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Luminosa mirada a Falla y su tiempo

royal philharmonic orchestra

Programa: 'Petite Suite', de Claude Debussy; 'Noches en los jardines de España', de Manuel de Falla; 'Concierto para piano y orquesta en sol mayor', de Maurice Ravel; 'El pájaro de fuego', suite 1919, de Igor Stravinski. Piano: Javier Perianes. Director: Charles Dutoit. Lugar y fecha: Palacio de Carlos V, 22 junio 2016. Aforo: Lleno absoluto.

Cuando se engavillan calidades, como ocurrió la noche del miércoles, con una orquesta de las dimensiones de la Royal Philharmonic, un director del talento de Charles Dutoit, un pianista de la solvencia y personalidad de Javier Perianes y un programa que no sólo rendía tributo al centenario de Noches en los jardines de España que Falla interpretaba en el mismo escenario hace un siglo, sino que era una luminosa mirada a los creadores de su tiempo, la velada tenía que convertirse en lo que siempre deseamos para el certamen y, en especial, para sus ciclos sinfónicos: lograr la categoría estelar que no es fácil olvidar, como se olvidan otros momentos discretos o intrascendentes.

Hemos comentado en otras ocasiones la calidad de esta orquesta británica, con la perfección y magnificencia de su cuerda, capaz de las sutilidades más bellas y la fuerza más enervante. De la rotundidad con la que se enseñorean los instrumentos de viento, capaces de exponer toda la grandeza, pero sin rozar el prohibitivo campo de la estridencia, como se demostró a lo largo y ancho del concierto, en especial en la suite 1919 de El pájaro de fuego, de Stravinski. Y, sobre este pedestal firme, poderoso y dispuesto a revelar todos los matices, el mencionado talento y meticulosidad de Charles Dutoit. Primero, para dibujar elegantemente la Petite Suite, de Debussy, con su delicadeza y aromas cortesanos, burlescos, sobre poemas de Verlaine, o impresiones sonoras en la que utiliza desde el canto de la flauta, a las sugerencias del arpa, con referencias galantes y pictóricas. Obra pensada para piano a cuatro manos y orquestada por Henri Büsser que aunque tenga un signo menor, servía de obertura a una noche no perdida, sino hallada en el tiempo.

El plato conmemorativo del centenario del estreno de Noches en los jardines de España fue servido por dos maestros unidos en el propósito de que la genial partitura de Falla sonara con una frescura que sólo es posible degustarla con intérpretes excepcionales. Dutoit mantuvo el nivel apropiado para estas impresiones sinfónicas para piano y orquesta, unas veces arropando sutilidades pianísticas -ese impresionismo de cascadillas sonoras de En el Generalife- y otras no renunciando al papel protagonista que requiere ciertos momentos de la partitura, como es el caso de En los jardines de Córdoba.

Naturalmente, la parte esencial está en el piano, para la que en principio fue pensadas las Noches. Y ahí estuvo el joven Javier Perianes cada vez que lo escuchamos más sólido, más completo, más poderoso y más delicado al mismo tiempo. Su sonido que en alguna ocasión he llamado cristalino, por su pureza y transparencia, es capaz de envolverse en increíbles trémolos que en poderoso torbellino.

No fue, a pesar de las sutilidades con que desgrana cada nota, con emisiones y modulaciones de sonidos que semejan la de la voz humana, una versión no sólo intimista, sino llena de vigor y fuerza expresiva. Con una orquesta muy atenta, como decía sin renunciar tampoco a su protagonismo, aunque a veces pudiese parecer excesivo, la versión que escuchamos en este centenario sonó con una frescura admirable. Es lo que definen a los grandes intérpretes, desde el piano o desde el podium, hacer que la obra interpretada siempre parezca nueva y, desde luego, lejos del 'taxidermismo' a que me refería en mi anterior comentario sobre la obra de Falla. Las grandes interpretaciones, como no puede ser de otra forma, han de ser siempre vivas y personales.

Perianes tuvo el gesto de regalar un preciosamente dibujado y sentido nocturno de Chopin, con su piano íntimo y poético. El Chopin que tanto admiraba, también, el propio Falla.

La segunda parte tenía como protagonista a otros dos coetáneos del gaditano. El Ravel del Concierto para piano y orquesta en sol mayor, tiene el regusto del jazz y tras un frenético ritmo sincopado aparece el dulce tema que desarrolla el piano. Obra difícil técnicamente, muy bien resuelta por Perianes, sólido en los contrastes, expresivo en los instantes más intimistas, en un dialogo perfecto con la orquesta, donde se mezclan el blue o el vals, en un alucinante paisaje virtuosístico, que termina con un cálido final, tras agotar las posibilidades que ofrece una orquestación tan original.

Pero la magnificencia de la orquesta, en toda su plenitud, libre de las preocupaciones que exige depender del solista, se demostró, como decía al comienzo, en la suite de El Pájaro de fuego. Charles Dutoit estuvo muy atento a todos los contrastes exigibles por la partitura, desde las sutilidades de la cuerda, en pianísimos cálidos a briosos ataques de esta cuerda de excepción con que cuenta la Royal Philharmonic.

La genial escritura stravinskiana requiere un poder de concentración muy alto para manejar ese caudal de ritmos, desde la vibrante danza del pájaro de fuego, a la delicadeza de la ronda de las princesas; desde la infernal danza del rey Kestchen, a la berceuse y el final rotundo, donde cada elemento orquestal, además de tener un protagonismo esencial, forma parte de ese estallido que ha cautivado a todos los públicos, tras la sorpresa de su estreno. Que la música no tiene por qué expresar emociones, como decía el propio Stravinski, se cae por el peso de la realidad de su propia obra.

Colosal trabajo de la Royal Philharmonic y de Dutoit que nos regaló una demostración de la magnificencia de la cuerda de este conjunto británico, una de sus peculiaridades más definitorias. Algunos asistentes comentaron que con esa noche realmente comenzaba el Festival, por lo que entendemos de cita de excepciones, aunque ese calor ya empezó con el recital de Juan Diego Flórez.

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