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Vivir en Suiza

  • 'Un Franco, 14 pesetas', a pesar de haber pasado completamente inadvertida para los miembros de la academia, difícilmente la olvidan muchos espectadores

En la ceremonia de entrega del año 2007 de los premios Goya (la timorata imitación que la rimbombante Academia española del cine hace de la fastuosa puesta en escena hollywoodense de los Oscar), casi todos los voluminosos bustos del pintor aragonés (en el tamaño del trofeo, sí superamos a los americanos) que recompensan los méritos de los estrenos españoles de la temporada, se los repartieron la almodovariana -y por tanto despendolada- Volver y la directamente loca (aunque sin que tuviese nada que ver Almodóvar) El laberinto del fauno, dos películas extraordinarias, al decir de los críticos, pero que, al día de hoy, pocos espectadores recordarán ni siquiera de lo que tratan.

En esa misma edición de los premios y con una sola nominación (al mejor director novel) comparecía una modesta película: Un Franco, 14 pesetas que a pesar de haber pasado completamente inadvertida para los doctos y sagaces miembros de la academia, difícilmente la olvidan todos aquellos espectadores que en las salas de cine (españolas primero y europeas después) y en sus reiterados pases por televisión, se emocionan y conmueven con la sencilla y cotidiana historia que en ella se narra.

De entrada, las referencias de la película no presagiaban su excelencia: bajo presupuesto, actores sin demasiado nombre y, sobre todo , el hecho de que estuviese escrita, protagonizada y dirigida por Carlos Iglesias, actor cómico conocido, hasta ese momento, por sus personajes de Pepelu (aquel que todas las noches ayudaba a cruzar el Misisipi a Pepe Navarro) y Benito (el chapucero ayudante de Manolo en la serie Manos a la obra).

Sin embargo, desde su primera secuencia el espectador percibe la autenticidad que rezuma la historia de una familia española de los años 60 que, acuciada por las penurias económicas, se ve obligada a emigrar a Suiza. Lo que Carlos Iglesia nos cuenta es su autobiografía y... eso se nota. En un tono amable, impregnado de nostalgia, retrata con una fidelidad primorosa la dura realidad de aquella España sumida en el subdesarrollo, al punto de provocar con cada secuencia borbotones de recuerdos en todos los que la conocimos. La película está dirigida de manera magistral con un clasicismo que recuerda al John Ford de Qué verde era mi valle o El hombre tranquilo; como él, Iglesias hace del entorno donde se mueven los personajes un protagonista más (quizás el principal) de la historia y, como él, logra sin efectismo alguno, que hasta el más humilde de los secundarios se nos haga entrañable. También como Ford tiene la rara habilidad de hilvanar una profunda reflexión sobre la condición humana a partir de las pequeñas historias cotidianas que nos cuenta y así bajo la ternura y emotividad que envuelve la película subyace una dura crítica sobre una cierta mentalidad española que todavía perdura (...y así nos va) que se resume en la tan conocida como discutible afirmación de que: ¡Cómo en España, no se vive en ningún sitio!. Por si fuera poco, Carlos Iglesias borda en la pantalla el papel de su propio padre, Martín, el mecánico fresador que despedido de Pegaso se ve obligado a emigrar a Suiza donde, acompañado de su amigo Marcos (interpretado magistralmente por Javier Gutiérrez), aterrizarán tan perdidos como si de extraterrestres se trataran. Sus compañeros de reparto no le van a la zaga y así tanto Nieves Medina en el papel de Pilar, la mujer de Martín; Iván Martín como Pablito, el hijo que -como el propio autor- jamás superará el trauma de abandonar Suiza para volver a una España tosca, grosera y bárbara tan lejana de los idílicos modos helvéticos y, sobre todo, Isabel Blanco, la actriz gallega que -a lo mejor por haber nacido también en Suiza al haber emigrado sus padres a Berna- goza de una impresionante fisonomía germánica que le viene como anillo al dedo para dar vida a Hanna la dueña del hostal suizo donde se alojan Marcos y Martín y con la que este último además de descubrir algunos avances de la civilización moderna (agua corriente, papel higiénico, edredones...) aprenderá e entender el amor de una manera natural y gozosa.

En cierta forma, los actores de Un Franco, 14 pesetas recuperan las añoradas interpretaciones corales de Plácido o Calabuch, llenando la película de momentos únicos e inolvidables y, al mismo tiempo, haciendo que , como le ocurrió de niño al director, los espectadores se enamoren de un país que, paradójicamente, ahora vuelve a ser destino para muchos españoles que buscan allí el puesto de trabajo que les niega su propio país. A mi juicio, Un Franco, 14 pesetas, junto a Tiovivo c. 1959 de José Luis Garci son las dos mejores películas españolas de los últimos treinta años y el hecho de que ,ambas, hayan sido ignoradas por los miopes y sesgados ojos de los "entendidos" en cine, no es más que la confirmación de que es necesario verlas.

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