HAY dos políticos de distinto signo que por lo visto están cabreados por algo que escribí. Si aplicara el axioma periodístico debería interpretarlo como una buena noticia, ya que el dicho en cuestión afirma que si se te enfadan desde los dos bandos es buena señal y si todos te dan palmaditas, mala cosa.

Hombre, no hay que ser tan drástico. Yo no tengo nada en contra de llevarme bien con un político y, de hecho, siento bastante simpatía hacia algunos. Lo que pasa es que a veces se pierde la perspectiva: llevados por el temor a un eventual rapapolvo, los periodistas cada vez nos autocensuramos más.

Y entiendo que hay razones para tener ese miedo, porque no pocos políticos, a menudo apoyándose en jefes de prensa a los que emplean a modo de parapeto, se han envalentonado hasta tal punto que a la mínima ya están llamando al periodista (o peor aún, a sus mandos superiores) para reprocharle supuestas afrentas, porque por lo visto, para ellos, la más mínima cosa que se escribe en su contra constituye un insulto gravísimo. Pierden de vista el hecho de que la crítica es algo necesario que nos puede servir a todos para mejorar y se olvidan, y esto es lo más grave, de algo que diré todas las veces que haga falta: que nosotros les pagamos el sueldo y que están para servirnos.

Posiblemente lo más sensato sería que los periodistas no ejerciéramos de altavoces de los políticos salvo para las cosas estrictamente necesarias. Deberíamos hacer caso a lo que dice mi amiga Encarni Mármol en su blog, y cito textualmente porque ella escribe (y se explica) muchísimo mejor: "Creo que somos nosotros quienes tenemos que empezar a cambiar las cosas. Intentarlo, al menos. Mantener libertad e independencia. No alimentar la máquina de picar carne en que se han convertido los medios de comunicación; buscar caminos y salidas alternativas. Recordar por qué nos hicimos periodistas, y buscar las historias que nos ayuden a serlo".

Pues eso.