Cultura

El Bosco, un burgués apocalíptico

  • El Bosco fustigó a quienes se dejaban poseer por los vicios y las tentaciones de la 'animalidad'. La muestra que le dedica el Prado supone una oportunidad de volver a sus singulares cuadros.

El Bosco, La exposición del V Centenario. Museo del Prado. Paseo del Prado. Madrid. Hasta el próximo 11 de septiembre.

Si visita la muestra del Bosco en el Prado, deje en la puerta las prisas. La exposición pide tiempo. Primero, para ver bien cada obra (fácil por su cercanía, difícil por el abundante público) y después, para repasarlas a la luz de cuanto ha ido viendo. Tampoco se apresure en interpretar las enigmáticas figuras del autor. El hombre árbol, los barcos voladores o los híbridos de hombre, animal y objeto carecen de diccionario, pero rastreará su alcance si recorre con calma las obras.

Si ve así la muestra, pronto advertirá que El Bosco fue un excelente pintor-dibujante. Dibujos de trazo vigoroso pero suavizados por capas sucesivas de tinta o aguada que los acercan así a la pintura. En los cuadros, la complicada mandrágora de Juan Bautista en el desierto o las arquitecturas florales de El Jardín de las delicias manifiestan el talento del dibujante.

El pintor se advierte además en el color y la organización del cuadro. En El camino del Calvario, las figuras conforman una oblicua, que baja desde el Ángulo superior izquierdo y agrupa a los verdugos que parecen pesar sobre la cruz, subrayando la fatiga física y moral de quien la lleva. Tal disposición abre además, justo encima de la cruz, un gran vacío con dos breves figuras dolientes, María y Juan. A esto se añade el color: rojo en el verdugo, pardo-violeta en Cristo, azul en el soldado y una escueta mancha de luz, el blanco oscurecido del Cirineo.

Cabría citar también la gama de rojos de El avaro y la muerte o los hábiles grises de El vendedor ambulante, ambas del Tríptico del camino de la vida, pero hay que atender a algo más: el uso que hace El Bosco del tríptico. Los trípticos eran breves retablos, reclamos a la oración y eventuales altares, pero éstos no invitan a rezar y menos aún al rito. Si el Cristo de La coronación de espinas despierta antes la reflexión que el sentimiento religioso, lo mismo ocurre, con más claridad, con sus santos: Jerónimo, Antonio, Juan Bautista o el Evangelista son ante todo solitarios que buscan una vida propia frente a los desvaríos de la multitud.

En Italia, el humanismo confió la formación del individuo moderno al arte y a la lengua (poética y jurídica) de los clásicos. En el norte, una de las raíces del yo moderno fue, como mostró Charles Taylor, la religión. La devotiomoderna, activa en la época de El Bosco, huía de ritos, ceremonias normas eclesiásticas, e invitaba al individuo a vivir de acuerdo consigo mismo en atrevido diálogo con Dios. Así lo sugieren los santos solitarios de El Bosco, aunque el pintor no era un místico sino un convencido burgués.

Hieronymus van Aken (1450-1516) era hijo y nieto de pintores que dejaron Aquisgrán (origen que conserva su apellido) para vivir en 's-Hertogenbosch, ciudad de Brabante, dominio reciente de los Habsburgos. El nombre, literalmente, "el bosque del duque", se abreviaba en Den Bosch, el bosque, topónimo que el pintor toma como apellido. Quizá sea éste un rasgo de su talante urbano.

Den Bosch era entonces próspera. Célebre por su producción de cuchillos, tenía dos gremios de pañeros, alojó al emperador Maximiliano y fue residencia de su hijo Felipe el Hermoso, ya casado con Juana la Loca. El Bosco tenía su casa en la plaza del mercado, centro económico y político de la ciudad, y era miembro distinguido de una cofradía que contaba con devotos en Francia y Alemania. Debía ser pues un urbanita integrado, activo e identificado, como señala Erik Vandenbroeck en el catálogo de la muestra, con el orden de la ciudad. Orden que podían poner en peligro ciertas conductas. Es cierto que pintó la Mesa de los pecados capitales de acuerdo con la ortodoxia, pero los vicios que fustiga en sus cuadros y que atormentan a sus solitarios son los que dañan la vida civil: la arrogancia, el derroche, la rapacidad, la violencia, la guerra, la hipocresía de nobles y clérigos y una sexualidad caprichosa. La ciudad contiene un modo racional de convivencia pero aquellos vicios pueden convertirla en una cueva de animales. Por eso dirige sus ataques a quienes viven fuera de la disciplina urbana (soldados de fortuna, cortesanas, bandidos, alcahuetas) y a quienes pretenden situarse por encima de ella arguyendo la estirpe, el dinero o las órdenes sagradas.

Para ello el artista se vale en sus obras de lo grotesco. El retorno a la animalidad es la línea de sombra que amenaza a los humanos: quienes disputan a golpes por un puñado de heno al pie del carro se comportan como fieras, pero los amantes que están arriba también pueden terminar del mismo modo. La ciudad puede formar al individuo y garantizar su dignidad pero ha de soportar demasiadas presiones. Las sucesivas guerras iban a demostrarlo y darían la razón a este singular burgués apocalíptico.

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