Quousque tamdem

luis Chacón

Urnas de cartón

PENSABA que los viejos tejemanejes caciquiles de la Restauración habían desaparecido. Pero parece que la tentación de influir en el resultado de unas elecciones no se acabó con la farsa del turnismo que -como cuentan que explicó un moribundo y grosero Alfonso XII a su esposa- iba de Cánovas a Sagasta y viceversa. Recuerdo haber leído que se usaban urnas de cartón para ocultar que llegaban llenas a los colegios. Por eso, la urna de cristal era garantía y símbolo de limpieza electoral, pero resulta insuficiente si el proceso se adultera exigiendo a los candidatos requisitos excesivos o imposibles.

Las primarias socialistas recuerdan demasiado a esos thriller en los que desde la primera escena conocemos al culpable y cuyo único interés reside en saber cómo le descubren. Hace unos años, un desconocido e inexperto senador junior se convertía en presidente de los Estados Unidos. ¿Qué podría impedir al alcalde de Jun optar al liderazgo socialista? En una sociedad abierta, nada. En España, casi todo. Resulta curioso que para ganar la candidatura a la presidencia de los EEUU baste con tener treinta y cinco años y haber nacido en el país y aquí para optar a la elección de candidato a la Junta se exijan miles de avales a conseguir en cuatro días mal contados y con métodos decimonónicos. Para este viaje no se necesitan alforjas. Los partidos españoles son estructuras clientelares cerradas en los que la democracia interna sigue siendo una utopía.

La tradición democrática es lo que diferencia las primarias americanas de las verbenas castizas que organizamos por aquí. Lo nuestro son las procesiones y lo suyo las votaciones. Comparar un país que lleva dos siglos y medio celebrando elecciones bienales, sin excepción alguna, con otro en el que ningún cuarentón puede presumir de haber disfrutado de democracia durante toda su vida es un ejercicio inútil, sufriente y melancólico. Nos falta costumbre pero podríamos suplirla con entusiasmo. Dicen que los conversos a una idea son los más radicales en su defensa, así que o los españoles somos la excepción a la regla o estamos poco convencidos de nuestra conversión democrática. La democracia es arriesgada pero ahí reside su grandeza. El miedo a la libertad de los demás es el abono de los autoritarismos y el nutriente de caciquismos y cabildeos. No olvidemos que siempre es preferible errar al decidir que abdicar del derecho a elegir.

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