Quousque tamdem

luis Chacón

Treinta monedas

ENTONCES uno de los Doce, Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les propuso: ¿Cuánto estáis dispuestos a darme si os lo entrego? Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. (Mateo 26: 14-15)

Judas es el prototipo del traidor y el paradigma del poder corruptor del dinero. Pero cada vez que alguien se vende, traicionando sus ideales y a quienes depositaron su confianza en él hay otro que compra esa conducta infame y como en toda transacción comercial, ambos buscan la rentabilidad y el beneficio propio. Es el propio Judas quien se dirige al sanedrín y hace ofrecimiento de su traición. Y son los sumos sacerdotes quienes, en lugar de echarlo a patadas del templo, aceptan su oferta y pactan con él su precio. Y ese esquema se ha repetido siempre, de modo tan indigno como reiterado.

Tras tanto escándalo de corrupciones y corruptelas en los que siempre aparecen cargos públicos, políticos, empresarios o sindicalistas y sus correspondientes catervas de allegados arribamos a un punto en el que ya no es posible defender que la corrupción política se compone de hechos aislados. Cada día, la prensa, en un claro ejercicio de responsabilidad nos asaetea con nuevas y malas noticias al respecto. Descubrimos cómo, a imagen del cervantino patio de Monipodio, el mercado de la corrupción se asemeja a unos grandes almacenes donde se ofrecen productos para todos los bolsillos y en todas las plantas del edificio del estado.

Aunque nuestra capacidad de sorpresa se ha hecho tan elástica que ya nada nos provoca extrañeza, no debemos olvidar que, en democracia, la corrupción es la forma más ruin de traicionar al ciudadano. Y en nuestro caso el más triste escándalo es la complicidad, consciente o forzada por un erróneo sentido solidario, de quienes comparten identidad política. El atronador silencio de estos no puede acallar la indignación de la mayoría.

Narra el Evangelio de San Mateo el arrepentimiento del traidor quien, tras intentar devolver el soborno, se encontró con el desprecio de los sumos sacerdotes. Así arrojó las monedas hacia el santuario y se marchó; luego fue y se ahorcó. (Mateo 27: 5). Los judas de estos días no parecen proclives al arrepentimiento. Por eso debemos exigir un diáfano ejercicio de justicia. Necesitamos, con urgencia, regenerar España ya que al menos, hay una luz de esperanza al final del túnel. Hemos caído tan bajo que sólo podemos mejorar.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios