Quousque tamdem

luis Chacón

Gatopardismo y desencanto

HACE seis años de la crisis subprime, cinco de la caída de Lehman Brothers, más de cuatro de la primera intervención de una Caja y cada día hay un sobresalto económico, político o judicial. Los tribunales son la nueva alfombra roja por la que desfilan las celebridades de la economía y la política. Las portadas de prensa son un hervidero de titulares sobre corrupción, crisis, quiebras, fracasos y si se lee entre líneas, desencanto. La situación es dura. Por eso, la solución unánime es la reforma que prometen a diario. Y es posible que algún que otro despistado bienintencionado llegue a creer que de tanto estiércol puede nacer un ubérrimo jardín. Pero la realidad es tan gatopardiana que abruma.

El gatopardo de Visconti derrocha el mismo cinismo elegante y decadente que la bellísima novela de Lampedusa. Con Garibaldi en las playas de Sicilia, el orden establecido se derrumba. Pero sólo aparentemente. Ahí están los oportunistas como Tancredi, el sobrino del Príncipe de Salina, que toma como lema político su famoso: Si queremos que todo siga como está, necesitamos que todo cambie. Hasta hoy, la crisis sólo ha servido para lijar el barniz de un mueble viejo que aspira a pasar por nuevo. Pero, ¿dónde están los cambios estructurales?¿Y el nuevo modelo de crecimiento y desarrollo? ¿Y la austeridad y el ahorro?¿Y la reducción de la administración?¿Y el estado eficiente y moderno al que aspiran las nuevas generaciones?

Un observador avezado verá que nada ha cambiado desde un lustro atrás. Las cajas quebradas han pasado a control del estado. ¿Quién las gobernaba antes, los impositores? Se sigue aspirando a crecer por espasmos, sea montando un casino o celebrando unos Juegos o algún hecho histórico ignoto. La austeridad sólo es para el ciudadano y sirve para seguir dilapidando el dinero de todos en las mismas televisiones públicas quebradas, en los AVE y aeropuertos sin viajeros y en los parques temáticos sin visitantes. Se aprueban leyes que el propio estado incumple sin complejo alguno. Las instituciones, del rey abajo, provocan más grima que respeto y en la cárcel están, más o menos, los mismos de siempre. Algún sacrificio se ha hecho, pero tranquilos, siempre les quedará el indulto y a los jóvenes, como a los protagonistas de Casablanca, París. Volvemos a ser país de emigrantes. Pero no desesperemos, los cambios reales nacen de la sociedad civil. Sólo es cuestión de democracia.

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