HACE unos días compartí ascensor con dos desconocidos. Presté atención porque en lugar de recurrir al clásico calor estival, debatían sobre las primarias socialistas. Uno defendía con ímpetu que eran un ejemplo de democracia. El otro objetaba que los avales son un modo de eliminar candidatos. El primero insistía, un ejemplo único de democracia interna; el segundo detectaba favoritismo hacia la candidata oficial. No es así, hombre, es la ganadora lógica. Eso lo decidirán los votantes, ¿no? - contestaba el crítico. Es un ejemplo de democracia interna y si está cantado quien va a ganar es porque es la mejor, ¿te enteras? A partir de ahí pareció difícil proseguir la conversación, así que un denso silencio me acompañó un par de plantas.

Las presidenciales de 1948 tenían un ganador cantado, Thomas Dewey, gobernador republicano de Nueva York. Era tal el convencimiento de que la era demócrata iniciada por Roosevelt en 1932 acababa que hasta Gallup dejó de hacer encuestas días antes de la cita electoral. Tan claro estaba que Truman iba a perder que el Chicago Tribune, sin esperar a que el país terminara de votar, lanzó una edición con un contundente titular: "Dewey defeats Truman" -Dewey derrota a Truman-. Unas horas después, un sonriente y triunfador Harry Truman se fotografiaba blandiendo un ejemplar del diario. En fin, que en democracia no hay ganadores natos.

La sorpresa es parte esencial de cualquier elección. Firmar avales no es votar. El sufragio sólo es legítimo y creíble si es universal, libre, directo y secreto. Así, la única presión que recibe el votante es la de su propia conciencia. Pero cuando ni siquiera aparecen las urnas, ¿dónde está la democracia? Hemos asistido a un sainete, una excusa para dar un leve barniz democrático a algo tan español como la cooptación de fieles y el ungimiento del discípulo, continuador de la propia obra. Porque aquí, desde el rey hasta el último alcalde, todo sucesor se elige a dedo y los partidos parecen mayorazgos medievales. Por eso, como todos sospechábamos, las primarias socialistas sólo han sido un mero trámite algo cómico que ha querido dar apariencia de elección democrática a otra designación caprichosa. Así que todo sigue igual, sin novedad: las elecciones serán, en manida expresión, una fiesta de la democracia pero los ciudadanos sólo podemos aspirar a elegir entre herederos. En fin, una más de nuestras malas costumbres.

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