Quousque tamdem

luis Chacón

GAudeamos igitur

QUE diez universidades españolas estén entre las quinientas mejores del mundo es motivo de orgullo para un país que recibe pocas alegrías. Que la Universidad de Granada, una ciudad tan querida en las palabras como olvidada en los hechos, aparezca en el Academic Ranking of World Universities de 2013 o Ranking de Shanghai, es una excelente noticia. Que sea reconocida desde que hace diez años se inició este estudio es más que meritorio pero que, en las condiciones actuales, haya escalado una categoría y esté en el grupo 301-400 o que sea una de las cien mejores en el campo de la informática parece un milagro.

En una visita a Cambridge, un millonario americano quedó sorprendido al ver cómo el césped del campus, sobre el que se recostaban y corrían los estudiantes, era una alfombra comparado con el de su mansión aunque estaba prohibido pisarlo. Interrogado uno de los jardineros, le confió el secreto: sólo hay que cortar y regar, así… desde hace siete siglos. A eso, en español, se le llama solera. El éxito universitario se cimenta en el trabajo metódico y continuado en el tiempo de sus miembros y por eso las diez mejores son las que son. Pero también, el ranking deja claro que, como toda inversión, un buen sistema universitario requiere dinero. Es la razón de que aparezcan tres instituciones saudíes, la más antigua de las cuales cuenta con dificultad el medio siglo.

España nunca ha mimado su sistema educativo. Los continuos enfrentamientos entre partidos sólo sirven para cambiar regularmente la legislación y soslayan lo que debería ser un objetivo nacional: la educación de las nuevas generaciones. Porque una cosa es que nuestros políticos se llenen la boca de I+D+i y otra que hagan algo. Por sus hechos, parece que creen que significa Idioteces en las que Dilapidar impuestos. Si no, nadie en su sano juicio puede entender que se recorten fondos en educación mientras se derrocha dinero público en aeropuertos sin aviones, televisiones públicas sin audiencia y eventos deportivos deficitarios, entre otras vergüenzas nacionales.

El futuro de un país no se construye con pelotazos urbanísticos. Requiere dedicación y tiempo, desde las aulas infantiles a los laboratorios posuniversitarios. Así que, hastiados de tanta miseria moral, loemos a quienes lo merecen. Recordemos el himno de las Universidades - Gaudeamos igitur -, confiemos en ellas, agradezcamos su trabajo y Alegrémonos, pues.

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