La tribuna

Óscar Barroso Fernández

Menos Filosofía, menos Democracia

AUELLOS que nos dedicamos a la docencia de la Filosofía, nos situamos ambiguamente ante la reforma educativa del gobierno de Zapatero que, en el año 2006, ligaba los contenidos de nuestra disciplina, en ESO y Bachillerato, a los de Educación para la ciudadanía. Por un lado, para la mayoría de nosotros esta unión era coherente con el sentido y el valor que atribuíamos a la presencia de la Filosofía en nuestro sistema educativo; pero, por el otro, éramos conscientes de que dado que el PP entendía que la Educación para la Ciudadanía era una materia ideológica (el catolicismo reaccionario la acusó incluso, con gran desfachatez, de totalitaria), en el momento en que llegara al gobierno, propondría su eliminación de los planes educativos, con lo que la Filosofía, a ella ligada, podría acabar corriendo la misma suerte. El pronóstico fue acertado: con la reforma educativa del ministro Wert, de las tres asignaturas que configuran actualmente el ciclo formativo de Filosofía, Educación ético-cívica en 4º de la ESO, Filosofía y ciudadanía en 1º de Bachillerato e Historia de la Filosofía en 2º de Bachillerato, la primera desaparece, y la Historia de la Filosofía queda reducida a una optativa de oferta libre en el Bachillerato de Humanidades.

Ante esta situación, la Filosofía, como institución, no debe lamentarse por la unión de Filosofía y Ciudadanía, sino, al contrario, defenderla en su intrínseco valor. La introducción de la Educación para la Ciudadanía en el sistema educativo español cumplía la recomendación hecha por el Consejo de Europa en 2002, que entendía esta asignatura como esencial para promover una sociedad libre, tolerante y justa. Entre sus objetivos fundamentales se encontraban dotar al alumnado de un adecuado conocimiento de la legislación internacional, sobre todo en referencia a los Derechos Humanos, y fomentar en él el espíritu crítico y libre.

El gobierno del PP, al considerar que una disciplina tal debe ser eliminada por su supuesto carácter ideológico, da muestras, en realidad, de un plan de adoctrinamiento en su más oscura, despreciable, enfermiza y constrictora ideología, constituida a partir de la simbiosis quimérica de las premisas más radicales del neoliberalismo y el neoconservadurismo; es decir, de los fundamentalismos económico y religioso. Muestra de ello es, junto a la eliminación de la Educación para la Ciudadanía y la drástica reducción del ciclo formativo de Filosofía, la revitalización del adoctrinamiento religioso en nuestro sistema educativo, la eliminación de la referencia a la educación en la igualdad, la introducción de dos materias transversales dedicadas a ese eufemismo del "emprendimiento" y a la educación constitucional (que elimina de la educación cívica sus componentes más reflexivos y deja fuera, en su comprensión dogmática del marco constitucional, la referencia al derecho internacional).

Entre los muchos defectos de la LOMCE se cuenta (tras una hipócrita retorica humanista que esconde un denigrante manoseo de la dignidad humana) la puesta en peligro de la vida democrática, al minar sus mismas condiciones de posibilidad. Para que ésta no quede reducida a mero esperpento, es fundamental educar y formar a la ciudadanía; es decir, no basta con instruirla. Es aquello que demandaba ya Sócrates para la pólis griega y lo que la tradición filosófica por él abierta ha perseguido en sus más de 25 siglos de historia. Y es también lo que hace de ella uno de los legados más importantes de Occidente a la humanidad, como quedó recogido en 1995 en la Declaración de París en defensa de la Filosofía por parte de la UNESCO y de la que dejo, a modo de ejemplo, el siguiente extracto: "la enseñanza de la filosofía estimula la apertura mental, la responsabilidad civil, el entendimiento y la tolerancia entre las personas y los grupos; (…) constituye una aportación primordial a la formación de los ciudadanos al poner en ejercicio su capacidad de juicio, que es fundamental en toda democracia".

En el estado de penuria y depauperación en que Wert se ha propuesto dejar el sistema educativo español, el profesorado de filosofía no se lamenta. Armado con el valor del que le impregna su digna historia, le recuerda con orgullo las palabras que uno de nuestros más insignes filósofos, Miguel de Unamuno, profirió como respuesta a aquel "¡Muera la inteligencia!" que prologaba las páginas más atroces de nuestra historia contemporánea: "Venceréis pero no convenceréis. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque convencer significa persuadir".

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