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Quousque tamdem

luis Chacón

Distopía de España

NARRA Dante en su Divina Comedia como, sobre las puertas del infierno, una terrible inscripción recibe al condenado: Lasciate ogni speranza voi ch'entrate (Perded toda esperanza los que aquí entráis). Y tras conocer la última previsión macroeconómica, parece que Infierno va a ser el nuevo nombre de España. Aunque la resistencia de la gente frente a la dureza de la crisis está siendo épica, es claro que el grado de dolor que puede sufrir una sociedad es limitado. A lo largo de la historia, todo sistema político ha ofrecido a sus ciudadanos un futuro mejor a cambio de sacrificios tan inmediatos como temporales pero hoy los profetas del apocalipsis económico no quieren utopías y nos prometen todo lo contrario, una distopía futurista de paro, recesión, deuda e impuestos. Nos han robado hasta la esperanza.

No hay forma de calificar la desazón y el desencanto de una sociedad cuyo futuro previsto ahonda en la recesión con caídas del PIB, déficit público persistente, aumento de la deuda, subida de impuestos, reducción o eliminación de servicios públicos y sobre todo, una desquiciada e incontrolada tasa de paro. Si más de una cuarta parte de la población activa no trabaja y va a seguir así unos cuantos años, las posibilidades de salir de este pozo sin fondo son nulas. Más cuando, ni siquiera a partir de fechas lejanas, los augures de la distopía prevén ninguna mejora sustancial del mercado de trabajo. La única prioridad de todo gobierno, sea cual sea su ámbito de actuación en la España actual, debe ser la de ofrecer las condiciones necesarias para que pueda crearse empleo. Sin trabajo no hay riqueza y sin esta no hay dinero para devolver la deuda, porque llega un momento en el que es indiferente subir de nuevo los impuestos; el cien por cien de la nada es cero.

Pero lo más incomprensible de todo es la pertinaz contumacia en la idea de que este es el único camino posible. Si nuestros ancestros hubieran seguido esa máxima aún pintaríamos bisontes en las cuevas. Siempre hay otros caminos, sólo requieren valentía para explorarlos. Por eso, ante esta trágica realidad lo único sensato es preguntarse por qué seguimos avanzando hacia la muerte como los jinetes británicos de la Brigada Ligera que cargaron, de un modo tan heroico como inútil, contra los cañones rusos en Balaclava. ¿De qué sirve si ni siquiera tenemos un Tennyson que nos glorifique ni un Errol Flynn que nos lidere?

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