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El cartero de Francisco Ayala

  • La Fundación del escritor digitaliza y publica en su web más de 600 cartas con personalidades de la literatura como Camilo José Cela, Jorge Guillén o Max Aub

Francisco Ayala se consideraba "un buen corresponsal" y presumía de contestar a las cartas. En ellas se vislumbran los desvelos del autor, sus filias y sus fobias, las preocupaciones más personales, un agudo sentido del humor y una manera de encarar los problemas de manera elegante, pero sin rodeos. En su correspondencia con Max Aub hay una misiva fechada en 1954, en la que el autor de Muertes de perro le insta a su colega a que le reenvíe unos textos originales de los que no tenía copia. "Me hago muy bien cargo de todas las dificultades y molestias que has tenido, pero no me parece injusto pedirte que por lo menos me contestes a lo que te pregunto, aunque ello te obligue a cultivar el género epistolar más de lo que quisieras", le escribió el autor granadino. En este tira y afloja en papel entre dos autores que, por otra parte, tenían fuertes vínculos por su estrecha relación editorial, Aub le recriminó en otra ocasión que todavía no le hubiese llegado el dinero de una colaboración. "Me alegro mucho de que tengas el cheque dispuesto, pero estaría mejor en mi poder. Ten en cuenta de que [sic] acaban de rajarme la barriga por mor de un apendicitis fulminante (ya estoy buenísimo)", le escribió Aub, a lo que Ayala le respondió en un primer momento recordándole la lentitud de las administraciones públicas. A los meses, el granadino zanjó el tema: "Me alegro de que, aunque tarde, llegara el famoso chequecito". Es una muestra de las más de 600 cartas que la Fundación Francisco Ayala ha digitalizado y que están destinadas a personalidades como Victoria Ocampo, Camilo José Cela y Jorge Guillén, entre otros. La edición digital de estas cartas se puede consultar ya en la página web de la Fundación (www.ffayala.es/epistolario) en un proyecto en el que han colaborado el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte y el Consello da Cultura Galega.

Las cartas disponibles abarcan un arco temporal de casi cincuenta años, desde 1928 a 1976, fecha esta última en la que Ayala se jubiló como catedrático en Nueva York y se instaló definitivamente en España. Esta primera entrega incluye también cartas intercambiadas por Ayala con Manuel Azaña, Vicente Llorens, José María Ferrater Mora, Francisco Romero, Guillermo de Torre, José Medina Echavarría, Arnaldo Orfila (director de Fondo de Cultura Económica), José Luis Cano, Gonzalo Sobejano o Dionisio Ridruejo, el intelectual franquista que fue paulatinamente alejándose del régimen y que defendió con vehemencia a José Bergamín de los ataques de Luca de Tena, que acabaría con el escritor en el exilio. "Esa carta de usted revela, no sólo su limpieza de alma, sino algo que, en el fondo, va ligado a ella: una manera alta, noble, inteligente, generosa y digna de encarar (dándole a esta palabra todo su alcance) la situación de nuestro desdichado país, de la que el régimen, que la promovió, es exponente, y asume por triste paradoja con ello verdadero carácter representativo", escribió el autor de El jardín de las delicias en 1961 con un espíritu que se concretaría años después con la llegada de la Transición.

La correspondencia de Ayala es como "un pequeño mundo escrito", sostiene Rafael Juárez, gerente de la Fundación Francisco Ayala, quien avanza que hay casi otras seiscientas cartas en proceso de edición que se irán incorporando a la página web cuando estén listas.

En este primer material destaca la relación que mantuvo con Camilo José Cela, quien estaba al mando de la revista Papeles de Son Armadans (1956-1979). Ayala, que estaba iniciando su paulatino regreso a España en los primeros años sesenta, publicó en esa revista, entre otras colaboraciones, algunos de los primeros textos que conformarían El jardín de las delicias. Para otra iniciativa editorial de Cela, la colección La Novela Popular, escribió El rapto. Ambos escritores se conocieron personalmente en Madrid en 1963 y se encontraron al año siguiente en Nueva York, con motivo de la concesión a Cela del doctorado honoris causa por la Syracuse University.

El grado se creciente amistad se ve en el encabezamiento de las cartas, que pasan de un "querido Cela" a un "querido Camilo" con el tiempo, cuando Ayala ya creía que había la suficiente confianza como para tutearse. El autor granadino estaba muy preocupado porque sus obras no estaban al alcance de los lectores en España, un tema para el que pidió colaboración y consejo a un escritor que, ya en la década de los sesenta, estaba situado en lo más alto del panorama literario español. "Como comprenderá uno escribe también y principalmente para la Península, y es una triste gracia que una vez pasada la barrera oficial de la censura los libros de uno sean inaccesibles para los lectores españoles, pocos o muchos, que quieran comprarlos", escribió en una misiva de 1961, un año en el que se intercambiaron más cartas en las que solía ser un tema recurrente la tesis doctoral que un alumno de Ayala estaba realizando sobre el propio Cela en la universidad de Princeton. "El estudiante Flasher, que al parecer sigue trabajando en una tesis sobre usted, procede a paso de caracol, pese a los empujones que yo de vez en cuando le doy. Veremos a ver si la concluye antes de que termine el siglo actual", firmó el intelectual con una ironía que, pasado el tiempo, se convirtió en una de sus señas de identidad.

Curiosamente, también contactó con el autor de La Colmena cuando estaba recabando firmas de apoyo a la candidatura de Jorge Luis Borges para el Premio Nobel, un hombre al que conocía bien de su etapa en Buenos Aires. El asunto quedó definitivamente en nada y Ayala informó a su corresponsal que, curiosamente, recibiría este premio décadas más tarde. " Me enteré, por noticias de Suecia, de que el petitorio de premio Nobel por la Sociedad Argentina de Escritores tenía la misma fuerza que si lo hubiera pedido su abuelita que lo quiere tanto (...) Pero creo que Kennedy está empeñado a favor del valetudinario poeta Frost, y supongo que el argumento de su muerte próxima tocará las fibras sensibles del alma sueca, y Borges, que sólo puede invocar en contra su ceguera, se quedará para otra vez. Ya veremos que pasa". De nuevo unas gotas de ácido humor como ingrediente para sus misivas.

A Manuel Azaña le escribió una carta, en octubre de 1935, en la que le daba su opinión sobre Mi rebelión en Barcelona, uno de los libros de quien fue presidente de la República. "Con una raíz común, son dos Españas frente a frente. Usted, Don Manuel, representa hoy a la noble contra la abyecta, y su misión histórica está en crear las condiciones que hagan firme y sólida la jerarquía de los valores morales en una estructura que favorezca unos estímulos y cierre el paso a otros, evitándose así la desmoralización que produce el reiterado fracaso de la honestidad", le decía Ayala.

Esta correspondencia también deja traslucir su paulatino acercamiento a Granada y cómo se gestó a lo largo de los años su famosa conferencia en el Banco de Granada en 1977, lo que significó el retorno oficial del autor. Emilio Orozco y Antonio Gallego Morell fueron sus amigos en la distancia. De hecho, Ayala llegó a pedir a Gallego Morell el favor de buscarle su partida de nacimiento en Granada, ya que la necesitaba para un trámite administrativo. Por supuesto que la recibió cumplidamente, con la petición de una visita a su ciudad de origen. "A mí también me gustaría visitar Granada, y más en compañía de usted; pero temo que ahora no podrá ser, a causa de mis ocupaciones inmediatas. Y en cuanto a las fechas que me propone para dar una conferencia, tampoco estarán disponibles, pues debo regresar a Estados Unidos a comienzos de septiembre, si no antes. Pero, en cambio, quizá pudiera hacerse en el invierno, en que pienso darme otra vuelta por España", escribió sobre un regreso que no tuvo lugar hasta seis años después.

Libros, reseñas, proyectos de revistas, amistad y generosidad. De hecho, le regaló a su amigo Guillermo de la Torre los dos únicos ejemplares que Lorca y sus amigos publicaron de la revista Gallo. "Están agotados: los ejemplares que le envío son los que yo tenía, porque no se pueden encontrar otros", escribió un Francisco Ayala que dio trabajo al gremio de carteros durante décadas.

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