Quousque tamdem

luis Chacón

Otra broma, don Santiago

H ACE algo más de un siglo, un cartero interrumpió el sueño de Ramón y Cajal para entregarle el telegrama en el que se le comunicaba la concesión del Premio Nobel. Don Santiago lo leyó y comentó: esto es una broma de los estudiantes. Y volvió a la cama. Es lógica la reacción del sabio cuando, en España, el analfabetismo era la norma y la educación un capricho progresista. Además, y así lo recogió la prensa, pocos en el país conocían su trabajo aunque fuera apreciado y reconocido en el extranjero. Cajal investigaba sin medios en un estado cuyo rey adolescente y consentido fantaseaba con un quimérico imperio colonial; en el que los gobiernos se sucedían a velocidad de vértigo, donde los partidos, aunque pretendían mantener la apariencia democrática con la farsa del turnismo, peleaban por sus clientelas y no por los ciudadanos y el pueblo se contentaba con poder ir a los toros los días de fiesta. Don Santiago fue un hombre de ciencia nacido en una sociedad sin ciencia. Aunque pudo emigrar, optó por el heroísmo de trabajar aquí y lo hizo en un medio casi siempre adverso y hostil.

Un siglo después, el analfabetismo es una lacra olvidada y la ciencia ya no es cosa de brujas ni avío de herejes. Sin embargo, con la excusa de la crisis, la ciencia española se ha sumido, una vez más, en la más absoluta miseria económica. Igual que en el siglo XIX el futuro estaba en las chimeneas de las fábricas y en el XX en las cadenas de montaje, en nuestros días sólo existe para aquellas sociedades que sean capaces de explotar el capital intelectual. Pero nuestros diferentes gobiernos -y lo digo en plural porque este desvarío también es responsabilidad de las autonomías-, con una actitud miope, cortoplacista y suicida, prefieren mantener lo superfluo y renunciar a lo imprescindible. La agonía de la ciencia española es indignante y su futuro inexistente. Lo poco que un ciudadano pide al estado es educación, sanidad y seguridad, justo lo que están eliminando. ¿Qué justificación tiene, entonces, la existencia del estado? Hemos cambiado el turnismo por el bipartidismo y los toros por la telebasura subvencionada con nuestros impuestos en la miríada de televisiones públicas que sufrimos. Pero no hay ni dinero para la ciencia, ni ventajas fiscales para sus mecenas. Es triste que un siglo después, la frase de don Santiago vuelva a estar de absoluta actualidad, investigar en España es llorar.

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