Armando Ruah. Coordinador de la Asociación Estatal de Salas privadas de Música en Directo

"Es más difícil montar una sala de conciertos que una fábrica de bombas"

  • La Asociación Estatal de Salas Privadas de Música en Directo celebra a partir de mañana su congreso anual en Granada como una muestra de apoyo a la escena local

Que el 21% de IVA que se aplica a las entradas para los conciertos está asfixiando el sector no es ninguna novedad. Sin embargo, este mismo impuesto se aplica a las bebidas que se venden durante las actuaciones, mientras que en un bar normal están gravadas con un 10%, lo que supone otro gran quebranto para los sufridos propietarios de las salas de música en vivo, que se reúnen a partir de mañana en el Carmen de los Mártires dentro del encuentro de la Asociación Estatal de Salas privadas de Música en Directo (Acces). Darán a conocer la primera encuesta sobre el estado de la música en directo, con datos como que en el último año se han vendido entradas por valor de cerca de 6 millones de euros, con lo que, según el coordinador de Acces, Armando Ruah, el 21% de este montante no parece que vaya a salvar la Sanidad y la Educación pública, pero sí va camino de cercenar estos espacios culturales. Otro dato que se desvelará en estas jornadas es que las 118 salas asociadas ofrecen en conjunto un aforo de más de 40.000 espectadores.

-Uno de los temas que tienen señalado en rojo para estas jornadas es la política de acceso de los menores a las salas de conciertos. Con menos de 18 años pueden entrar a una taberna, pero no a un local de música en directo. ¿Cómo perjudica esto al sector?

-En España, cada comunidad autónoma tiene sus políticas y sus normativas, en algunas los jóvenes pueden acudir a las salas de conciertos a partir de los 16 años, lógicamente sin consumir alcohol, pero hay mucha hipocresía porque se siguen organizando botellódromos y en las fiestas no hay control. Nosotros no queremos fomentar el consumo de alcohol, al contrario. No pueden ir a escuchar música alternativa, pero sí acudir a un palacio de congresos o de deportes para ver a un Ricky Martin, donde también hay un bar. Ahora que se ha establecido la prohibición de fumar en los locales hay menos razones para este agravio comparativo, que un joven pueda entrar a un bar, pero no a una sala de conciertos. En Andalucía, hasta los 18 años, no está permitida la entrada de los jóvenes a las salas. Pero en este sector estamos en una situación de indefensión legal, porque muchas veces se cumplen las normativas de manera distinta, hay ciudades más permisivas que otras y parece que la música en directo es algo peligroso, cuando no deja de ser un acto cultural. Los jóvenes ya están tocando en una banda con 16 años, con lo que tendrían prohibido actuar en una sala de conciertos al uso.

-Trabajo está realizando una campaña en los garitos de música en directo para 'cazar' a los músicos ilegales. Pero, ¿qué músico joven que está empezando tiene 256 para darse de alta como autónomo en la Seguridad Social?

-No sólo los jóvenes, la realidad profesional de este sector es que los músicos están muy poco organizados, prácticamente nada en comparación con los actores, que están estructurados como una profesión. Un músico tiene a lo mejor seis actuaciones en un mes y al siguiente tiene la agenda en blanco. Para ellos es muy complicado, con este sistema, estar cien por cien legales en cuanto a temas fiscales y laborales. La normativa requiere un vuelco tremendo para adecuarla a la realidad de los músicos, tanto amateurs como profesionales. En Francia está un sistema que se llama Intermitencia en el que todos los trabajadores del espectáculo, en el tiempo en el que no trabajan, tienen un tipo de ayuda que dejan de percibir en cuanto vuelven a trabajar. Por otro lado, hay salas de conciertos que hacen hasta dos actividades diarias; imagínese que esta sala, además de sacar adelante la programación, tiene que pedir los DNI y el número de la Seguridad Social de cada integrante del grupo, darles de alta y después del concierto darles de baja, se necesitaría una gestoría sólo para abordar este trabajo. Al final van a conseguir que no se puedan mantener estos espacios donde actúan grupos emergentes que, luego, pueden ser representantes de la música española en todo el mundo, porque estas bandas necesitan foguearse en unas buenas condiciones para ambas partes.

-Si en educación el modelo es el de Finlandia, ¿a qué legislación aspiran las salas españolas?

-El modelo francés está bien, las salas reciben a veces entre un 30 y un 40% de subvenciones y subsidios. Allí, las licencias las otorga el Ministerio de Cultura, evidentemente con un dossier en el que hay que cumplir con unas condiciones. Pero en España hay que pasar por Medio Ambiente, Industria, Interior... y Cultura no participa en ninguno de estos aspectos. En estas condiciones, abrir una sala de conciertos es más complicado que abrir una fábrica de explosivos, el laberinto normativo es tremendo.

-A raíz del caso Madrid Arena comenzó una exhaustiva campaña de inspección de los locales de música. ¿Se sintieron, de alguna manera, como cabezas de turco?

-El caso del Madrid Arena hizo muchísimo daño, pero era un convenio del Ayuntamiento de Madrid con un empresario para realizar una actividad en un espacio municipal. A partir de ahí comenzó una cascada de inspecciones y de denuncias en salas donde nunca había habido ningún problema. El caso fue terrible, pero este señor tendría que estar ya en la cárcel. De hecho, nuestra asociación forma parte de otra a nivel europeo y, en las reuniones que mantenemos, le puedo asegurar que las salas de conciertos en España son las más seguras de Europa, sin ninguna duda. La normativa en España es muy estricta, pero a veces los aforos se calculan de una manera en la que todo el mundo se podría tumbar en el suelo y todavía quedaría sitio, porque siempre se calcula a la baja, lo que nos preocupa mucho porque si en una sala caben perfectamente 200 personas pero te ponen un aforo de 90 el negocio deja de ser rentable. Nos gustaría revisar esta política de aforo porque nos está haciendo mucho daño.

-Luego están las 'leyes del ruido', que cada equis tiempo desembocan en el cierre de alguna sala. ¿Entiende a los vecinos irritados por el sonido de algunas salas?

-Nosotros tenemos un código de buenas prácticas y en el tema del ruido consideramos que el descanso de los vecinos es sagrado. Evidentemente no vamos a defender a ninguna sala que no cumpla con la normativa. También le digo que la inversión en ese aspecto es enorme, pero somos tajantes respecto al que provoca un ruido demostrable, porque a veces los ayuntamientos tienen tendencia a defender al vecino sin haber comprobado en algunos casos la emisión de ruidos.

-¿Qué postura mantienen respecto al dueño del club de jazz El Secadero de Alhendín, que fue condenado a dos años y medio de cárcel por los ruidos de su local aunque, finalmente, consiguió un indulto parcial?

-Conozco bien ese caso, y es verdad que era un espacio que no estaba habilitado para hacer música en directo. No es por justificarle, pero cuando se instala en El Secadero no estaban los bloques de vecinos que después se levantaron, pero él tenía que cumplir con los requisitos. También es verdad que con los delitos que se están cometiendo por parte de políticos o banqueros era desproporcionado que este hombre acabase en la cárcel. Él tenía que haber tomado medidas correctoras, pero que ingresara en la cárcel era algo desproporcionado con la que está cayendo.

-En época de vacas gordas, los ayuntamiento colaboraban en los conciertos de estrellas de nivel mundial como Shakira o Bruce Springsteen. ¿Era, de alguna manera, competencia desleal con las pequeñas salas de conciertos?

-Todos estos conciertos subvencionados nos han hecho mucho daño porque han generado una conciencia de que la música es gratis. La gente, cuando va a los conciertos en las salas pequeñas, pregunta si está incluida la copa en la entrada, que a veces sí, pero si el concierto cuesta 3 euros siguen preguntando si la consumición es gratuita.

-Con el auge de los festivales, ¿qué explicación dan a que la mayoría de estos jóvenes luego no acudan el resto del año a las salas de música en vivo?

-En estos momentos se está generando una festivalitis, pero en muchos casos, me temo, aparte de que les pueda gustar la música, acuden al festival como un acto social donde se reúnen muchos jóvenes, se lo pasan muy bien, se ligotea y la música puede quedar relegada a a un segundo plano. Por otro lado, hay festivales de mucha calidad, pero también otros en los que estaría bien que se controlara, porque desde el momento en el que se paga una entrada se necesitan unos servicios mínimos que se deberían cumplir. Hablo de un control de calidad, que no haya que hacer seis horas de cola para ir al baño, cosas que en las salas de conciertos son rigurosamente verificados porque hay locales que tienen inspecciones cada 15 días y te dicen que el cartelito del extintor tiene que estar dos centímetros más a la derecha. Todo tiene que estar homologado y cuando hay un requerimiento se cumple, pero hay veces que te da la sensación de que la música en directo está perseguida. No hay una licencia estatal para las salas de conciertos, hay para café teatro, sala de fiestas, discoteca, pub musical... Pero está muy mal regulado y hay una marasmo normativo tremendo. Si se fija, se abren muy pocas salas de conciertos nuevas, si se abriera una en Granada sería un notición porque, en muchos casos, la música en directo en los locales tiene más que ver con la diferenciación y la imagen de marca para diferenciarte de otros espacios.

-Igual que en los cines, donde el negocio está en las palomitas, ¿los garitos de música sobreviven gracias a las consumiciones?

-Sí, pero el gasto del concierto sigue estando ahí, hay que pagar al programador, al técnico de sonido, el mantenimiento de los equipos, el caché de los grupos, pagar a Autores... Las salas de conciertos equilibran este coste con lo que ganan en la barra, no quiero ser pesado, pero con el 21% de IVA y con la crisis el consumo en barra ha disminuido un 40%, la gente va a una sala, escucha el concierto, se toma una cerveza y se va.

-Últimamente se está dando un fenómeno curioso: con la crisis, artistas como Ariel Rot o grupos como Marlango están volviendo a las pequeñas salas de conciertos, pero tampoco consiguen poner el 'no hay billetes' en espacios de aforo muy reducido... ¿Por qué este trasvase no está teniendo una respuesta del público?

-Responde a la situación económica actual, en las salas donde antes un grupo llenaba y metía 800 personas ahora mete a 300 espectadores, y puede ser el nombre que sea. Es la crisis y el 21% de IVA, que nos aplican también a la hostelería. La cerveza que servimos en la sala tiene un 21% de IVA, mientras que en el bar de al lado tiene el 10%, por el simple hecho de ser un local de música en directo. Las salas hemos intentado mantener los precios de las bebidas dentro de lo posible.

-¿Cómo ve este nuevo modelo de negocio en el que una sala contrata a un grupo de cierto nombre y los teloneros pagan por actuar?

-La gente no está pagando por actuar, nosotros ofrecemos una infraestructura, una promoción y un espacio reconocido. Tenemos algún roce con algún colectivo que dice que los músicos tienen que pagar por tocar, pero eso no es así. Usted quiere tocar en mi sala, pero si vende cuatro entradas y le tengo que pagar por tocar no es sostenible. La sala tiene unos gastos de producción, cifras pequeñas de entre 100 y 200 euros. Si el músico vende la taquilla completa se la queda y se le quitan los gastos de producción, en realidad no está pagando. Es lo que está ocurriendo con grupos que no aseguran una venta en taquilla. Si hay un gran grupo y un telonero, estos no suelen cobrar, porque es un acuerdo mutuo por la promoción que les supone.

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