Paso de cebra

josé Carlos Rosales

tienen peso las cosas

DESDE anoche estamos disfrutando del Roscón de Reyes, última ceremonia doméstica con la que cerraremos la Navidad del 2012: juguetes escondidos, niños en pijama corriendo por la casa y chocolate caliente con un trozo de ese manjar navideño, sabroso rosco con frutas escarchadas y secretos ocultos o enterrados (una perla, un muñequito, un haba seca…), sorpresas y secretos que nos traen ritos ancestrales, costumbres olvidadas. Porque, según nos dicen las viejas tradiciones, aquel que encontrara en su porción de bizcocho el haba seca tendría que pagar el roscón o recibir ligeros tirones de orejas, cariñosas collejas, una avalancha de suaves cocas en su cabeza gacha. Ese antiguo rito nos da testimonio del origen (uno entre tantos) de estas fiestas de finales de diciembre. Dedicadas a Saturno, los romanos las llamaban fiestas saturnales y con ellas mostraban su alegría por la estación que se iniciaba, la estación invernal, estación donde la luz del sol ganaría cada día seguridad y espacio, estación que se alejará de la oscuridad creciente del otoño y nos promete nuevos frutos, más luz. Saturno era el dios de las cosechas o de la agricultura; los festejos en su honor ocupaban los últimos días de diciembre y en una de aquellas jornadas se elegía al rey de la fiesta entregándole un haba, oculta muchas veces entre los manjares de la mesa. De ahí nuestra costumbre de esconder sorpresas en el Roscón de Reyes.

Así son las fiestas más poderosas o ancestrales, un cruce de caminos, unión y suma, tradiciones romanas y creencias cristianas, comidas de todos los rincones del mundo y canciones cuyo origen apenas si sabemos. Y así son (o han sido) estas fiestas de Navidad, fiestas atávicas que existían antes de que las inventara el Vaticano o El Corte Inglés, fiestas para estar juntos, sentados junto al fuego, reunidos en medio de un bosque oscuro donde los días empezarán muy pronto a ser más largos, menos fríos. Así que recordemos en esta primera semana de enero lo que escribió Virgilio en honor del dios Jano, el dios de los umbrales, el dios con el que los romanos abrían el nuevo año (enero procede de januarius): "Ahora están abiertos los templos de los dioses / igual que sus oídos, así ningún deseo / que formulen las lenguas, quedará sin cumplirse. / Ahora tienen peso las cosas que decimos" (trad. de J. Antonio González Iglesias).

(Feliz Año Nuevo a los lectores de buena voluntad.)

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