Letras hoy

Vicente Gallego:generaciónespontánea

  • El escritor Vicente Gallego inaugura esta tarde la nueva temporada del ciclo 'Poesía en el Palacio' en el Hospes Los Patos con un repaso por su producción lírica con títulos como 'Cantar de ciego'

Comienza en el Hospes Los Patos la tercera temporada de Poesía en el Palacio, por donde han pasado hasta el momento autores de la talla de Lorenzo Oliván, Chantal Maillard, Francisco Brines o María Victoria Atencia. Javier Bozalongo, reciente Accésit del Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma, coordinará este año el ciclo de lecturas mensuales, que contará con algunos de los nombres más importantes de la poesía española e hispanoamericana actual.

El primer invitado será Vicente Gallego (Valencia, 1963), que leerá esta tarde en el Palacio de los Patos. Poeta y narrador, ha sido galardonado con premios como el Ciudad de Melilla, el Fundación Loewe o el Tigre Juan. Desde que publicara en 1986 Santuario, la crítica ha tendido a clasificar su obra en dos etapas: una primera, afín a la ficción confesional, prosaica y bastante canalla; y una segunda más lírica, que transita el territorio de la mística, los himnos y la elegía. Ambas etapas tienen sus amantes y sus detractores, que por lo habitual se empeñan en dividirse. Puede decirse, sin embargo, que Vicente Gallego ha sido en todo momento un autor emocionante y reflexivo.

En 1988 publicó La luz de otra manera, cuya magnífica versión corregida sería reeditada por la Diputación de Granada diez años después. Luego vendrían Los ojos del extraño (1990) y, sobre todo, La plata de los días (1996), libro irresistible, construido desde la anécdota, cierto escepticismo y una narratividad que todos conocemos, pero que dio aquí algunos de sus mejores frutos. Sin duda los poemas amorosos de Gallego, frontales y autoirónicos, son los más populares de este libro. Entre ellos está el famoso Échale a él la culpa, que termina: "Lo que quiero que sepas es que entiendo / mejor de lo que piensas ciertas cosas, / que soy tu semejante, que he pensado besarte / cuando llegues a casa; y que es el amor / -ese tipo grotesco y marrullero- / el que va a hacerte daño con palabras / absurdas de reproche cuando vuelvas, / porque ya estás tardando, mala puta" (p. 62).

Estos poemas se alternan con otros de índole reflexiva e incluso contemplativa que anuncian de alguna manera el giro existencial del siguiente libro. Bien mirado, no se puede hablar de una quiebra en la poesía de Vicente Gallego. ¿Acaso no anunciaba el final de La plata de los días lo que después sería Santa deriva?: "Para que este piano suene así, / para temblar así con esta música, / ha sido necesario / ir llenándola poco a poco / de belleza y de daño, ir llenándola / con nuestra propia vida, para que se parezca / a nuestra propia vida, y suene así / tan insignificante / y tan grande, tan triste, tan hermosa" (pp. 107-108).

La religión poética que practica Vicente Gallego puede rastrearse desde el comienzo de La plata, donde se evidencia que hay más hilos conductores en toda su obra de lo que se suele pensar. Poemas como "Profesión de fe" son una celebración del presente, un canto a la plenitud irrecuperable del instante: dan cuenta de la luz que atraviesa el verso y queda fijada en él.

A pesar de estas posibles coherencias, suele señalarse Santa deriva (2002) como eje de la transformación estética de Gallego. Desde su título, es éste un poemario cargado de instantes sagrados, de una trascendencia que surge de la carne. En sus versos, las epifanías oscilan como un péndulo de la elegía al himno, de la pesadumbre a la beatitud.

Poco a poco, se va fraguando la mística profunda hacia la que irá evolucionando el valenciano, y que está vinculada en este libro a la revelación lisérgica. Así lo explicitan poemas como el magnífico La razón ebria, cuyo subtítulo es LSD-25 y donde se puede leer: "Revelación ninguna aguarda aquí / a quien por ella vino, sino ésta sencilla: / nuestro misterio somos, / la marea inquietante en que naufraga / nuestra confusa idea de nosotros" (p. 19).

Cantar de ciego (2005) inicia un diálogo con el romancero y el cancionero español que se completa en Si temierais morir (2008), poemario de retórica barroca, que bebe de la tradición española de los Siglos de Oro, aunque también por momentos de la filosofía oriental. Algunos de sus versos ofrecen la clave del cambio: "Cuando ya no se guarda / cosa propia o ajena que decir / comienzan a enunciarse, / por sí solas / las verdades de siempre" (pp. 41-42). La reflexión permanente sobre la iluminación llega aquí a su punto álgido, aunque el alma que trasciende sigue prendida de la carne: "Quién sabrá convencer al soñador / de que está descansando, / si de pronto / hace pie en carne viva" (p. 36).

La obra de Vicente Gallego es un edificio al que se puede entrar desde diferentes puertas: sus espacios fueron construidos uno a raíz del otro, se comunican por rincones escondidos, no surgieron de la nada. Es difícil creer en la generación espontánea, por lo menos cuando se trata de poesía. La alegría es otra cosa. Como dice Gallego, "nace en sí misma sin motivo / y esa dicha es tan rara, y es tan pura, / como la flor que crece sobre el agua: / sin raíz ni cuidados que atenúen / nuestro hermoso estupor" (pp. 18-19).

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