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Leer en tiempos de guerra o la genealogía literaria de Luis Muñoz

  • El poeta y profesor de la Universidad de Iowa inauguró la Feria del Libro con un emotivo pregón en el que recordó a su abuelo, que estuvo a un paso de ser fusilado en la Guerra Civil por el contenido de su biblioteca

En el verano de 1936, al comienzo de la Guerra Civil, el abuelo paterno de Luis Muñoz fue detenido por la policía en su casa del número 5 de la calle Cuenca de Granada. La grave acusación que casi le llevó a hacer el paseíllo fue que tenía una gran cantidad de libros, algunos de ellos considerados rojos. Sólo la clemencia del jefe de brigada, unida a las persuasivas peticiones de su abuela, consiguieron que fuese puesto en libertad. Hace casi 80 años de este episodio, cuando leer podía ser 'altamente perjudicial' para la salud en una ciudad que ayer inauguró la XXIV edición de la Feria del Libro, dedicada a la declaración de Granada como Ciudad de la Literatura por la Unesco.

Luis Muñoz rescató la historia personal de su abuelo para vertebrar su pregón inaugural y resaltó que la ciudad no es una referencia de las letras por el mágico embrujo de la Alhambra o por un componente desconocido en el agua que sale del grifo. "Granada no es una ciudad literaria porque sea muy bonita y la literatura le caiga a las manos, sino porque personas concretas han puesto, ponen en marcha, mecanismos concretos que contribuyen a crear una diversidad de corrientes de estímulo", destacó Muñoz tras leer pequeños fragmentos de autores que son patrimonio cultural de la ciudad, como Elena Martín Vivaldi, Rafael Guillén, Juan de Loxa, Antonio Carvajal, Justo Navarro, Antonio Jiménez Millán, Ángeles Mora, José Carlos Rosales, Rafael Juárez, Luis García Montero, Álvaro Salvador y Javier Egea.

Un lugar de grandes escritores y de monumentales lectores anónimos, como Román Muñoz. Pasado el tiempo, un joven Luis Muñoz se asomaba a su biblioteca como quien se lanza a la aventura de leer La isla del tesoro. Algunos de los volúmenes, los que incriminaron al abuelo como un ávido lector, estaban envueltos en el halo de la aventura y emitían "un destello doble de desafío y orgullo". Eran los libros prohibidos y acusadores, "que lucían apretados, dándose calor, muchos años después, en las estanterías de su despacho, con una especie de dignidad excitante que les otorgaba a mis ojos una extraña fuerza".

A medida que fue familiarizándose con estos textos también comenzó a descifrar a través de ellos algo del silencioso temperamento de su abuelo. "Eran no solo un mapa de sus intereses de lector, sino también una especie de biografía íntima suya que podía completar las lagunas que sus grandes silencios dejaban", prosiguió Muñoz en un pregón que, de paso, mostró la iniciación a la lectura y a la vida del actual profesor de la Universidad de Iowa. Estos libros, que a punto estuvieron de llevar al paredón a su abuelo, no eran manuales para fabricar una bomba casera, ni siquiera El Capital; eran los "airosos" libros de los 20, como por ejemplo Canciones de Federico García Lorca, en la edición de la revista Litoral; los tomos completos de los Ensayos de Unamuno, en la edición de la Residencia de Estudiantes; Tirano Banderas de Valle Inclán, en las colección de su Opera Omnia; Los pueblos de Azorín, en la edición de Caro Raggio; Las adelfas de los hermanos Machado en la edición popular de la Farsa; La deshumanización del arte, publicada por la Revista de Occidente, o la propia Revista de Occidente, completa desde su 1925 hasta 1936. "Pero los libros comprados a partir de la Guerra Civil, que no habían disminuido en número, y que estaban separados de éstos en estanterías diferentes, mostraban los best-sellers españoles de los años 40, 50 y 60, de gusto mucho más dudoso, en ediciones mucho menos bonitas, con algo de la oscuridad de aquellos años dentro como un equipaje engorroso".

Esta involución en su biblioteca le llevó a intentar ponerse en la piel de su abuelo para saber si pensó en hacerse con libros de circulación clandestina, como las ediciones latinoamericanas de esos años, o ni siquiera se lo planteó. "Lamento ahora no haberle preguntado. Pero sé que, unidos todos los puntos, encajadas, más o menos, todas las piezas, su biblioteca componía el retrato de eso que se llama un lector puro, es decir alguien que no busca en la lectura otra recompensa que el ejercicio autotélico de la propia lectura, un lector constante, curioso, imaginativo, hedonista, diverso, y también sé que Granada fue por primera vez para mí una ciudad literaria porque aquí estaban los libros de mi abuelo, con sus puertas abiertas a otros mundos, y sus desafíos, y porque aquí había podido espiar su necesidad de leer".

En los años 80 despertó su propia pasión por la literatura y los libros, conoció otros ámbitos y otros ejemplos que ampliaron y "colmaron de matices" el carácter literario de Granada. "No me refiero a la prodigiosa línea trasversal que arranca en la Edad Media y famosamente recorre nuestra historia literaria hasta el presente, y que tiene en Federico García Lorca y en su deslumbrante obra al autor más inagotable, sino a los casos concretos de escritores, sobre todo poetas, que conocí directamente en esos años 80, algunos de los cuales no solo se dedicaban a su propia obra sino que generaban en torno un movimiento estimulante, una especie de corriente contagiosa", explicó sobre autores como Luis García Montero, que a día de hoy son estudiados por los escolares en sus libros de texto junto a Luis de Góngora o Rafael Alberti.

Por último, Luis Muñoz lanzó una invitación a pasear por Puerta Real hasta el próximo 27 de abril. "Las actividades programadas y las casetas que ahora nos esperan están repletas de libros que nos imaginan, que nos revelan, que nos trasladan, que nos cambian las tornas, que crean corrientes, que nos libran de nosotros, que nos sacuden, que nos responden, que nos interrogan, que nos nublan, que nos aclaran, que nos resumen, que nos multiplican", concluyó el poeta.

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