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Extrañeza Sin Fronteras

  • Fernando San Basilio se asoma en 'Crónicas de la Era K-pop', con su ironía marca de la casa, a la vida cotidiana que transcurre en Corea del Sur

En el corazón del libro, casi en su centro exacto, hay una repentina modulación en el estado de ánimo, realizada sin embargo con una suavidad conmovedora, que dice mucho -lo dice todo- sobre el estilo de Fernando San Basilio. En ese pasaje, Fernández, su álter ego -un españolito asombrado y preguntón- pasa una tarde más en una cafetería-franquicia de Seúl. Y entonces se muere una persona en el edificio de enfrente. La llegada de la ambulancia, la retirada del cadáver, el espanto ante ese brazo que se descuelga de la camilla, todo lo ve Fernández, como en slow-motion, desde el cristal de ese local donde, con esa imagen dolorosa vibrando todavía en las retinas, le estalla en las narices el aroma de canela de su moccacino, y con él la certeza del milagro de vivir. Ligero, fluido, agridulce.

En los últimos años, por motivos personales, San Basilio ha pasado algunas temporadas en Seúl, y mucho tiempo en sus cafeterías. De esas visitas surgió Crónicas de la Era K-pop, un libro editado por Impedimenta con el esmero de costumbre y subtitulado, no en vano, Primavera de plástico y café latte en Corea del Sur. "Me sorprendió el hecho en sí de ir caminando y ver que uno de cada tres negocios era una cafetería de aire extranjerizante, franquicias internacionales donde mucha gente pasa media vida. Me interesó el fenómeno comercial en sí, pero sobre todo el extrañamiento que supone dentro de la realidad coreana. Aparte del análisis barato-sociológico, quise construir una ficción a partir de ahí", explica al otro lado del teléfono el escritor, que mañana estará en Sevilla para presentar el libro en el Café Cicus (20:00).

Con esa voz plenamente suya, reconocible en Curso de librería, Mi gran novela sobre La Vaguada y El joven vendedor y el estilo de vida fluido, sus tres anteriores novelas, San Basilio vuelve a desplegar en Crónicas de la Era K-pop esa sintaxis sencilla pero sinuosa y envolvente, esa convivencia de la ternura y el tono aparentemente menor con los bocados de amargura y la mirada crítica de un escéptico incurable. "Este libro -dice- es un poco una parodia del Gran Artículo o del Libro de Reportaje Río sobre el fenómeno del café en Corea del Sur. Y por eso, también, la parte en apariencia más periodística en la que se presenta a un personaje está escrita en primera persona, en homenaje o parodia de los excesos del Nuevo Periodismo, toda esa gente, como Tom Wolfe, que en realidad me encanta".

Quien se acerque al libro esperando encontrar una serie de amables, previsibles y paternalistas estampas exóticas a buen seguro quedará decepcionado. No es exotismo lo que hay en el libro, sino una extrañeza permanente, oculta en los pliegues de lo que se considera trivial, una extrañeza que no es autóctona de ningún sitio. "El exotismo tiene algo de ridículo y patético cuando viene mostrado y explicado: la gente se sienta en cuclillas y te da las gracias muchas veces [pone voz atildada] y todo eso. Yo procuro no tener impresiones de un país. Lo digo en serio. Cuando viajamos emitimos una serie de juicios bastante baratos y yo no me veo en la obligacion de hacerlo, por eso cuando empleo cierto tipo de generalizaciones, lo hago como mera parodia. Mientras escribía el libro, tuve que dar por supuestas muchas cosas porque no quería convertirme en una especie de divulgador pesado y cargante", dice al respecto el autor, que de hecho -hay que recordar que el relato no es una crónica periodística sino más bien una novela muy personal con hechuras de relato de no-ficción- se tomó bastantes libertades a la hora de retratar a sus personajes: "Los conocí a todos, pero alguno de ellos nunca sabrá que ha estado hablando conmigo".

Una joven estudiante de Terapia Ocupacional en la Universidad de Yonsei. Un enigmático y más bien oscuro americano en viaje de negocios en Seúl. El encargado del albergue cutre de Fernández -"casi nunca he podido viajar con presupuesto digno de mi categoría"-; un actor de mediana edad con un pequeño papel en la telecomedia de moda El sueño de Jiju, conmovedoramente comprometido con la serie a pesar de que su personaje pinta entre poco y nada en la misma. Una mujer de 94 años que vivió la dominación japonesa y la Guerra de Corea, "un monumento a la historia" de su país que sin embargo sólo habla de sus dientes (ya inexistentes) y de su familia... La galería de personajes es 100% San Basilio: "A mí realmente me interesa todo el mundo. Pero si tuviera la oportunidad de hablar con el presidente de Botsuana, en el caso de que ese país siga existiendo, cosa que sinceramente desconozco en este preciso instante, o con el conductor de un autobús en la capital de Botsuana, cualquiera preferiría hablar con el conductor de autobús. Es evidente, ¿no?".

Auténtico maestro artesano de la ironía, el autor no sabe si ésta es "una especie de enfermedad o un vicio". "O puede ser una coraza, como esa gente superborde que se pasa el día repartiendo mandobles pero resulta que es timidez. Desde luego sí que es, seguro, el espacio donde me siento cómodo. Creo que es el mejor modo de mirar la vida y de mirarnos a nosotros mismos. Es un filtro al que me resulta casi imposible renunciar. Es una cuestión deontológica. Contar algo sin una brizna de ironía me produciría hilaridad y la sensación de estar teniendo poca consideracion con el lector. O será que no me lo tomo muy en serio...".

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