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El pasado escondido

  • El Carmen de las Tres Estrellas, en el Albaicín, oculta una larga historia de tertulias literarias, leyendas ancestrales e inspiración de novelas que gozaron de enorme éxito en el siglo XIX

Un cartel anuncia fríamente: "Se vende". Parece casi una humillación para un lugar que una vez fue tan señorial, tan rico de cultura, tan acogedor para las letras. Escondida en un rincón del Albaicín, en la calle Estrella, se oculta con rubor el Carmen de las Tres Estrellas, una antigua mansión morisca que ha ido desvencijándose con el paso de los años. Es una casa venida a menos. Pero una casa con mucha historia. Un hermoso carmen todavía.

La calle Estrella es una calle quebrada, muy árabe, silenciosa. Un lugar de poco tránsito que impone cierto escalofrío en los meses del invierno. Es una calle recóndita, evitable. Incluso podría decirse que ignorada. Ahí se alberga el Carmen de las Tres Estrellas. Debe su nombre a las tres estrellas de color verde que aparecen de forma vertical en el centro del arco de la puerta de entrada. Cuenta Enrique Villar Yebra en su libro Albaicín, de 1966, que las "tres estrellas son el símbolo de la eterna felicidad que los genios que moran en las aguas de los estanques, en el aire y en las flores, concedieron a tres bellísimas princesas moras que allí vivieron, enamorados de la hermosura física y del bondadoso carácter de aquellas jóvenes".

La casa experimentó a lo largo de lo siglos diferentes modificaciones, por lo que alberga en sí el aire morisco original con restos mudéjares o los arabescos que se le impusieron en el siglo XIX para darle un aire más oriental. Durante el Romanticismo hubo en la ciudad una moda que llegó al paroxismo de que todo debía tener un aire árabe y se pasó por alto lo que era genuinamente granadino en la época de Al-Ándalus.

Pero cuando el Carmen de las Tres Estrellas alcanzaría su máximo esplendor sería a finales del siglo XIX. Se convirtió en una casa auténticamente señorial en manos del escritor Antonio Joaquín Afán de Ribera y González de Arévalo (1834-1906), un hombre perteneciente a una familia de abolengo de la sociedad granadina, miembro de la Cofradía del Avellano en la que estaba también Ángel Ganivet e impulsor de numerosas tertulias intelectuales en la ciudad. En aquellas tertulias se hacía apodar Gaudete el Viejo para diferenciarse de Melchor Almagro San Martín, conocido como Gaudete el Joven.

Autor de obras teatrales, de libros de poemas y de obras de carácter costumbrista como A orillas del Dauro: novelas, artículos y leyendas (1875), Fiestas populares de Granada (1885) o Los días del Albaicín: tradiciones, leyendas y cuentos granadinos (1886), Antonio Joaquín Afán de Rivera se dedicó a organizar cada domingo del año (excepto en los meses de invierno) animadas tertulias culturales en el Carmen de las Tres Estrellas.

Francisco de Paula Villarreal y Valdivia escribía en 1888 (citado por Villar Yebra en Albaicín) sobre el carmen: "En nuestros tiempos sirve de lugar de recreo a un cultivador de las musas y más de una tradición granadina, de las muchas que ha escrito, habrá sido inspirada, sin duda alguna, contemplando los históricos recuerdos de la famosa Casa de las Tres Estrellas".

Afán de Ribera creó la que llamó Academia del Carmen de las Tres Estrellas, una tertulia que estuvo funcionando durante casi treinta años. A ella asistía un escritor que, con el paso del tiempo, sería uno de los más famosos de la España del siglo XIX: Manuel Fernández y González.

Nacido en Sevilla en 1921, hijo de madre granadina, la familia se trasladó a Granada cuando él era un niño. Fernández y González fue un escritor precoz que, con sólo 14 años, ya había escrito una novela. También estrenó en el Teatro Isabel la Católica su drama El bastardo y el rey. De carácter impetuoso, hay una anécdota que refleja muy bien su carácter: solía subir a diario a la Alhambra. Un día se compró unos anteojos con los que solía fisgar, desde la Alhambra, en las ventanas abiertas del Albaicín. Así fue cómo se enamoró de la hija de panadero: espiándola con los anteojos. Al final logró que ella aceptase ser su novia.

El escritor iba a visitar a diario a la mujer en el Albaicín. Como en esa época el barrio, dada la oscuridad de sus calles y su disposición laberíntica, era propicio a los asaltos y los robos, Fernández y González se hizo con una pistola. Pero un día, en casa de un orfebre, vio una réplica de la espada de Boabdil y la adquirió. A partir de entonces, iría al Albaicín con la espada envuelta en una capa.

Fernández y González se inspiró en el Carmen de las Tres Estrellas para escribir obras como Los monfíes de las Alpujarras o Martín Gil, obras que le propiciaron un enorme éxito. De ahí que hoy haya una placa en la fachada que lo califica de "insigne poeta de alma granadina".

El escritor, ya casado con su novia, se trasladó a Madrid y se convirtió en un prolífico autor de novelas y folletines. Era tal su ritmo de producción que escribía dos obras simultáneas dictándole a sus secretarios, entre quienes se encontraba Vicente Blasco Ibáñez. Sin embargo, un vida disipada y llena de alcohol haría que muriera casi arruinado en 1888. Sus obras siguieron manteniendo el éxito.

Ahora, el carmen que inspiró tertulias, relatos, acrecentó leyendas y sugirió un pasado lleno de princesas y genios de los estanques, aparece bronco, humillado, triste en un rincón del Albaicín. Un cartel de "Se vende" anuncia que hay un pasado que concluyó para siempre.

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