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La noche de un caballero

  • Leonard Cohen cautiva al público con un repertorio exquisito en su actuación en el Coliseo de Atarfe en uno de los conciertos más memorables que han tenido lugar en Granada en los últimos años

Leonard Cohen, El Esperado. Así es como podría haberse coronado anoche el gran cantautor canadiense, el enamorado de la poesía de Federico García Lorca y una de las voces más suaves y profundas de toda la historia musical del siglo XX. A sus 74 años, Cohen apareció sobre el escenario con la prestancia de un galán y la sonrisa malévola de un poeta ante un público que estaba absolutamente entregado a su voz y a sus versos desde mucho antes de que se iluminaran los focos del Coliseo de Atarfe. Cohen llegó, desparramó toda la belleza de sus canciones y se paseó durante tres horas por el escenario para dejar lo mejor de sí mismo.

El de anoche era el mismo hombre que 23 años atrás, en 1986, se dejó caer por el barrio del Albaicín para hacerse las fotos de la contraportada y la carpeta interior de su disco I'm your man ygrabar un disco promocional. Cohen había acudido a Granada para visitar la casa natal de su poeta favorito, Federico García Lorca, y se paseó de incógnito por media ciudad mientras saboreaba el olor de las calles y la quietud del sol. Anoche ese recuerdo tuvo que aflorar de nuevo en el cantante mientras se enfrentaba al público granadino, un público que llevaba muchos, muchísimos años esperándolo.

No decepcionó en lo más mínimo. Arropado por una fabulosa banda que tocó en todo momento si estridencias, sin altibajos, con una suavidad que hacía mover levemente las caderas, como el ligero mareo que produce una copa de vino suave, el grupo de Cohen arrancó con el tema que abre los conciertos de esta gira, Dance me to the end of love, mientras el cantante, con chaqueta y sombrero irrumpía entre los aplausos de los asistentes. A partir de ese momento, todo fue un regocijo para los oídos y para el corazón.

Cohen desgranó en la primera parte de su actuación piezas como The future, Ain't no cure for love, Bird on the wire, Everybody knows, In my secret life o Who by fire, entre muchas otras, mientras el público seguía susurrante las melodías y algunas parejas se tomaban de la mano.

Cohen bromeaba, contaba anécdotas que eran entendidas por algunos pocos, se paseaba por el escenario y disfrutaba de su propio espectáculo. Nadie juraría que ha vuelto a los escenarios después de 15 años por el hecho de haberse quedado sin dinero cuando su manager de toda la vida, una mujer en la que el cantautor siempre confió, desapareció llevándose ocho millones de dólares de su cuenta y dejándolo prácticamente en la ruina. Si lo hizo, Cohen ya se ha rehecho, porque los conciertos de este año están siendo todos multitudinarios y el boca a boca se corre entre países. "Es algo que no hay que perderse", decía uno de los casi 7.000 asistentes al Coliseo de Atarfe. Después de recitar un poema e interpretar el tema Anthem, hubo un pequeño descanso.

La segunda parte fue la verdadera subida de temperatura en el ambiente, pese a la tormenta que asoló Granada la tarde de ayer. Cohen dejó caer canciones como Tower of song, Suzanne, Sisters of mercy, The gypsy's wife, The partisan, Boogie Street... hasta que llegaron los mejores momentos de la noche cuando el cantante enarboló sobre la escena tres de los temas esenciales de su discografía: Hallelujah -en la que incluyó a Granada en la letra- I'm your man y Take this waltz, el poema de Federico García Lorca de Poeta en Nueva York, cuya música ya es universal y a la que Enrique Morente hizo una versión (igual que a Hallelujah)en el disco Omega con el grupo Lagartija Nick. Fue, sin duda, uno de los momentos más espectaculares de la noche, con un público realmente enfebrecido y rendido a los pies del cantante, que en todo momento mostró esa calma llena de paz aprendida a lo largo de los años en un convento budista. Era lo que el público estaba esperando desde hacía mucho tiempo. Poco podría imaginar Cohen que algún día tocaría esa canción a escasos kilómetros de donde nació su poeta favorito.

Desde ese momento, el concierto fue ya un estallido cuando llegaron los bises: temas como So long, Marianne, First we take Manhattan o Chelsea Hotel #2 fueron desgranándose en una noche que parecía felizmente interminable y con un Cohen en perfecto estado físico y anímico, alegre, sonriente, caballeresco, gustando y gustándose, como los toreros en una tarde de gloria, dejándose el corazón a tiras, a sorbos, como un buen vaso de vino que endulza la noche, la llena de nostalgia y pone un punto de alegría en la mirada.

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