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Alfredo Lobos Aranguiz, 'Generación Trágica'

La fama de la ciudad y del paisaje granadino era tal en el tránsito de los siglos XIX al XX, que no había artista que no quisiera pasar unos días por estas tierras para intentar conocer de primera mano, lo que los escritores pintaban tan acertadamente y los pintores mostraban tan luminosamente. Así, la proliferación de creadores fue altísima y no de todos hemos conseguido mantener una ligera memoria. Muchos ni siquiera llegarían a realizar algún cuadro, que nosotros sepamos, y otros estarán relegados a colecciones particulares de sus países respectivos, sin más pena ni gloria. Pero de cuando en cuando, aparece la sorpresa y en esta ocasión vino desde las costas del Pacífico, desde Chile, donde nació Alfredo Lobos.

Alfredo Lobos Aranguiz era natural de Rancagua, una ciudad cercana a Santiago de Chile, donde vio la luz en 1890, en el seno de una humilde familia en la que sus otros hermanos también fueron pintores. Fue discípulo de Fernando Álvarez de Sotomayor, pintor gallego que aceptó la invitación del gobierno chileno en 1908 para dar clase en la Escuela de Bellas Artes de Santiago de Chile y que, a su vuelta a España, ingresó en la Academia de Bellas Artes de San Fernando, llegando a detentar el cargo de director del Museo del Prado desde 1922 hasta 1931 y desde 1939 a 1960, año de su muerte.

Además, tuvo un papel destacado en la repatriación de los fondos del Prado desde Ginebra, tras la Guerra Civil, participando en la gran exposición que se hizo en la ciudad Suiza. Como profesor, fue el responsable de la gestación de la Generación de 1913 chilena, también llamada Generación Trágica por la rápida desaparición de varios de sus integrantes, a consecuencia de los pocos medios y la vida desordenada de bastantes de ellos. Tal fue la fama de esta generación, que hasta Pablo Neruda la bautizó como La Heroica Capitanía de Pintores.

Pues bien, nuestro artista de hoy, Alfredo Lobos, fue uno de los integrantes de esta generación y uno de los más brillantes. Hacia 1915 hizo una importante exposición en Chile y consiguió fondos suficientes para embarcarse rumbo a España, probablemente espoleado por su profesor, para conocer de primera mano a los maestros de la madre patria y el costumbrismo que Sotomayor había exportado a su tierra natal, en detrimento del gusto francés imperante por aquellas fechas en Hispanoamérica. Alfredo Lobos pintó especialmente por Castilla y Andalucía, siendo Granada su modelo más importante y del que más piezas se han conservado -todas ellas en Chile, que nosotros sepamos-. El caso es que, con el apoyo de su mentor Sotomayor, Lobos preparó material suficiente para presentar una exposición en la sala del Ateneo madrileño a comienzos de 1918, pero desgraciadamente no pudo verla montada, pues le sorprendió la muerte prematuramente y su exposición, forzosamente retrasada, se convirtió en póstuma, tal y como queda reflejado en un interesante artículo que publicó la revista La Esfera el 19 de diciembre de 1918.

Se cumplía así el designio de esa Generación Trágica que también se cobró la vida de sus dos hermanos, todos de condición humilde, que se ganaban el sustento con un quiosco donde lustraban zapatos y vendían cigarros, aprovechando las cajas de cartón como soporte para poder hacer sus cuadros. Sin duda, serían esas privaciones de juventud y un poco la vida bohemia, lo que hizo mella en la quebradiza salud de este artista de veintiocho años.

El hecho es que, pese al poco tiempo que estuvo en España y en Granada, rápidamente se hizo un hueco entre los artistas de la época, como atestigua una fotografía publicada por el Pacífico Magazine de Santiago de Chile en junio de 1918, en la que posa ante la Posada del Potro cordobesa, junto al escultor almeriense-granadino Juan Cristóbal, Rafael Romero de Torres y Miguel Pizarro. De hecho, Juan Cristóbal, con quien trabó una especial amistad, realizó y financió la lápida para su tumba en el cementerio de San Lorenzo de Madrid.

De su estancia granadina se conservan cinco lienzos en el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile y, al menos, una vista de la Alhambra desde el Generalife que se custodia en la Pinacoteca de la Universidad de Concepción de Chile. A estas piezas perfectamente catalogadas, deberíamos sumarles los dibujos que se expusieron en Madrid en 1918, que se reprodujeron en la ya citada revista La Esfera, en los que destacan los paisajes urbanos albaicineros, con una atención especial a los nocturnos. De todas formas, será en los lienzos del museo chileno en donde se puede apreciar con mayor profundidad sus dotes pictóricas y compositivas, pues hay una mirada diferente a la de los pintores locales a la hora de elegir los temas. Así, tenemos una vista muy frontal del Generalife, dejándolo respirar rodeado de sus huertas y la ladera del Darro, o una Placeta del Abad en la que se aprecian los vestigios del torreón y la puerta de Bibalbunud, y la hilera de torres que buscan el Arco de las Pesas. Como es habitual, también trata el tema de los jardines con sus fuentes y pilares, destacando el detalle del surtidor del Patio de la Sultana del Generalife.

Alfredo Lobos es un pintor de luces vibrantes y colorido elegante, con notas cálidas y apasionadas, mientras que en sus dibujos es más intimista e incluso, me atrevería a decir, que simbolista, buscando en los rincones las figuras silueteadas en un callejón o a la luz de la luna, mientras que el templo de San Cristóbal exento compite con un espingardado y humilde ciprés que se recorta en su cabecera, paralizando el tiempo.

Es un pintor aislado y, por tanto, muy atractivo en sus apreciaciones sobre la ciudad y los temas granadinos, del que sería interesante poder hacer un rastreo, especialmente de sus dibujos, que bien pudieron quedar repartidos en colecciones madrileñas tras su exposición.

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