José García Román. Compositor

"Muchos saberes de hoy son lucimientos de neón, de escaso valor para la vida"

  • La OCG estrena hoy en el Auditorio Manuel de Falla 'De Civitate lucis', la última obra del granadino, uno de los grandes nombres de la música contemporánea a nivel internacional.

-'De Civitate lucis' ('La Ciudad de la luz'), terminada en mayo de 2015, está dedicada expresamente, como reza en el encabezamiento de su partitura, "a los que lucharon y luchan contra la oscuridad". Menuda casualidad estrenar esta obra precisamente en estos días... ¿O no es casualidad?

-Por desgracia, llevamos demasiados años sufriendo el acoso de la oscuridad. Quedó atrás, y casi obsoleto, el mensaje del Siglo de las Luces. Muchos saberes de hoy son lucimientos de neón, de escaso o ningún valor para la vida. El lucimiento no tiene nada que ver con la luz. Las luces de artificio, tampoco. Pienso que antes había más luz, cuando alumbraban los quinqués y las velas del decoro. La oscuridad que nos agobia hoy en forma de brutal e infernal terrorismo está degradando nuestra civilización que hasta hace poco se paseaba por las calles, engreída, con pose de orgullo y satisfacción, alejada de un humanismo que ahora echamos en falta. No hay casualidades. De Civitate lucis surge como necesidad de expresar en sonidos el anhelo de una luz que destruya sombras perversas.

-Dice que con esta pieza ha querido expresar, con un tono combatiente, retador, elegíaco en ocasiones y de sosiego luminoso en otras, las tensiones entre luz y luces. ¿A qué se refiere?

-La obra es una metáfora que en cierta manera traduzco en organización sonora con unos criterios inspirados en el eterno combate de la luz contra las luces de artificio, de la luz discreta y amarillenta de una débil y temblorosa llama, o de una luciérnaga contra los focos carnavalescos de escenas de simulación y disfraz. En la partitura existe una intencionalidad de expresar tensiones que tienen que ver con la lucha entre la luz verdadera y la luz impostora. Hay sombras amigas que no hacen daño; es más, son necesarias. La luz que anhelamos muchos triunfa en esta partitura. El inicio y el final son ejemplos incontestables. En el desarrollo hay episodios que tienen que ver con el laberinto diario de luces, resplandores, sombras, oscuridades y la luz. La tímbrica juega un papel importante, de ahí el protagonismo de la percusión, elegida muy meditadamente. Lo elegíaco está presente en nuestra vida diaria. Las pérdidas son notorias. Y es natural que recordemos a aquel personaje mítico Diógenes que con su linterna iba diciendo "busco a un hombre".

- Por si fuera poco, su siguiente pieza, al menos en el título, tiene un matiz apocalíptico, 'La Ciudad de las cenizas'. ¿Sobre qué girará esta nueva obra?

-Es una reflexión sobre la vanidad, la fatuidad, el creernos importantes, poderosos, olvidándonos de aquellos versos "recuerde el alma dormida… cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando". Encabeza la partitura la siguiente frase de Séneca: "La ceniza nos iguala a todos". Creo que conviene bajar nuestros humos, demasiado subidos, y pensar que estamos de paso, que no merece la pena tantos montajes escénicos con tan pésima representación. Las cenizas en general, y las humanas en particular, son uno de los más certeros libros de la vida. Merecen respeto y cariño. No puedo olvidar la salvajada de algunos nazis cuando usaron las cenizas de los crematorios a modo de asfalto en las carreteras heladas y así posibilitar la salida de los camiones en la huida de los campos de exterminio. Como digo, en esta nueva obra he considerado que debía dedicar una ciudad a las cenizas: el futuro de nuestro cuerpo. Es cierto que hay una singular trascendencia en el discurso sonoro, que procura, a su modo, no quedarse en el plano de "tejas abajo". Tampoco debemos olvidar que las cenizas humanas pueden convertirse en diamantes.

-¿Cuál sería la banda sonora de los últimos días en París? ¿Quizás simplemente el silencio?

-Curiosamente, unos días después de los atentados del 11 de marzo de 2004 se estrenó en Viena mi obra La Ciudad del silencio, bajo la dirección de Arturo Tamayo, el 14 de marzo. Cuando se estaba ensayando esta partitura en la ciudad austríaca ocurrió la tragedia de Atocha. Hay un consejo profundo y lleno de sabiduría de Jankélévitch que vive en mi corazón: "Turbar el silencio durante el menor tiempo posible". Toda la música va a dar en la mar del silencio. El silencio es la voz del Universo, y de la música. La mejor banda sonora para estos días. Pero el silencio, no un silencio artificial. La música comienza a vivir en nosotros cuando concluye el último compás de la obra.

-Es curioso que, en la actualidad, si alguien piensa en una guerra, inevitablemente se le viene a la cabeza la 'Cabalgata de las Walkirias' de Wagner. ¿Los caminos de la música son inescrutables?

-Son personales, y cada persona es un mundo muy complejo. Una obra puede producir sensaciones opuestas en un mismo oyente. Los estados de ánimo cambian continuamente e influyen mucho en los sentidos, en las percepciones. Es cierto que la guerra normalmente se expresa con sonidos en dinámica fuerte, y con tiempos veloces, con agresividades y durezas; no así la paz. La guerra, por desgracia, ha sido fuente de inspiración para muchos músicos. Son experiencias extremas. No olvidemos los requiem escritos con motivo de la guerra, a la sombra de la devastación y del delirio, y en memoria de tantos muertos. Por ejemplo el War Requiem de Benjamin Britten.

-Yvan Nommick sostiene que la suya es una música sincera, que transmite algo, es terriblemente expresiva y muestra un mundo de emociones. ¿Qué peso tiene la sinceridad en su obra musical? ¿Cómo se plasma esto en su obra?

-Pues intentando conseguir que, como dijera Beethoven, la música salga del corazón para que retorne al corazón. No se debe entender esto con claves románticas. El corazón es símbolo fundamental del palpitar humano. El arte es humano, la música debe ser humana, y ha de tener un timbre personal, como nuestra voz, por la que se nos distingue aunque no se nos vea. No es fácil, ni tampoco existen métodos para conseguir esto. Sólo el trabajo y la convicción de que no debemos caer en las garras de las sirenas sociales, en dictaduras camufladas, en movimientos ultravanguardistas que imponen criterios que sólo conducen al esnobismo, al estar en el candelero unos años, para después desaparecer en el desierto de la uniformidad. Es decir, que todo suene igual, que no se pueda identificar a un autor por sus propios sonidos. La sinceridad y la identidad tienen que pagar un peaje. Y a veces, muy caro.

-¿Granada es especialmente refractaria a la música contemporánea o, en general, pasa en todas las ciudades?

-Granada es y ha sido ejemplar. Evidentemente ha evolucionado como todos nosotros. Pero gracias al Festival Internacional de Música y Danza, a los conciertos programados, a los ciclos de música contemporánea y a la propia Orquesta Ciudad de Granada ha conseguido una madurez modélica. Ha podido conocer en directo durante muchos años tantos pentagramas que han sido interpretados en el Palacio de Carlos V, en la Alhambra, en el Centro Manuel de Falla, en la Catedral, en diversos auditorios de la ciudad. Además, hay en Granada un público muy entendido y sensibilizado con la música de nuestro tiempo.

-El maestro Tamayo, exigente a la hora de dirigir, esta muy presente en su obra.

-Es cierto. Su batuta es garantía para poner en pie una obra musical de nuestra época. Es muy notable su experiencia como amplio su conocimiento de la dirección orquestal. Los grandes autores del siglo XX han pasado por su podio. Tiene un sentido peculiar de la afinación de la orquesta y conoce perfectamente el mundo de la percusión. Es un pensador, un sólido intelectual. Le tengo en gran estima. Y lo respeto. En parte, él es responsable de que la obra que se estrena hoy, se haya concluido. Es cierto que la OCG se merecía un recuerdo en estos días conmemorativos, pues me mostró un gran interés por que mi música estuviese presente con motivo del evento. Lo que agradezco de corazón. Pero no siempre me encuentro en condiciones de emprender aventuras musicales.

-Su relación con la OCG data de los mismos orígenes de la formación. ¿Cómo ve a la orquesta y cómo ha vivido los últimos años de zozobra?

-Efectivamente, estuve en el inicio de la formación. Le presenté al alcalde un escrito con unas firmas de personalidades granadinas vinculadas a la música. Años antes ya se reivindicaba desde distintos medios, y en voz alta, la creación de una orquesta, con la intención de que fuese la orquesta de la Comunidad andaluza. Desde la alcaldía se dijo que podía ser la orquesta de la EXPO'92. Las administraciones deben implicarse más en la OCG, pues nuestra orquesta forma parte de la joya de la corona cultural de Granada. La crisis económica no debe herir la gran cultura, la que conforma las señas de identidad de una población de nivel. Es una parte de la alimentación diaria. Granada siempre ha sido considerada capital cultural y eso exige compromisos más claros y contundentes. La OCG está falta de dotación económica para que pueda llevar a cabo los objetivos que anhela, en consonancia con la importancia de una ciudad como Granada.

-A un conocido artista le paró un fan por la calle y le dio las gracias por no cambiar. Él en cambio se sintió casi ofendido, porque decía que una de las obligaciones de un artista es evolucionar. En su caso, ¿qué diferencias hay entre el García Román de hace 30 años y el actual?

-He cambiado, y mucho. No me reconozco en cierta música. Me siento más maduro, veo la realidad con otra perspectiva, procuro mimar mi libertad, el gran tesoro que se nos ha dado e intento que la autocrítica vaya cogida de mi mano. No puedo ser juez de mí mismo ni de la obra que he escrito. Pero no me preocupa, conozco mis limitaciones. Soy consciente de que no tengo nada que ver con las cumbres. Me asaltan dudas sobre si verdaderamente soy compositor. Ignoro dónde está esa línea roja.

-En lo ético y en lo estético, se ha hablado mucho de la escuela de composición granadina. ¿Cuáles son las señas de identidad de esta escuela?

-Pienso que se acuñó esta idea en momentos de fervor. Creo que fue justa y verdadera en aquellos momentos tan vitales, en los que Juan-Alfonso era un líder y al mismo tiempo un amigo. Él hablaba de discípulos, no de alumnos. Ahora no sabría decir lo que nos unía, aparte de una gran inquietud, el afán por adentrarnos con todas las consecuencias y congruentemente en el campo de la música de nuestro tiempo, y un afecto especial a Juan-Alfonso: personalidad clave para Francisco Guerrero, para Manuel Hidalgo y para mí. Cada uno siguió por caminos distintos. Mi visión actual es otra, pues pasé de aquella idea de escuela a la de una relación fraternal, singular, plena de devoción y admiración a Juan-Alfonso García, con más sosiego en cuanto a los objetivos artísticos y anhelos.

-¿Granada ha recordado a su maestro Juan-Alfonso García, fallecido hace unos meses, tal y como se merecía?

-En lo que se refiere a los recuerdos, siempre es poco y¡, sobre todo, al tratarse de una de las personalidades más significativas de la Granada del último tercio del Siglo XX y de parte del XXI, como es la figura de Juan-Alfonso García. Pero creo que la pregunta debería ser si en vida de él se ha programado su música con la frecuencia que se merecía. Ya es Historia y entró por la puerta grande el pasado 17 de mayo, cuando cerró los ojos a este mundo. Queda su música y, por tanto, sigue vivo. Y cuando suene, lo oiremos hablar de nuevo.

-Dejó la dirección de la Academia de Bellas Artes a finales de junio. ¿Qué razones le llevaron a dar un pequeño paso atrás?

- Creo que dí un paso adelante. Lo necesitaba. Fui elegido académico en 1983. Pronto me nombraron secretario general, y cumplí las obligaciones del cargo durante diez años. Y presenté la dimisión. Pasados cuatro años, en 2000 la corporación me eligió director, a pesar de que yo no optaba al cargo; y me fue reeligiendo a la conclusión de cada mandato. Aunque me quedaba un año para finalizar el cuarto, entendí que había llegado el momento de dejar la dirección. Mi salud me lo pedía. Ahora soy el decano, no el de más edad.

-Se ha distinguido por su defensa del patrimonio. ¿Cree que instalar cámaras en las calles es la gran solución?

-Ya sabe usted el dicho de "a grandes males, grandes remedios". No hay derecho a que la ciudad sufra tanto daño en su patrimonio. Si falla la educación y el aire incívico se apodera de las calles, pienso que se deben usar todos los medios legales para castigar a los infractores y aplicar medidas ejemplares. Es una vergüenza cómo está Granada de pintadas.

-¿Qué relación mantiene con Granada? ¿De amor-odio?

-Amor sólo, y profundo. Me duele, y mucho, Granada. Ella es maestra de la sensibilidad. Estamos obligados a honrarla como se merece, y a luchar por que sea verdaderamente señora de su destino.

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