Quosque tandem

luis Chacón

Ustedes perdonen

COMO es difícil hacer balance de un año en el espacio de una columna, voy a resaltar lo más ridículo de este que se va. La nueva afición de nuestros más ilustres dirigentes a la pública disculpa. Desde que el rey pidió perdón a los españoles por irse de safari mientras millones de ciudadanos viven al filo de la navaja intentando llegar a fin de mes, hasta que hace unos días, un par de diputados regionales del PP de Madrid lo han hecho por juguetear con el ordenador a la vez que votaban una ley, hemos visto de todo, hasta un video en el que un grupo de militantes del PSOE penitencian por los errores del partido.

Todo el mundo es libre de disculparse a su gusto, incluso flagelándose en público como los disciplinantes medievales pero ¿sirve de algo tanta pantomima? Creo que no. Es bueno recordar que no errar es mejor que implorar el perdón del ofendido. Sobre todo porque sólo lo hacen si se les sorprende de modo flagrante; razón por la cual no parece lógico creer que su arrepentimiento es sincero. Es más, sabemos que no lo es. De serlo, habría colas en los juzgados para aclararnos toda la corrupción que sufrimos y sabríamos hoy mismo lo que espero que descubramos en unos años gracias a la labor de jueces y policías.

Lo más indignante es que ni siquiera percibimos en estos modernos penitentes el miedo a las consecuencias de la ofensa. Las disculpas suenan huecas porque casi oímos su risa contenida. Así que sin acto de contrición ni propósito de enmienda parece difícil que estas cosas, en frase que ha tenido mucho éxito, no vuelvan a ocurrir. Si alguna vez, como espero, se castigan, lo celebraremos por ser de justicia.

Si los ciudadanos no creen en sus dirigentes, ellos son los únicos culpables. Sin embargo, los hay tan majaderos que opinan que estas críticas son peligrosos ataques que erosionan la democracia. El razonamiento es insulso. Retirar el carné a un conductor borracho no perjudica la libre circulación sino todo lo contrario. La democracia se fortalece si las urnas deciden, los elegidos cumplen sus promesas y asumen la responsabilidad de sus actos. Mal vamos si sólo se limitan a pulsar el botón que les ordena su jefe de filas.

Es claro que una de las causas de esta situación son las listas cerradas donde prima la cercanía al jefe sobre las capacidades. Pidamos al año nuevo una reforma electoral con listas abiertas y si no nos lo concede, siempre podrá disculparse.

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