intensidad variable, según los días. En Los sistemas, Mathilda y el hombre del tiempo o el relato que da título al conjunto, Ferrando observaba desde una distancia no siempre prudente esos pequeños infiernos domésticos en donde acaba por instalarse todo hijo y toda hija de vecino. Ferrando presenta el matrimonio como un reducto estrecho compartido por dos personas extrañas; en Mathilda y el hombre del tiempo, el protagonista se acerca a su esposa de vuelta a casa: "Apenas si escuchó las llaves contra la bandeja metálica. Marcus se sentó en una silla y la observó en silencio. Pensó que no le importaría lo más mínimo que su mujer se muriera en ese mismo instante, que solo tendría una vaga sensación de inercia detenida".

El cometido de la realidad parece ser, indefectiblemente, el de frustrar cualquier pretensión de felicidad golpeando nuestra barca con reveses que la alejan del centro de la corriente. El azar, ese aliño tan literario, acostumbra a comparecer para complicar aún más las cosas. Y, para rematar la faena, nosotros mismos nos colocamos el nudo corredizo en el cuello y tiramos con fuerza de la palanca que abre la trampilla bajo nuestros pies.

En su última novela, La oscuridad (Menoscuarto), Ferrando recorre de nuevo ese territorio inhóspito con un artificio muy sugerente. La acción se sitúa en Storbørg, la ciudad más septentrional de Noruega, durante la larga noche ártica. Durante este período, la mayor parte de los lugareños se traslada al Sur, en busca de luz. Los que se quedan es porque trabajan en la central eléctrica o porque pertenecen al cuerpo de policía o de bomberos o porque, como a Endre Solberg, algo les impide hacer lo más sensato. Solberg, director de cine, acaba de enviudar; su mujer, Liv, se ha suicidado arrojándose al paso de un camión. No obstante, durante el velatorio, el viudo ha visto a la esposa muerta observando a distancia su propio funeral. No es una alucinación, o quizás sí; el caso es que, de vuelta a casa, Liv o alguien que se le parece y actúa como ella lo está esperando para restaurar esa normalidad rota. La primera idea es que se trate de un fantasma; una idea poco tranquilizadora pues, como dice Solberg, "los fantasmas sólo regresan para complicarnos la vida, para recordarnos que no hicimos algo bien, que les fallamos, que somos parcialmente culpables de su existencia". Pero no se trata de espectros; al menos no de espectros ortodoxos. Una segunda tesis cobra fuerza en la psique tocada del protagonista: la de la impostura. La falsa Liv quizás ha sido entrenada por la difunta Liv a fin de ocupar el lugar que ella pensaba dejar vacío. En el pasado, él había escrito un guión con vistas a que su esposa lo interpretara, titulado precisamente La oscuridad, cuyo argumento coincide a grandes rasgos con lo que él está viviendo. Si realmente lo está viviendo.

El frío de la geografía noruega, la incertidumbre del protagonista o la ambigüedad de la historia no hacen mella en la prosa de Ignacio Ferrando. El autor sujeta con fuerza las bridas de una intriga que camina por una sutil línea narrativa, en delicado equilibrio entre la pesadilla, el delirio y la crónica conyugal. Impacta la vehemencia, la virulencia con que Ferrando desciende a este otro abismo cotidiano de la mano de un Orfeo y una Eurídice ciertamente poco fiables. El autor insiste en uno de sus temas fuertes: el amor como acto de canibalismo entre seres insaciables. Si en La piel de los extraños leíamos: "las parejas, al contrario de lo que se piensa, se devoran al conocerse. Lo hacen poco a poco, cada día. Cuanto más tiempo trascurre más legitimados se sienten", en La oscuridad Ferrando mete aún más hondo el dedo en esa herida: "El amor es solo un prólogo a dos caníbales forcejeando por arrancarle pedazos al otro", escribe. Lo terrible del caso es que esta voracidad no es simplemente metafórica.

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