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Un día de furia lo tiene cualquiera

Comedia negra, Argentina-España, 2014, 123 min. Dirección y guión: Damián Szifrón. Fotografía: Javier Juliá. Música: Gustavo Santaolalla. Intérpretes: Ricardo Darín, Darío Grandinetti, Leonardo Sbaraglia, Érica Rivas, Oscar Martínez, Rita Cortese, Julieta Zylberberg. Cines: Kinépolis, Serrallo Plaza.

Inevitable no recordar a Michael Douglas pegando tiros y dándole golpes al personal con el bate de béisbol en Un día de furia viendo esta sucesión de relatos ambientados en la Argentina contemporánea que han hecho del filme de Szifrón, coproducido por Almodóvar y con algunos de los rostros más conocidos (Darín, Sbaraglia, Grandinetti) del cine de aquel país, uno de los grandes fenómenos de taquilla de la temporada.

Y es que Relatos salvajes es, ante todo, una buena muestra de lo que debiera ser o uno entiende por buen cine popular, a saber, un producto sólido que deja reconocer en el exceso de sus modos e historias, todas ellas cargadas de una violencia, una mala leche y un humor negro cercanos al cartoon, ese necesario ejercicio de catarsis diferida y proyectada que ha dejado a las clases medias, que al fin y al cabo son las que aún pasan por caja, con un considerable cabreo después de ver cómo sus sueños terminaban frustrados o empantanados en la red social de la crisis que nos ha tocado vivir.

Es precisamente por eso que Szifrón convoca también a su circo de tensión y destrucción festiva y catártica a tipos ricos y adinerados, a gente bien acuciada por problemas comunes y de fácil identificación que, bajo su mirada, siempre hipertrófica, siempre con el quiebro a punto, encontrarán la distancia empática justa para que nosotros, los espectadores comunes, podamos acabar soltando la carcajada ante sus miserias y problemas morales y económicos de primer orden.

Las seis historias de Relatos salvajes funcionan a veces como cuentos morales, otras como esperpentos delirantes, pero siempre con una inteligente progresión y oscilación entre lo dramático y lo cómico que confirman al director de Tiempo de valientes como un hábil modulador del ritmo y los flujos narrativos, capaz incluso de reconducir al espectador a su terreno cuando, como sucede en el último y brillante episodio de la boda, con una estupenda Érica Rivas dándolo todo, el asunto se ha desmadrado ya sin aparente remedio.

Buen cine popular, por tanto, cine para la catarsis colectiva, no siempre a un mismo nivel de brillantez o sutileza en sus seis tramos, que nos hace soñar con lo que pudiera ser una saludable tercera vía entre el cine de género de imitación y las propuestas autoriales más flácidas y autoindulgentes entre las que se mueve el cine hecho en español de la última década.

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