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091 o la nueva reconquista de Graná

  • El grupo, buque insignia del rock granadino, se reconcilia con sus fans en una noche histórica

Pocas veces tiene uno la posibilidad de asistir a un acontecimiento histórico siendo consciente de su relevancia, pero el de anoche fue sin duda uno de ellos y la fecha del 13 de mayo de 2016 quedará para la posteridad grabada en letras de oro en la pequeña historia del rock granadino y en la memoria de los miles de seguidores que esperaban como el advenimiento del mesías al grupo que puso la primera piedra de una escena que hoy es reconocida en todo el país.

Con el nerviosismo propio de una velada tan especial, el personal se había preparado con sus mejores galas y se movía con la inquietud de las fieras antes de la tormenta. Esta llegaría después de la sobria actuación de Víctor Sánchez, el guitarrista lojeño que ha ejercido de mano derecha de Lapido durante la mayor parte de su carrera en solitario y que ahora se ha convertido en el pirómano confeso de Gram Parsons y digno sucesor de sus deslumbrantes canciones entre el country y el rock. Hasta en eso de escoger a los teloneros para una noche tan particular, la de su reencuentro con sus paisanos, los Ceronoventayuno han sido cuidadosos y ejemplares. Si anoche calentó motores Víctor Sánchez, vástago musical de José Ignacio Lapido, hoy hará lo propio El Hombre Garabato, el grupo con el que mejor se ha entendido José Antonio García últimamente. Chispeó hasta poco antes del concierto y el aguacero le pilló de pleno al telonero, pero los dioses de la lluvia deben de ser fans de 091 y respetaron religiosamente la vuelta de la banda. De negro riguroso y firmemente plantados cada uno en su posición, dejaron que fuera el público y el ritmo de las canciones los que pusieran el movimiento. Con el incendiario riff y la arrebatadora armónica de Palo Cortao, el grupo dio el pistoletazo de salida a su concierto retomándolo justo en el mismo punto donde lo dejó hace veinte años. La Plaza de Toros de Granada se venía abajo y el espectáculo no había hecho más que empezar. Los cinco músicos lucían toda su lozanía, y aunque toda la ciudad lo tiene visto por delante, por detrás y de perfil, no dejó de sorprender el excelente estado de forma de un José Antonio que en algún lugar debió establecer un pacto con el diablo a cambio del elixir de la eterna juventud.

Los ritmos trepidantes de los primeros temas, esos de tempo apresurado y urgente que sirven para soltar las muñecas y sacudirse los nervios, Zapatos de Piel de Caimán, Debajo de las Piedras, El Lado Oscuro de las Cosas, Esperar la lluvia -una de las novedades del concierto granadino- o Tormentas Imaginarias -con un arreglo novedoso- se sucedieron como bólidos que metieron al personal de lleno en la dinámica de la celebración, y lo extraño, mirara uno donde mirara, era encontrar a alguien que no coreara cada una de las estrofas de cada tema. La mayor parte del repertorio del grupo podría formar parte de cualquier recopilación de grandes éxitos sin desmerecer y eso es algo que puede decirse de artistas contados con los dedos de una mano. El pistón y los beats por minuto bajaron lo justo para que el respetable pudiera respirar con las maravillosas Nada Es Real, En el Laberinto, Huellas y Si hay tormenta, antes de enfrentarse a la parte más intimista del concierto. Nubes con Forma de Pistola sonó sobrecogedora y tras ella, los guitarrazos irredentos volvieron a apoderarse del recinto con Para Impresionarte, que sonó más Goodfathers que nunca, y Este Es Nuestro Tiempo.

Con cada nueva canción el público parecía recibir una nueva descarga de electricidad y adrenalina que renovaba su entusiasmo. A cada canción perfecta le sucedía otra aún más, si acaso eso fuera posible. Y así siguieron desgranando clásicos como si no hubieran pasado veinte, treinta años: La Noche que la Luna Salió Tarde, Otros como Yo, Sigue Estando Dios de Nuestro Lado… Algunas perfectamente reconocibles y otras algo puestas al día con nuevos arreglos pero todas impecablemente relucientes e inmunes al paso del tiempo que hace estragos cuando no atesoran la calidad de las de 091.

El cielo encapotado parecía acompañar los corazones desolados a los que suele dedicar sus canciones José Ignacio, y aunque hasta el momento la lluvia se mostraba respetuosa con la concurrencia, quien más quien menos se temía que un cancionero tan evocador cumpliera su función y el cielo acabara por descargar sus lágrimas sobre los asistentes, interpelado por canciones como Tormentas Imaginarias, Esperar la Lluvia, Primer Invierno Después, Un Día de Lluvia, Con la Lluvia del Atardecer, Mientras las Nubes me Acompañen, Un Día de Perros, Si Hay Tormenta o Nubes con Forma de Pistola, a propósito de la cual alguien comentó: "claro, si es que van provocando". Otro respondió: "No digas que no te avisé", y finalmente el de más allá concluyó "pero al final la luna brilla en el negro cielo hoy". Efectivamente, y a pesar de tanto canto chamánico en pos de la lluvia sanadora, el concierto, a la hora de concluir esta crónica, cuando el cierre de la edición nos obligaba a perdernos el último bis, y por tanto no poder concretar si El Baile de la Desesperación -uno de los temas que más se han añorado en sus conciertos previos- era uno de los regalos reservados para sus fans granadinos, pudo celebrarse con normalidad y el respeto de los cielos granadinos.

Otro momento mágico se vivió con la perfecta conjunción de acústicas y eléctricas de Un Cielo color Vino al que siguió Un Camino Equivocado. Entre gritos de ¡maestro! que de tanto en tanto los más fieles dedicaban al hombre de gesto grave, José Ignacio Lapido, llegó la traca final con uno de los éxitos más coreados de la noche, La Torre de la Vela, antes de que los cinco músicos enfilaran por primera vez el camino de los camerinos dejando al personal en lo más alto exigiendo a gritos que la noche fuera mucho más larga. Aún volverían a erizar el vello de sus fans con lo que quedaba: La Canción del Espantapájaros, Esta Noche, La Calle del Viento, Qué fue del siglo XX… Llegó la segunda tanda de bises con Nadie encuentra lo que busca y La vida qué mala es, un tema imprescindible en su repertorio y su éxito más sonado de toda su trayectoria.

No siempre una vuelta tras veinte años de silencio es una buena noticia en el mundo del rock y bien lo saben los más avispados que en más ocasiones de las deseables suele ser sinónimo de decepción, de oportunismo o al menos de escepticismo o suspicacia por parte del que en su día disfrutó de unas canciones añejas. En el caso de 091 nadie podrá poner la más mínima tacha a una vuelta ejemplar, se mire como se mire y bajo cualquier enfoque con el que se acometa. La banda, que siempre brilló a gran altura en sus años de juventud, ha hecho un ejercicio de profesionalidad impecable y suena al máximo de sus posibilidades, sin mácula de autocondescendencia.

El repertorio se antoja imposible que hubiera podido envejecer mejor, pues todas y cada una de las canciones han ido ganando prestancia con los años, y finalmente la entrega y el compromiso que siempre mostraron en su anterior vida con su obra se mantienen intactos. De modo que, ¿quién puede pedirle más a una vuelta?

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